Jojo Rabbit: Crecer en el filo de la bayoneta
Jojo Rabbit, como le sucediera en su momento a El Imperio Del Sol y Esperanza Y Gloria, es parte ya de ese exclusivo grupo de cintas, digamos, premiables en estos primeros días de 2020. Y podría perfectamente ser un guion firmado por el oscarizado Roberto Benigni, que trasladase a la pantalla grande el multipremiado Wes Anderson, pero que es en realidad una adaptación cinematográfica de la novela de Christine Leunens llevada a término por el responsable de la divertida serie Lo Que Hacemos En Las Sombras, secuela televisiva de ese insólito documental sobre vampiros de mismo nombre, Taika Waititi, que se reserva en la que nos ocupa, Jojo Rabbit, varios roles: guionista, director y actor, ahí es nada.
Teniendo en cuenta lo comentado, y viendo que el reparto en su conjunto está más que bien, con subrayado para Scarlett Johansson, Griffin Davis y Sam Rockwell, queda meridianamente claro que del hecho de que Jojo Rabbit no acabe de cuajar el 90%, por no ser malos, es del co-director de la, por otra parte, muy acertada serie intergaláctica The Mandalorian.
Jojo Rabbit juega desatinadamente con el paisaje del nazismo, sin echar ni un mínimo vistazo a Ser O No Ser o La Niña De Tus Ojos, que consientes del hecho histórico no dejan de ser divertidas, para hablarnos, ahí uno de sus aciertos, de lo importante que es inculcar valores reales, afines únicamente a la causa humana, a los que llegarán después de nosotros, y que por lógica vital habrán de seguir en nuestro maltratado mundo una vez partamos, convirtiendo las fakes news en propaganda bélica, remarcando el miedo al desconocido simplemente por el hecho de serlo, que tan vigentes siguen estando. Y todo ello, más algunos apuntes que no revelaremos por tema spolier, a fin de trazar una desnortada hoja de ruta que (crucemos los dedos para que no) parece haber dado con un túnel a nuestra actualidad.
Jojo Rabbit podría haber sido una película ejemplar, que no ejemplarizante, pero andar en el filo de la bayoneta narrativa, sin provocar cortes en la moral de los espectadores con marcado perfil histórico, es el gran reto, puntal de todo, que no acaba de conseguir, desvirtuando el mensaje final: Aprendamos De Los Errores, manchando de borrones, por ende, todo el metraje, al dar exagerado protagonismo, quizá demasiado alegremente, otra vez, a un pepito grillo de recortado bigote y flequillo démodé, que tan jocosa, crítica y certeramente sí se supo retratar en clásicos socarrones como El Gran Dictador, o éxitos recientes, con contrastada perspectiva, como Mein Führer.
Pero ésta es solo una opinión concreta, basada en una percepción de la existencia y los errores históricos, ya que también los hay que siempre creyeron que la que se perdió en El Laberinto Del Fauno no fue una joven de nombre Ofelia sino la última princesa de una estirpe condenada a desaparecer.
Para reírse del pasado, hay que tener muy presente el presente en el que sonarán las carcajadas, para que éstas en el futuro no acaben resonando como los rugidos del monstruo que se despierta en la caverna que ya no será capaz de contenerlo, quitándonos de un plumazo el derecho a seguir bailando. Por favor, busquemos la forma de que los conejos sigan saliendo solo de las chisteras, y no de las zorreras.
Luis Cruz