INTEMPERIE: El niño que quería sobrevivir
Intemperie, la película que ahora se estrena de la mano de Benito Zambrano, es una obra que nace de la novela que Jesús Carrasco publicó en 2013, en la editorial Seix Barral, y que conoció un éxito tan descomunal como lógico debido a la calidad apabullante que se encontraba en su literatura.
En las páginas de la novela se contaba la historia de un niño que decide desaparecer del pueblo en el que vive, o más bien malvive, por culpa de un capataz que los tiene a todos estrangulados con un trabajo, un trato y un pago absolutamente inhumanos.
En su huída, realizada con mucho tacto porque los secuaces del capataz están tras sus pasos, encuentra un pastor que le ofrece ayuda y con él va recorriendo la aridez del camino que lo separa de la ciudad.
Pero los hombres del capataz no dejan de seguirlo, por lo que el trayecto para el niño y el pastor, al que siguen de rebote, se va a tornar cada vez más difícil intuyendo que en algún momento puede ser que den con ellos.
Intemperie, la película, cuenta esto mismo, pero lo hace con imágenes tan vibrantes como las páginas de las que procede, y con actores que dan vida a los personajes que Carrasco dibuja de maravilla: un Luis Tosar fabuloso en la piel del pastor bonachón y profesor de la vida para un niño que en realidad la está comenzando, ese Jaime López que a pesar de su edad ya fue el pobre hijo de Natalia de Molina en Techo y comida, y quien, como niño que huye ahora, y se convierte en coprotagonista junto a Tosar, no desmerece en absoluto en su interpretación.
También encontramos en el reparto a Luis Callejo, el capataz, odioso y terrorífico pero personificado con la presencia y la contundencia con la que estos personajes conducían sus terrenos en los tiempos en los que data la historia, los años inmediatos al fin de la guerra civil, en pleno inicio de la postguerra.
A sus hombres, los del capataz, los interpretan Vicente Romero y Kándido Uranga, dos actores a los que el gran público debería conocer como a Tosar, porque son tan grandes como él, y aquí lo demuestran de nuevo, dando un baño de terror al espectador cada vez que los sentimos más cerca de los protagonistas.
Y por último, el tullido al que interpreta Manolo Caro es uno de esos personajes que se quedan en la memoria. Uno de esos seres olvidados que cuando los encuentras no puedes sino entrar en shock y desconfiar. Está espectacular, Manolo en este papel, y su fragmento en la película es de los más llamativos, sin que Caro haga nada más que estar, sin sobreactuar, ya su aspecto físico le da el personaje, y él, como actor, lo asume y, nunca mejor dicho, actúa en consecuencia.
Intemperie, como novela, es árida, es compleja, no para y no da respiro, pero nos deja claros sus paisajes y sus dificultades técnicas en caso de que algún director osado la quisiera llevar al cine. Pero como no hay nada que a Benito Zambrano se le resista, y no es la primera adaptación que borda, porque La voz dormida, basada en la novela de Dulce Chacón ya nos arrancó rabia, lágrimas y amor profundo por la película resultante, Zambrano se pone a los mandos de otro reto que resuelve con la facilidad de quien queda para tomar un café.
Desde el primer momento, Intemperie goza de una fuerza narrativa desgarradora, pero sin dejar de lado la ternura en los diálogos que la requieren. Luis Tosar, firme pero comprensivo con un niño al que ve reticente a hablar porque intuye que su vida no ha sido fácil, tiene un personaje maravilloso al que sabe dotar de la complejidad de quien no se mueve de sus principios y para ello ha de caminar por aguas más que turbulentas.
El pequeño, asustado, intentando hacerse una composición de lugar para la que no está preparado por edad pero al que las circunstancias lo han obligado, es un prodigio en la pantalla. Sus silencios, que son gritos de auxilio, sus palabras, que son peticiones de clemencia, convierten a su niño sin nombre en todo un icono de libertad en tiempos en que soñarla era hasta un pecado.
Y Benito Zambrano narra todo esto con la grandeza con la que entró en el cine y de la que aún no ha salido. Con cuatro películas en su haber, Solas, Habana Blues, La voz dormida y ésta que ahora nos ocupa, Zambrano se ha convertido en un director a la altura de Víctor Erice, quien con también escasos títulos en su filmografía es una leyenda vida del cine.
La puesta en escena, la tensión con la que se va congelando el alma a medida que se van desarrollando los acontecimientos, la música de Mikel Salas, que lo envuelve todo en un halo de belleza inmensa, hacen de Intemperie una obra de arte que se podría ver en un móvil, tal vez pase con algún espectador que la descubra de ese modo, pero que necesita de una pantalla grande para lucir en todo su esplendor.
Intemperie es un regalo para los lectores de la novela de Jesús Carrasco, que la convirtieron en un éxito y que tal vez no se crean que se pueda llevar al cine con la maestría con la que está contada en palabras, pero no hay razón para pensar que Benito Zambrano no pueda conseguirlo. Cuando se anunció el proyecto su nombre ya era una garantía de que veríamos una adaptación maravillosa de un libro complicado de trasladar de un medio a otro. Y lo ha logrado con la honestidad de quien maneja la cámara con solvencia y con la genialidad de quien no sabe hacer películas malas.
Silvia García Jerez