DAVID GAITÁN.
David Gaitán, Director de escena, actor, dramaturgo, docente. Ha escrito alrededor de 30 obras de teatro y dirigido una veintena de montajes. Su trabajo se ha presentado en países como Alemania, Estados Unidos, España, Argentina, Uruguay, Colombia, Francia, Costa Rica, Singapur. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores en México.
LA CRONOSFERA: ¿Qué te encontrabas haciendo antes de que se declarara el estado de alarma en México?
DAVID GAITÁN: El 2020 para mí pintaba profundamente activo, teatralmente hablando; estaba muy entusiasmado porque la mayoría de los proyectos se realizarían fuera de mi ciudad. En marzo pasado reestrenamos una obra de teatro en Xalapa, Veracruz, Beisbol, de mi autoría. Dimos un fin de semana de funciones y tuvimos que parar. Hace un par de meses Rogerio Baruch, actor de la obra, falleció por COVID. Fue muy duro.
Tenía un viaje a Costa Rica para hacer audiciones para una obra, Las Brujas de Salem; recuerdo que tenía que viajar un lunes y ese mismo día en México la conversación sobre el virus entró con contundencia, llamé por teléfono a Costa Rica para saber cómo estaba el asunto allá, si era prudente hacerlo o posponerlo, optamos por la segunda. Quince días después tenía previsto viajar a Colonia, Alemania, para dirigir una obra con la compañía Schauspiel Köln. Se cancela Costa Rica, 48 horas después se cierran fronteras en Europa y ese proyecto también se cae. En julio teníamos un estreno en España, en el festival de Mérida. Hablando con Domingo cruz, productor de la obra, decíamos que para julio todo se iba a resolver, no imaginábamos lo que venía. Todo esto me colocó en un limbo muy particular, se hizo un hoyo en la agenda como nunca había tenido, ni en vacaciones.
«En un primer momento estaba muy peleado conmigo mismo, con el mundo, y con la comunidad artística»
Finalmente, el montaje en España sí ocurrió, justo cuando el país estaba en el ojo del huracán. En julio inauguramos el festival de teatro clásico de Mérida con una versión mía de Antígona. Era extraño saber que México pasaba su peor momento mientras yo hacía teatro presencial en el Teatro Romano de Mérida. Reconocía que esta extraña culpa era absurda, pero estaba ahí. Además, el hacer teatro mientras el mundo pasaba por lo que pasaba tenía un efecto doble: al tiempo que me hacía mucho sentido, me resultaba un gesto superficial. Finalmente, cuando la gente llegó al teatro, más allá del contenido de la obra, el ritual de encuentro que convoca la escena, ver a las personas dispuestas a asumir las incómodas medidas de salud con tal de reunirse… Eso me regresó el sentido de vocación que, como a muchos colegas, me tenía angustiado. Fue toda una experiencia, los Reyes de España en el estreno de una obra fundamentalmente política y contestataria, un alucine por donde se le viera. Al terminar ese proceso regreso a México a un estado de confinamiento importante que continúa hasta la fecha, en este momento incluso un poco más severo. Muy ezquizofrenizante.
A nueve meses de que inició todo esto he pasado por distintos lugares. En un primer momento estaba muy peleado con el mundo, la comunidad artística, conmigo mismo… No sabía si como artistas teníamos la responsabilidad cívica, ética, artística, estética, de articular algo que pudiera dar salida a lo que estaba sintiendo el mundo. Si lo fraseo así, por supuesto que me embulle una sensación de que sí, claro que hay que hacer algo. Y en la misma proporción, la pregunta ¿podemos dejar de producir? tomaba mucha fuerza. ¿Es válido detener la maquinaria, observar y permitirnos la experiencia del asombro en primera persona? Y claro que también respondo que sí.
«Tuve mucha euforia por poder hacer una obra, pero también cierta culpa porque era el único que estaba trabajando en un momento así»
En México las artes están muy precarizadas; vivir de esto implica, entre otras cosas, que no puedes parar. Yo llevaba años en un ritmo muy frenético y esto también fue una oportunidad de hacer un alto, descansar incluso, e invocar la calma. Cabe decir que admiro a quienes se volcaron al teatro digital y que -heroicamente- generaron material; ese contenido es un testigo indeleble de este momento paradigmático.
Después, me asumo rebasado, con poca capacidad de articular lo que siento o hacer proyecciones sobre lo que pasará. Me he refugiado en la escritura, que al final evoca un contexto laboral replicable en un estado de cuarentena.
LA CRONOSFERA: ¿Hacía dónde crees que va el teatro?
DAVID GAITÁN: Una vez que la sensación de peligro se vaya, intuyo una euforia particular. El teatro es por antonomasia lo opuesto a una cuarentena: fiesta, encuentro, carnaval… Anticipo una gran fiesta de todo el ghetto teatral, espectadores incluidos. Ojalá haya una euforia similar a nivel de instituciones, fondos y apoyos.
Se ha abierto un nuevo horizonte de metáforas. La realidad ha impuesto un filtro hasta a las ficciones que se hicieron antes de la pandemia; se valora la cercanía, lo que implica un encierro, el contacto… Hay una serie de cosas que dábamos por hecho y ahora entran a un nuevo registro simbólico; el arte es el gran responsable de canalizar esto. Habrá que articular el trauma, y ese dolor nutrirá el panorama de interpretación.
En México prácticamente no hubo apoyos especiales para la comunidad artística; tampoco hay seguridad social o medica para el gremio. Sin embargo, acá la tragedia convoca a una solidaridad inusitada (rasgo de carácter nacional que nos enorgullece). Mucha gente se volcó a hacer lo que podía; por ejemplo, cocinar y vender su comida. La comunidad respondió y se hizo una red de apoyo bastante inédita. Por supuesto que eso no borra la devastación que ha implicado la pandemia para la comunidad artística.
«Articular todo este nuevo trauma, que yo esperaría que enriqueciera el panorama de la interpretación»
Me resisto masoquistamente a imaginar el final, no quiero generar una expectativa que no se cumpla. Tengo cosas en el horizonte pero todas están con un signo de interrogación. Me concentro en ahorrar, asegurar mis gastos fijos y por lo tanto mi tranquilidad. Junto a eso, trabajo todo lo que puedo desde casa. En México empiezan a llegar las primeras cargas de vacunas, eso me ilusiona.
Añoro ir a ensayar, quitarme la mascarilla, las fiestas, los tumultos, las reuniones. Pienso más en ello que cuando estábamos bien. Los eventos deportivos, el cine, las manifestaciones públicas, las discusiones en el congreso… Daba por hecho el encuentro y ahora me resulta magnético. Será como regresar de un largo viaje.
En lo íntimo, extraño los rituales de bajo rango, esos que nos dan estructura: la compra en la frutería, el saludo habitual, el bache de siempre. En lo global, no sé. No me siento capacitado para decir «esta es la reflexión que tenemos que hacer».
«Añoro ir a ensayar, añoro quitarme la mascarilla, añoro las fiestas, los tumultos, las reuniones, más de lo que pensaba en ello cuando estábamos bien«
La agresión sistemática al medio ambiente, ahí habría que reparar. Ojalá esta reflexión ocurra en la mente de los grandes líderes del mundo, creo que se necesita impactar masivamente con políticas públicas radicales para dar ese golpe de timón. No sé si volvamos a un mundo mejor, pero tampoco creo que lo que teníamos era decididamente nefasto. Como decía, la pandemia me ha hecho valorar cosas que dábamos por sentadas, por lo que hay algo de aquella normalidad cuyo regreso sí anhelo.
La pandemia ha hecho brotar pulsiones profundas, algunas edificantes y otras vergonzosas. Pasamos de la fantasía autoritaria a la solidaria en un parpadeo. Al final, conocerte a ti mismo, aunque provoque miedo o vergüenza, supongo que siempre será para bien.
La pandemia es un velo que nos cubre a todos. Estamos en un gran luto por lo perdido, desde los seres queridos hasta la luz del sol. Encima no hay a quién culpar y el dolor sale por los lugares menos recomendados. El arte será fundamental.