El Doble Más Quince: Recuperar la Ilusión De La Partida
El Doble Más Quince es una de esas películas que muchos, pecando de gafapastismos varios, denominamos pequeña, de sentimientos, cuando debería ser al contrario, grande y emocional, ya que siempre será más fácil dar vida a un superhéroe que nadie vio jamás fuera del papel, que a unas personas sencillas impregnadas de conflictos vitales, puede que incluso vecinos de nuestro mismo rellano.
Esto, y solo esto, ahí es nada, es lo que nos trae Mikel Rueda, responsable tanto de la dirección como del guion de El Doble Más Quince, que pasó por la sección oficial del Festival De Cine Español De Málaga de este 2019, y que este viernes llega a las pantallas, casi cerrando febrero puesto que este año es bisiesto, lo que nos permitirá un día más para reflexionar, descubrir, entender, saber…
En El Doble Más Quince, aunque lo pudiera parecer, no vamos a encontrar hilos de La Pequeña, Lolita o En Brazos De La Mujer Madura, ya que no se usan para dar cuerpo ese tipo de trenzados emocionales aquí. Nos acercaremos más bien al patrón de Antes Del Amanecer, trazando una historia, acotada por un entorno desenfocado, que se definiría con una frase claramente tintada de secretas almodovaríanas flores como podría ser: huyendo de mi vida me topé con la tuya.
Pero no veremos estupendos sentimientos noveleros en huecos de escalera ni taconeos improvisados en la plaza mayor. Aquí, de entrada, hay un primer lugar en tierra de nadie donde dos personajes interpretados por una Maribel Verdú llena de emociones por decir, con las mismas ganas de vivir que en Y Tu Mamá También, y un Germán Alcarazu, que vuelve a enfrentarse, con buen resultado, a una cinta llena de diálogos a dos, como ya hiciera en A Escondidas, también de Rueda.
Sea como fuere, a medida que se van planteando los hechos, ambos nos ganan por empatía, invitándonos a seguirles por una juguetona noche de fin de semana, tachonada de confidencias, mentirosas excusas intencionadas, y verdades obvias que el salto generacional se empeña en sepultar a golpe de ese desconocimiento del que llegó más tarde, o de esa ficticia sapiencia del que cree que ya tocó techo.
La edad es un número genético, no vital, los hay que aún con las sienes plateadas, o tintadas, siguen emocionándose, desde la risa, recordando las noches de farra que la monotonía de la madurez se supone tiene, sí o sí, que borrar, y también los hay que con la vida por descubrir, quizá ya descubrieron lo que no era necesario. El cumpleaños debería ser solo ese día en el que nos paramos a pensar en todo lo que aprendimos los unos de los otros, y no una cifra tacha rumbo al final.
El Doble Más Quince, no es perfecta, no, pero tampoco es una historia de amor al uso, ni de esas de atracción sexual incorrecta, ni de esas románticas que acaban con happy end, es más bien un tiempo que dos seres humanos aprovechan para dar sentido a ese punto en el camino en el que la vida los ha puesto. Y qué siempre deberíamos luchar por vivir. Por el momento, ver.
Luis Cruz