EL MENÚ: La disección de las élites

Desde que se presentó en el festival de Toronto, el 10 de septiembre, El menú no ha hecho más que recibir alabanzas. Y no es para menos. Se trata de un ejercicio cinematográfico valiente y arriesgado que aún así resulta satisfactorio. Pero hay que tener estómago para disfrutarla, nunca mejor dicho.

Porque El menú nos cuenta la historia de una pareja, Tyler (Nicholas Hoult) y Margot (Anya Taylor-Joy), que acude, junto con otras y algún grupo, todos ellos muy elitistas, a una experiencia culinaria única por la que han pagado una cantidad de dinero estratosférica. Pero la ocasión lo merece: la cena se servirá en un restaurante exclusivo situado en una isla a la que, lógicamente, se accede en barco, y una vez allí se encontrarán con el chef de los chefs, el renombrado y fabuloso genio Slowik (Ralph Fiennes), un tipo extraño que les tiene preparadas unas cuantas sorpresas en los platos del menú.

Margot (Anya Taylor-Joy) y Tyler (Nicholas Hoult) 
antes de embarcar rumbo a la gran cena. El Menú
Margot (Anya Taylor-Joy) y Tyler (Nicholas Hoult)
antes de embarcar rumbo a la gran cena

Ese es su argumento, pero su desarrollo es escalofriante. Calificada como comedia porque tiene mucho humor, aunque muy muy negro, en realidad se trata de un estresante, asfixiante por momentos, paseo por lo peor del elitismo pijo que cada día más va poblando el mundo culinario. Emplatados, con pinzas, de raciones mínimas, nomenclaturas imposibles llenas de ingredientes desconocidos, la exquisitez protagonista de una película que en realidad se ríe de ella.

Los asistentes a esta fabulosa cena son solo personas que pueden permitirse una experiencia de este nivel. Críticos gastronómicos de las mejores publicaciones, estrellas de cine, empresarios con abultadísimas cuentas corrientes. Ese tipo de clientes que, en realidad, para el chef que les sirve, no son sino gentuza. Por eso les prepara con esmero cada plato, que les explica con minuciosidad haciendo especial hincapié en los detalles, requiriendo para ello toda su atención con un método un tanto invasivo. Y es que exige que, a su vez, se la presten.

Todo está pensado por Slowik, cada paso, cada instrucción. Cuanto ocurre en El menú él lo sabe porque lo tiene controlado. Es su territorio y ahí manda él, al contrario que esa gente que tan importante se cree, pero que para él, en fondo, no es nadie. Y se lo va a hacer saber.

El menú es crítica social vestida de cine de terror. Y es tan original que el espectador no puede adivinar nada de lo que va a ocurrir a continuación. Y eso es un logro incontestable. Vamos a pasarlo mal porque no sabemos cuál es el siguiente movimiento. En esta película de miedo no hay sustos al final del pasillo, estamos tan indefensos como los comensales.

Mark Mylod, director de la aclamada serie Succession, pone imágenes al guión de Seth Reiss y Will Tracy con una precisión de cirujano, sirviendo con pinzas cada sorpresa de la película para que tenga el efecto atronador que nos producen. Su comienzo es magnífico pero desde la llegada de los comensales a sus mesas la genialidad no hace sino aumentar. Y las barbaridades se van sucediendo. Es todo tremendo. Aquí no hay filtros, y lo demuestra el personaje de Elsa (Hong Chau), jefa de cocina y mano derecha del chef que, con suavidad pero sin sutileza, deja claro que en esta cena no hay ni compasión ni tregua.

El chef Slowik (Ralph Fiennes) supervisando el emplatado de sus creaciones. El Menú
El chef Slowik (Ralph Fiennes) supervisando el emplatado de sus creaciones

El menú es tan corrosiva que resulta hiriente. Aquellos que estén inmersos en el mundo de la gastronomía de élite pueden sentirse ofendidos. La ironía tiene un límite y la película lo sobrepasa con creces. Es una bofetada a la burbuja del mundo de la cocina exquisita, que va aumentando los precios de manera espectacular y la sociedad lo asume porque está de moda, entre otros motivos por la generalización mediática del ámbito de los fogones.

Y el humor negro funciona porque ataca directamente a lo más oscuro de quienes pueden permitirse acceder a la exquisitez. Pero debido a lo subversivo del relato, a que no solo el menú es moderno, también lo es la narración que nos lo acerca, nos estremece como espectadores. Porque ni los comensales ni nosotros sabemos a qué atenernos, y por eso el guión también es exquisito. No apto para cualquier paladar pero sí confeccionado con los ingredientes que confieren a ciertas obras la potestad de convertirse en títulos de culto.

Puede llegar a pensarse que el tramo final es mucho más que loco, es desquiciado, que se les va la mano y no saben cómo acabarla. Todo lo contrario. Tan medido está el conjunto que la moraleja es aún más demoledora. La conclusión a la que llegamos es, de nuevo, una paliza para quienes están del lado de lo más granado. Con el plano final se completa la obra magna y salimos sabiendo que el chiste era una crítica y que en realidad los responsables de la película querían agitar lo asentado que tenemos que el mundo gastronómico se haya convertido en un escaparate de delicatessen a la vista de todos pero al alcance de muy pocos.

Silvia García Jerez

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