LOS PECADORES: El blues como escudo frente a la esclavitud
Los pecadores es una de las películas del momento. De este momento, que en realidad es fugaz, con títulos que pasan rápidamente por las carteleras antes de llegar, en menos de tres meses de su estreno en salas, a las plataformas y al formato físico… las que aún se editan, que también cada vez son menos. En esta nueva forma de deglutir el cine, que no degustarlo, para eso tendríamos que detenernos más en él y decenas de producciones aguardan su turno cada semana para desbancar al top 5 y renovarlo con inmediatez, Los pecadores está encontrando un público que le está haciendo honor a la calidad que el film contiene, gracias a un boca oreja que se expande en redes sociales y entre los fans del género de terror, logrando que se esté consolidando como una experiencia más recomendable de ver en los cines que en casa.
Y está funcionando. Y tienen razón aquellos que aseguran que hay que correr para no perdérsela, antes de que reduzcan sus sesiones, o la quiten definitivamente. Porque sus 137 minutos son un disfrute inmenso. Y aún bebiendo de fuentes que ya conocemos, clásicos como Abierto hasta el amanecer o The Blues Brothers, consigue que aunque sea evidente que no inventa nada, lo reinvente todo.
La historia que cuenta es sencilla, como las de todas las grandes películas: dos hermanos gemelos, Smoke y Stack (Michael B. Jordan), regresan a su cuidad natal en la época en la que tanto la esclavitud como el Ku Klux Klan aterrorizaban a la raza negra, para comprar un vejo aserradero y convertirlo en un local en el que todos aquellos conocidos de toda la vida puedan tocar y cantar con la libertad que no tienen fuera. Lo que ninguno de los dos saben es que el mal acecha y que nadie estará a salvo de lo que la noche les tiene preparado.
Ryan Coogler, director de Creed. La leyenda de Rocky, Black Panther y Black Panther: Wakanda forever, nos sumerge en un experimento en el que mezcla varios géneros, dando paso del drama racial al musical y de éste al terror, con una fluidez asombrosa, a base de un montaje sobresaliente y una métrica muy calculada de pinceladas del siguiente género mientras estamos sumergidos en el anterior, de modo que cuando el nuevo llega no nos pilla desprevenidos, al contrario, lo vamos asimilando y comprendemos que Coogler nos había avisado de la manera más inteligente, cinematográficamente hablando, de aquello que estaba por venir, y a lo que, gustosamente, le damos la bienvenida.
Parece fácil hacer lo que Ryan Coogler consigue, pero no lo es. Mantenernos fascinados en la butaca. Menudo logro. Pero es que desde el comienzo el guión, escrito por él mismo, ya es un espectáculo. Su estructura, su mensaje -la música como sinónimo de liberación, de magia común a quienes la comparten-, el dibujo de sus personajes, tan importante para apreciar los cambios en ellos cuando estos llegan, o los maravillosos diálogos, para enmarcar, que vamos escuchando a lo largo de su metraje (‘A los blancos les encanta el blues, lo que no les gusta es de dónde viene’, que pronuncia el personaje al que interpreta Delroy Lindo) son los elementos que conforman el clásico en el que Los pecadores merece convertirse.
Cine de género, de varios géneros, pero también crítica social a una época en la que las personas negras estaban explotadas, marginadas y perseguidas. Los pecadores recuerda a Abierto hasta el amanecer pero tiene su propio estilo. Cocinada a fuego lento, con el mismo alma de blues que después se cantará y bailará, combinando distintos escenarios y dándole a la narración una tensión que creíamos perdida en el cine comercial contemporáneo, la cinta protagonizada por Michael B. Jordan tiene cuerpo de cine de culto y es un espectáculo de primer orden que se disfruta como tal.
Casi ningún fallo se le puede encontrar a Los pecadores. El único, tal vez, sea el casting de su protagonista, Michael B. Jordan, actor más bien limitado que no es capaz de interpretar a unos gemelos de forma diferente entre sí, sólo los distinguimos por sus nombres, y cuyo carisma es tan escaso que nos fijamos con mayor facilidad en los secundarios que lo rodean, caso de Hailee Steinfeld, la magnética Mary de esta ficción, o el apoteósico Delta Slim que Delroy Lindo hace inolvidable. Pero ni él es capaz de empañar una obra colosal que exprime el buen cine en cada uno de sus fotogramas.
Los pecadores funciona tan bien y es tan fascinante que lo que importa es el conjunto de cuanto vemos, no la disección de la película por departamentos, aunque su banda sonora, su sonido y su montaje sean auténticas filigranas a nominar a premios, esos que huyen del cine de género como si éste no existiera. Los pecadores es un todo perfecto que nos va mostrando sus virtudes a medida que la proyección avanza, y nos damos cuenta de hasta qué punto está todo pensado y medido para crear un nuevo referente del cine moderno. Una película redonda con alma de clásico.
Silvia García Jerez