COMPETENCIA OFICIAL: El lado oscuro de los rodajes
Competencia oficial es un título con doble sentido. La película relata los ensayos previos a un rodaje que un magnate multimillonario (José Luis Gómez) quiere financiar para pasar a la posteridad por haber hecho algo intachable, una obra maestra incontestable que se reconozca como tal, además de como suya. Y para lograrla necesita trabajar con los mejores.
Él, que no sabe apenas nada de cine, se deja asesorar por la directora, Lola Cuevas (una magnética Penélope Cruz), una mujer célebre en el oficio tanto por su buen hacer como por sus rarezas a la hora de trabajar. No es nada ortodoxa pero todo el que se une a ella se lo perdona porque no hay nadie con mayor prestigio. Y es ella la que pide que se contrate a dos actores que considera imprescindibles: Félix Rivero (un sensacional Antonio Banderas) e Iván Torres (un imperial Óscar Martínez).
Actores cuyos mundos son muy distintos: el primero es un famoso actor en Hollywood, ganador de múltiples premios y responsable de muchas películas de éxito. El otro es un actor prestigioso que se mueve en el mundo del teatro, dando incluso clases a alumnos a los que mentaliza de la complejidad del oficio, y que no tiene ni de lejos la carrera de éxitos internacionales que adornan la filmografía de Félix.
La Competencia oficial empieza, extraoficialmente, desde el momento en que se conocen, porque nunca han trabajado juntos, y comienzan a hacer la lectura de sus respectivos personajes con el guión delante y Lola dándoles instrucciones. Ese es el primer sentido del título. El otro llegará cuando la película compita oficialmente en el festival de Cannes. Pero lo importante no es que acceda a ese escaparate cinematográfico, sino lo que ocurre en el camino a lograrlo.
Competencia oficial, coproducción entre España y Argentina dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat, es una sátira del mundo del cine, como ya hiciera Duprat en solitario con el del arte en Mi obra maestra. Una película llena de ironía y mala leche que nos acerca a la egolatría de quienes trabajan en la industria. Una comedia con tintes de evidente crueldad, en la que la carcajada aparece a ratos pero en la que sobre todo campa a sus anchas la crítica hacia quienes se dedican a aportarnos diversión a los espectadores.
Siempre habíamos imaginado que en los rodajes había rencillas. Pensad ahora en los de esas superproducciones en las que diversas estrellas se dan cita en el reparto. Después de ver esta película nos preguntaremos, con más fuerza si cabe, hasta qué punto son sinceros cuando responden a la prensa que se han llevado todos como si fueran los mejores amigos del mundo.
En Competencia oficial la hipocresía corre por sus fotogramas. Trabajo obliga, pero la forma de llevarlo a cabo revela la personalidad del actor, y el pasado es su mochila. Que dos intérpretes tan distintos tengan que ensayar, uno pegado al otro, dos semanas seguidas puede ser devastador. Hay que tener mucho temple para que no lo sea. Y claro, el temple se acaba. La realidad no es el cine.
Competencia oficial es una película absorbente, altamente interesante y poblada de verdad –la rueda de prensa en el festival es tan extrapolable a la realidad que eso la hace aún más divertida-, aunque se vele con el filtro de la comedia. La risa como canalizador de la crítica más dura hacia un oficio tan reverenciado y que da tanto dinero, si miramos hacia las producciones que lo logran. Por eso hay actores taquilleros, denominados Estrellas, y actores de prestigio, que a veces se unifican en un solo concepto –Tom Cruise, Julia Roberts-, pero normalmente mantienen esa separación.
Pero la película, más allá del morbo de ver a actores compitiendo entre sí, gira en torno a los ensayos de un rodaje. Es decir, es comprensible que pueda descolocar, cansar incluso, al tratarse de un ensayo perpetuo, con lo cual su narración acaba siendo muy lineal. Lo emocional queda para los tira y afloja personales, que vienen por episodios, como las escenas que dividen los guiones. Así la base puede llegar a ser tediosa al centrarse en ensayos en un solo escenario, en la casa donde los llevan a cabo, pero resulta apasionante cómo va enlazando los métodos de trabajo –esa, mítica ya, piedra descomunal situada encima de sus cabezas- con la forma de ser de los actores.
Competencia oficial resulta ser, por lo tanto, un retrato fidedigno de las guerras internas en las películas. Tal vez un poco exagerado, sobre todo el tramo final, no olvidemos que estamos en una ficción, pero contiene más verdad de la que parece. De hecho, hay anécdotas reales incorporadas a la película, como el momento en que Félix calienta su voz gritando ‘Grajo’ y ‘Cartagena’. El barniz de la comedia sirve para que no sea tan hiriente, la risa siempre aplaca el drama, pero éste permanece y sirve como base creativa.
Competencia oficial es una historia que habla del cine dentro del cine como ya hicieran El crepúsculo de los dioses o El juego de Hollywood, y siendo éstas películas mucho más redondas, y en las que no sobran sus tramas secundarias, podemos concluir que da igual que se trate de una comedia o de un drama, de un thriller incluso: el cine siempre será una industria complicada en la que trabajar y no por reírnos de ella va a serlo menos.
Silvia García Jerez