LA REVOLUCIÓN SILENCIOSA: Adolescencias truncadas
El cine, habitualmente, es considerado un espectáculo en concepto de entretenimiento. Pongamos por caso… Origen, de Christopher Nolan. Un buen ejemplo de cine espectáculo, ¿no? Pues para muchos mejora si lo convertimos en un evento: todos los estrenos de la saga Star Wars, diríase.
Ahora, ¿qué pasa si el cine, sin dejar de ser un espectáculo, logrando los efectos del que nos mantiene pegados a la silla, se pasa al lado minoritario con un contenido no concebido para que lo vean millones de personas como único fin de la realización del mismo? Que se mantiene en su concepción de arte.
La cinta alemana La revolución silenciosa entra de lleno en la definición del cine como arte, pero también en el de saber mover conciencias, en el de repasar la Historia con mayúsculas, es decir, la que ocurrió, no la que narra argumentos por definición, y la que dando luz a un hecho horrible nos incita a desear que no vuelva a ocurrir.
La revolución silenciosa cuenta lo que le pasó a una clase es estudiantes adolescentes en la República Democrática Alemana cinco años antes del levantamiento del Muro de Berlín. La opresión se sentía en la calle de una forma brutal y la educación era cercana a la militar, tanto en las escuelas como en los hogares, y en esas circunstancias un grupo de chicos se enteran del levantamiento en Hungría contra la invasión rusa. Y deciden por mayoría, no por unanimidad, solidarizarse con ellos guardando un minuto de silencio una vez comenzada la clase.
Lo que parece un inocente acto de apoyo simbólico se torna al instante en una bola gigantesca de serios problemas a los que ninguno de ellos pensó jamás que fuera a exponerse. Los profesores y autoridades del colegio toman su gesto como una rebelión contra la ideología del país y las consecuencias son tan inimaginables como profundas. Hasta tal punto que sus vidas no volverán a ser las mismas.
Por lo tanto, La revolución silenciosa es un espectáculo, sí, pero no de los que se componen de efectos visuales sino de los que muestran sin tapujos y en toda su sordidez aquello de lo que es capaz el ser humano. Y sí, el ser humano puede ser tan destructivo o más que un monstruo venido del espacio. O peor, porque en ese caso el monstruo ya está entre nosotros.
Lars Kraume, director conocido en nuestro país gracias a El caso Fritz Bauer, lleva al cine la novela escrita por Dietrich Garstka, uno de los estudiantes que vivió esta pesadilla y al que en la película interpreta Tom Gramenz con el nombre de Kurtz, que es el estudiante de quien surge la idea de llevar a cabo ese tiempo de protesta.
Kraume, en su visita a Madrid para presentar la película afirmó que le había enseñado la cinta a los estudiantes que aún sobreviven y que éstos le habían expresado su total aprobación al respecto del resultado. Lo que hace de La revolución silenciosa una película aún más terrorífica: si eso pasó, y pasó así, no hay película de terror que lo supere.
Con una contención admirable, Kraume no es efectista, ni hace concesiones a que un hecho fuera más perturbador que otro. Cada paso hasta la consecuencia final lo trata como el espanto que fue, con la incredulidad en la mirada de los chicos, incapaces de asumir que su gesto se desmadre de ese modo. Porque no son lógicas las dimensiones que adquiere. Tal vez sí para el régimen en el que viven, para los mandatarios que lo ordenan, pero no para una mente que no concibe que un acto simbólico se transforme en una tragedia.
Por lo tanto, La revolución silenciosa es un film doloroso de hondas repercusiones y que lejos de ser minoritario debería, aunque no lo conseguirá, transformarse en el cine espectáculo que también es el que entra en tu mente y no te suelta, porque como humanos que somos debemos asimilar que cuando sale nuestro monstruo somos capaces de las peores cosas.
Silvia García Jerez