CUANDO LOS ÁNGELES DUERMEN: Pesadillas cotidianas
Cuando los ángeles duermen llegan las pesadillas. Porque si los ángeles nos protegen, cuando no están atentos nos quedamos a nuestra propia merced. Y es entonces cuando puede pasar cualquier cosa.
Sobre eso, Germán (Julián Villagrán), tendría mucho que decir: un hombre con una vida acomodada, que absorbido por una reunión ve que no llega a la celebración del cumpleaños de su hija, por mucho que su mujer, Sandra (Marian Álvarez) le exija que esté en la fiesta y que se marche ya para, al menos, estar presente en el momento de que la niña sople las velas de la tarta.
Cuando por fin puede irse a casa el atasco que pilla es monumental y pasan las horas y la noche se acerca y con ella el agotamiento, la recomendación de la policía de que descanse y el infortunio posterior, al no hacerle caso, de que se crucen en su camino dos jóvenes a las que atropella.
A una la deja malherida y a la otra en bastante mejor estado físico pero en un shock mental que entre la droga que ha consumido y las circunstancias, que se van oscureciendo con el paso de las horas, hará que su raciocinio quede cada vez más mermado.
Así las cosas, entre Germán, que quiere llegar a un acuerdo sensato con ella y Silvia (Ester Expósito), que no atiende a razones y está enrocada en todo lo horrible que les ha pasado a ella y a su amiga, la situación se convierte en un laberinto en el que es imposible localizar la salida.

Cuando los ángeles duermen es la segunda película de Gonzalo Bendala, director de Asesinos inocentes, una cinta que pasó con más pena que gloria por la cartelera, y lo cierto es que no aportaba demasiado al género, algo que no le ocurre a Cuando los ángeles duermen, que es una barbaridad en cuanto a su forma y a su fondo.
Porque se trata de un thriller que como tal mantiene la tensión desde el primer minuto y no te suelta hasta su demoledor final. Es un prodigio de tensión contenida y constante con una atmósfera que se va cerrando en torno a nuestro cuello y no nos deja respirar. La aventura de Germán se convierte en la nuestra y queremos que lo consiga, que arregle todo lo que parece irreversible, hazaña a la que él se entrega con una bondad que nos sobrecoge.
Y es que Germán es más que nada una buena persona, característica que él se encarga de recalcar con frecuencia porque no puede creer que le esté pasando esto. Y si nos ponemos en su situación, porque lo que el film plantea nos puede suceder a todos, vamos a insuflarle toda nuestra energía al pobre diablo en el que se ha convertido.
Aunque el papel de la adolescente a la que golpea el coche de Germán… pese a que en realidad no sea su coche… también merece un análisis, ya que la película la muestra con una imagen demasiado habitual entre los jóvenes, para los que solo cuentan sus amigos, estando sus padres muy lejos de significar algo positivo y ejemplarizante para ellos. Es dolorosamente real el punto de vista de la chiquilla rebelde.
También lo es su postura, ya que las circunstancias por las que atraviesa Silvia, tras esnifar droga en un coche mientra su amiga practica sexo en una noche casi cotidiana para jóvenes entre los que la diversión se ha convertido en un rato de desenfreno solo por el mero hecho de considerarse integrados, la han llevado a un estado mental en el que ni se plantea escuchar la postura a su agresor. En esto también acierta Gonzalo Bendala.

Por lo tanto estamos ante un mosaico de acciones a cada cual más espantosa pero horrosamente reconocibles ante las que los ángeles están completamente ausentes. Y Sandra y su pequeña pueden seguir esperando a que Germán vuelva en cualquier momento…
Pero lo más escalofriante de todo es el desenlace del film, que por supuesto no contaremos aquí, pero que deja helado por su realismo y por su capacidad de transportar nuestra mente a cuantos finales como ese han tenido, a buen seguro, tantos y tantos casos en nuestro país. Y fuera de él.
Uno llega a los créditos finales de Cuando los ángeles duermen absolutamente derrotado, pero también lleno de admiración hacia un director que ha tenido la valentía de realizar una película semejante en la que la realidad puede incluso verse convertida en un tabú que sale a la luz y que ya no hay manera de que vuelva al terreno de la oscuridad.
En cuanto comprendemos que lo que vemos en la pantalla puede perfectamente darse fuera de la ficción, que ha ocurrido y seguirá ocurriendo en el ámbito cotidiano, es cuando caemos en que salimos de ver una película de auténtico terror en la que el fantasma en lugar de estar al fondo del pasillo, en el armario o saltando del techo está en la impotencia, en las endiabladas casualidades y en el miedo a no alejarse de la rutina.
Julián Villagrán, en un registro al que no estamos acostumbrados a verlo, interpreta maravillosamente a un tipo desbordado por las circunstancias, un hombre que intenta mantener la cabeza fría en una noche en la que el frío será su peor aliado. El frío de las prisas, la mala suerte, la soledad y la desesperación.
Marian Álvarez, por su parte, le da, en la distancia, una réplica perfecta. La de una mujer que solo concibe la vida que tiene, con su marido, su hija y sus fiestas. Una esposa con una determinación escalofriante aunque pudiera parecer que no es más que otra madre atenta a su prole.
Con Cuando los ángeles duermen, Gonzalo Bendala nos propone un viaje al infierno en el que nadie está llamado a pasarlo bien, en el que todo es un caos patrocinado por unos astros que se configuran para hacerle la vida imposible a unos personajes que, dispuestos a realizar sus quehaceres cotidianos ven truncada su existencia. A todo el mundo puede pasarle. A más de uno le habrá pasado. No es más que una pesadilla soñada con los ojos abiertos.
Silvia García Jerez