LAS CHICAS ESTÁN BIEN: Días de teatro
Después de ver Las chicas están bien uno queda exhausto, agotado debido a tanta belleza arrebatadora, a tanta diversión, ternura y emoción, tanta frescura y originalidad en un mismo metraje, y lo primero que una piensa a la hora de escribir un texto sobre ella es que es una pena hacerlo en un ordenador en lugar de en las preciosas hojas de cartas en las que Itsaso Arana apunta los datos que van a conformar los créditos iniciales de la película. El bolígrafo con forma de pluma y relleno de tinta líquida va a ir mostrándonos en qué consiste lo que estamos a punto de ver: 5 chicas hablando, 7 días de verano y 1 casa de campo. 5 actrices ensayando la obra de teatro titulada como la película y escrita por la directora, quien por supuesto, dirige a sus cuatro compañeras en los distintos escenarios, sobre todo en la cama, el primordial.

tienen que ir a hacer la compra al pueblo para los días que van a estar allí
Las chicas están bien comienza con la llegada de las actrices a la casa en la que van a trabajar y a convivir. Una casa prestada con sus dueños dentro, pero no hay problemas de espacio, van a poder repartirse las habitaciones por parejas y la directora se quedará la suya, en la que también escribirá cuando sea necesario.
Una vez allí, y tras instalarse, toca hacer lectura conjunta del texto. Comprobar cómo suena en voz alta, si lo que se dice es creíble, si las actrices lo hacen creíble. Y es increíble asistir al proceso, todo un placer voyeur para quienes no solemos disfrutar de esa fase de la creación.
Después de la lectura empieza el ensayo, el de verdad, con el vestuario, con esos trajes impresionantes, y en los lugares apropiados, como esa cama emblemática que transportaron con tanto esfuerzo hasta colocarla en su sitio… y en su correcta dirección. Es el momento de que cada una de las actrices, Irene Escolar, Bárbara Lennie, Itziar Manero y Helena Ezquerro se vayan dando las réplicas. Empezamos a trabajar.
Por las mañanas ensayo, por las tardes relajación, convivencia, charlas interminables hasta el anochecer. Intercambio de experiencias, risas, nostalgia, conversaciones sobre la vida y la muerte, sobre el trabajo y cómo se traslada lo vivido a la interpretación. Y lo no vivido. También esto es importante, porque si eres un actor que no has experimentado lo que le pasa a tu personaje tienes más difícil saberlo transmitir. ¿O es algo factible? Preguntas, respuestas personales que pueden servir como genéricas si así te lo planteas, si consideras a que ti podrían valerte.
Las chicas están bien mezcla con extraordinaria pericia la realidad y la ficción. Hasta dónde llega el texto a interpretar, hasta dónde el ensayo, hasta dónde las anécdotas contadas por sus actrices. Da la sensación de que todo es verdad, de que la película respira autenticidad, de que cada escena se nutre del día a día de sus protagonistas, de que Itsaso Arana ha puesto a grabar la cámara y la ha parado cuando todo acaba, de que sus compañeras se han olvidado se su existencia y nos ofrecen un pedacito de sus vidas a tiempo real. Y es una experiencia preciosa estar asistiendo a algo tan mágico. Es teatro pero también es cine, es la vida y es un ensayo, es amistad y son unas chicas exponiendo su pasado, su presente y su futuro. Las chicas están bien supone una ventana a sus deseos, a sus ilusiones, pero también a sus miedos y a sus traumas. Y todo ello siendo siempre una película rebosante de ternura. Es una película apoteósica.
Y es una ópera prima, un debut impresionante de alguien que lleva mucho tiempo en la interpretación y en la creación de obras teatrales pero que es la primera vez que traslada una a la gran pantalla. Itsaso Arana, protagonista de La Virgen de agosto y de La reconquista, ambas de Jonás Trueba (es de suponer que la proximidad y la influencia de Trueba ha sido decisiva para ella), y actriz secundaria en la serie de Movistar+ Reyes de la noche e intérprete de la serie coral de Netflix Las de la última fila, siempre ha dado muestras de una capacidad arrolladora para impregnar de naturalidad cuanto toca, y también la sabe plasmar como directora. Su trabajo en este campo es magnético: llena de vitalidad una película que podría haberse quedado encorsetada en los límites del teatro en los que se mueve, en la fina línea que separa la rigidez de las tablas frente a la variedad que la cámara cinematográfica puede captar, pero logra que ésta se haga presente en una pantalla que no para de mezclar la tranquilidad de una estancia placentera con el ritmo de un propósito, el del ensayo que, incluso cuando las actrices no están en sus papeles, se siente presente.
Actrices, digámoslo ya, en estado de gracia. Es una gozada verlas a las cinco, directora incluida, desplegando su talento a cada minuto de metraje. Pero tal vez haya una que destaque por encima de las demás. Esa es Irene Escolar. Siempre perfecta, aquí superlativa. En personaje o en persona. Es un animal de la escena con el que se disfruta tanto contando un sueño como hablando por teléfono. No hay aspecto de su oficio que no domine. Resulta precioso, además, verla emparejada con una Bárbara Lennie que aprovechó su embarazo para añadir autenticidad al todo. Con ella ha compartido tablas y a ella la une un vínculo evidente, una amistad profunda que queda patente en este ensayo fílmico.
Un ensayo que también es una fábula, un cuento de verano, con sapo incluido, que se ve con el deleite de las cosas hechas para su disfrute, tu disfrute. Las chicas están bien es una película entrañable, llena de recuerdos, de vivencias, de secretos confesados a la luz del atardecer o del amanecer, aquí no importa el momento, estamos entre amigas y hay confianza a cualquier hora del día. Una película repleta de sonrisas, de esperanza, de amores presentes y futuros. Y de amor por el teatro y por la interpretación. Una película para paladear con gusto, rebosante de encanto y de maestría. Una película fabulosa.
Silvia García Jerez
Y viendo el resultado, parece fácil conseguir lo que Itsaso logra. Pero no lo es. Que la complicidad de las actrices se note