TECHO Y COMIDA, el retrato de la desesperanza
Rocío es madre soltera, lleva alrededor de tres años en el paro y ocho meses sin poder pagar el alquiler del piso donde vive en Jerez de la Frontera. Su única ayuda oficial es acudir a la llamada que le permite repartir octavillas en la calle dos veces por semana, gracias a lo que obtiene 200 euros al mes para comprar algo de alimento. La ayuda no oficial que dispone, al no tener familia en la que apoyarse, es una vecina que le ofrece lo que necesite, incluso pagarle la factura de la luz.
Esa es la coyuntura en la que se mueve Techo y comida, ópera prima de Juan Miguel del Castillo, que bien podría haber firmado Benito Zambrano, porque la película tiene su misma contundencia, su aridez, su sequedad y su punto de humanidad al poner la cámara donde pocos quieren hacerlo, al lado de personajes despojados de glamour pero con toda la luminosidad de aquellos que no quieren dejarse vencer.
Del Castillo realiza una obra digna de maestro, una disección casi siniestra del descenso a los infiernos de una mujer que pese a demostrar toda su voluntad para invertir su situación ve sus sueños arrastrados por el fango que la retiene y del que no logra salir, ni con malos ni con buenos modales.Natalia de Molina, que hace un par de años se hizo con el Goya a la mejor actriz revelación por Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, no ha parado de crecer desde entonces. La hemos visto en Cómo sobrevivir a una despedida o en Sólo química, pero ahora vuelve al drama con una interpretación que puede situarla de nuevo a las puertas del premio de la Academia.
La película comienza con ella y, aunque haya muchos personajes a su alrededor, es Natalia la que sustenta un film maravillosamente construido que, aunque pueda acabar recordándose por la grandeza de su protagonista, no hay que hacer de menos en su conjunto. Si acaso, el único «pero» cabe encontrarlo en el pequeño Jaime López, Adrián en esta ficción casi documental, al que no siempre se le entiende como debería.
Mención aparte merece una secundaria imprescindible de la escena española, Mariana Cordero, a la que hemos visto en la estupenda La torre de Suso, en la sobrecogedora Solas, en la sobrevalorada Princesas y en la apocalíptica 3 días, primera de las producciones de Antonio Banderas, posiblemente la menos conocida de todas las citadas, pero no por ello menos reivindicable. Mariana se convierte aquí en María, la vecina con el corazón más grande que la casa, que no tiene inconveniente en echarle una mano a Rocío en todo lo que ella necesite.
Como película pequeña que es, modesta y exenta de trucos para hacer más llevadero el camino a lo inevitable, será de las que muchos potenciales espectadores descarten porque ir al cine a ver dramas es lo último que desean. Lógico, por otro lado, pero, cosas a veces incomprendidas por el público cuando llega la hora de los premios, son las películas descorazonadoras las que tienen más tirón en las candidaturas, y por lo tanto, Techo y comida, más tarde o más temprano se tornará imprescindible para estar al día. Así que, con un poco de suerte, más que aquella de la goza Rocío, la película acabará siendo un título de referencia.
Silvia García Jerez
@Silbidos