ALADDIN: Entretenimiento frente a la leyenda
Aladdin 1992 y Aladdin 2019. Misma historia, mismas canciones, la base es igual pero quien espere la misma película que no entre a la sala. Aladdin tiene su propia personalidad una vez que la animación ha dado paso a la acción real, y para bien o para mal vamos a encontrar una cinta que toma sus propios derroteros, sin dejar a un lado el cuerpo central del que parte la historia.
Un ladronzuelo que se conoce la ciudad de Agrabah al dedillo, sus recovecos, secretos, pasadizos y trucos varios para escapar de quien sea a quien hurte cualquier cosa, llega, por avatares de la vida, a la Cueva de las Maravillas en la que tiene que buscar la lámpara dorada que todos sabemos que al frotar libera un Genio que concede tres deseos.
Ese joven que ahora la posee porque las circunstancias han hecho que así sea, Aladdin (Mena Massoud) conoce al Genio (Will Smith) y en ese mismo momento éste le explica, con una bonita melodía que por supuesto también canta, en qué consiste el mecanismo de los deseos. No puede pedir cualquier cosa y tiene que ser muy explícito a la hora de decir lo que quiere para no dar lugar a confusión.
Lo primero que pide el joven es salir de esa cueva de la que de otro modo le sería imposible escapar. Una vez libre ya iremos viendo en qué empleamos los otros dos deseos, no hay prisa, ahora lo que tenemos es que disfrutar de la amistad del Genio mientras nos introducimos en el castillo del Sultán para intentar seducir a su hija, la princesa Jasmine (Naomi Scott)… si el visir real Jafar (Marwan Kenzari) los deja.

Partamos, insisto, de la base de que la cinta que protagonizó Robin Williams, aunque en España mayoritariamente pocos escucharan su trabajo porque se vio más la versión doblada por Josema Yuste, es mítica e irrepetible.
Incluso si Williams viviera probablemente ni siquiera habría repetido en el reparto, como le ha ocurrido al remake de El rey León que veremos próximente, en el que Jeremy Irons no presta su voz a Scar sino que ahora lo hará Chiwetel Ejiofor. Y de nuevo, como entonces, no escucharemos sus voces… A veces no se entiende que se dé tanta publicidad a actores de los que muchos solo leerán sus nombres en los póster promocionales.
Por lo tanto, este Aladdin es, como dice la canción original compuesta por Alan Menken y Tim Rice que ganó el Oscar en 1992, A whole new world, que traducido a nuestro idioma significa Un mundo completamente nuevo, no el Un mundo ideal que se utilizó para el doblaje.
Y lo cierto es que Ideal para muchos no ha quedado el resultado final de este remake, la verdad, de hecho para más de uno dejará incluso mucho que desear.
Para quien esto firma no es el caso. Me quedo un poco en la mitad, en el medio de los extremos. No me parece estupenda pero tampoco la maravilla que también he podido leer en algunas primeras impresiones que vienen de críticas extranjeras.
Aladdin es un producto muy digno, con momentos estelares en los que el diseño de producción es apabullante, sobre todo en los momentos en los que su director, Guy Ritchie, se acerca más a Bollywood. En ellos, Aladdin brilla, tiene una fuerza casi indestructible y crea un universo que no solo engancha sino que tiene todo el sentido al situarse como cuento dentro de Las mil y una noches.
Lo malo, que lo tiene, pero no destroza el conjunto, está también dentro de la dirección artística y del vestuario cuando salimos de la estética Bollywood y nos metemos en el drama de la historia. Los decorados, la ambientación, los suntuosos ropajes saben a cartón piedra, a plástico, a materiales no reales para lo que visualmente la película necesita, y tal aspecto nos saca de la misma.
Ver a Jasmine caminar por un palacio que no nos creemos, que nos parece de función de colegio, no es lo que esperábamos, y por lo tanto le otorga a la imagen de Aladdin un resultado tan artificial que no se merece, por comparación, la parte del metraje que sí funciona.

Will Smith es uno de los reyes de la función. Es innegable que cuando nos acercamos a esta nueva versión lo hacemos con la idea de puntuar a una estrella del cine que tras trabajar con M. Night Shyamalan conoció horas muy bajas pero que al igual que el director de Múltiple ha sabido resurgir de las cenizas para volver a ser, por lo menos, la sombra de lo que fue.
Su nombre, por mucho que algunos de sus trabajos fracasen, sigue siendo sinónimo de lo que ha sido y es Hollywood: una máquina de hacer dinero con estrellas que atraen público al cine. Y con las producciones americanas siempre hay una segunda oportunidad por parte de espectadores que llevan el cine de la industria más poderosa del mundo en las venas porque crecieron con ñel y de él no quieren salir.
Y Will Smith consigue su propósito, que es brillar en Aladdin. Tal vez no recree al Genio como lo conocemos, pero hace suyo al Genio dándole su propia personalidad. Es decir, una vez más vemos a Wil Smith interpretando a Will Smith. No es el mejor actor del mundo ni cuando se dedica a los dramas oscarizables, pero no hay nadie como él para ser él. Y tampoco sus admiradores le piden otra cosa, así que todos obtienen lo que quieren.
Y tampoco deja de ser cierto que ver a Will Smith como el Genio es un regalo. Los efectos hacen buena parte del trabajo, pero el carisma de quien fuera El príncipe de Bel Air es innegable y todas sus locuras se aceptan como parte de la grandiosidad de un personaje al que de por sí se le permite prácticamente todo.
También es maravilloso descubrir en el reparto a dos talentos a las puertas del truinfo si saben aprovechar el tirón del posible éxito de la película. Por un lado, conoceremos a Mena Massoud, el Aladino protagonista, un joven que da perfectamente el personaje y que está a la altura de lo que se requiere de él.
Por otro, a Naomi Scott, un fichaje instantáneo para una industria que pide talento, juventud y una personalidad como con la que se intuye que cuenta. Su carisma es parte de la magia que tiene la película. Sin ella no funcionaría igual ni con Will Smith al frente del espectáculo. Ella añade el equilibrio entre la suavidad que se le requiere a la hija de un sultán y la entereza que demuetra, en ocasiones cercana al feminismo, que ahora es corriente imparable.
Aladdin es una película muy disfrutable y muy entretenida. Si vamos pensando en que veremos una historia que no hemos visto antes y nos empeñamos en recordarnos que estamos ante el remake que es y en reproducir mentalmente cada escena de la estrenada en 1992 para rebajarle la nota a la nueva, es posible que ésta no apruebe. No se puede luchar contra una leyenda. No creo que esta lo pretenda, solo quiere entretener, y eso, lo consigue de sobra.
Silvia García Jerez