A Hidden Life: Para quienes vivieron fielmente una vida oculta.
Esta reflexión, la de George Eliot, resume a la perfección el alcance, o el mensaje que quiere transmitirnos Terrence Malick con A Hideen life. La recuperación, a la postre, de uno de esos tantos mesías anónimos, que aún sepultado en el ostracismo, consiguió hacer valer su sacrificio, para ayudar a restaurar el orden, la coherencia, y la conciencia de una población devastada por las penumbras de la Segunda Guerra Mundial. Como bien matiza George Eliot: «el bien depende de hechos sin historia, y de héroes que descansan en tumbas no visitadas».
August Diehl (Malditos Bastardos, El joven Karl Marx, o Aliados) es el encargado de interpretar a Franz Jägerstätter: un granjero austriaco, declarado objetor de conciencia, que se negó a jurar la bandera, para evitar ir a la guerra, y así no traicionar sus principios. Todo esto tuvo unas consecuencias destructivas para la mujer y sus dos hijas, por no mencionar al devoto marido, quien gracias a una inquebrantable fe, llevo a cabo un prendimiento que escapa y sigue escapando al entendimiento de la mayoría de personas.
Como siempre ocurre con Malick, las imágenes son poesía pura; planos reposados y serenos que consiguen trasmitirnos humanidad más que sentimentalismo, un paisaje sosegado donde todo y todos están a la vista; esto gracias al perfecto uso que hace de la cámara y las lentes, algo habitual en él, y es que consigue aportar un aura especial a la escena, haciendo que nos retrotraigamos todavía más, y es que gracias a esta inmersión, ningún detalle escapa a esta «realidad». Quizás como punto negativo, solo podemos achacarle su excesiva duración, sobre todo al principio de la película, que no resulta tediosa pero si redundante. Pero sabemos que Malick se gusta demasiado como para creer que esto le importa lo más mínimo. Y ni eso.
En definitiva, la mejor película de Terrence Malick desde El árbol de la vida. Sin lugar a dudas, debe de estar en el primer escalafón de su filmografía. Una experiencia agridulce pero ciertamente reconfortante, una mezcla entre impresionismo y expresionismo, solo por contemplar esa comarca y esas montañas austriacas ya merece la pena pagar la entrada.
Guillermo Asenjo Lara