SORDO: Huida en el silencio
Sordo, primera película de Alfonso Cortés-Cavanillas, está basada en un cómic. Solo con ese dato a muchos ya debería picarles el gusanillo que el medio que mezcla escritura y dibujo despierta siempre a los amantes de lo que también se llama novela gráfica.
Lo que ocurre es que, por lo general lo suelen ser de Marvel o DC. O de ambos sellos a la vez, que son quienes llenan los cines cuando un superhéroe puebla la pantalla, y en Sordo no van a encontrar a ninguno de esos que les hacen felices.
De hecho, todo lo contrario. Con quienes van a encontrarse es con superhéroes pero de los de verdad, de los que se jugaron el cuello en la Guerra Civil española y la perdieron, y de quienes, al ganarla, persiguieron a los vencidos.
Porque Sordo, publicada por Astiberri Ediciones, y firmada por el guionista David Muñoz y el dibujante Rayco Pulido, habla de maquis y de los militares que los asediaron, y en concreto se centra en dos protagonistas, el que es apresado tras la explosión a destiempo de un puente que los republicanos pretenden sabotear, y el que se queda sordo tras esa misma explosión y consigue escapar, iniciando desde entonces una huida sin descanso para intentar salvar su vida.
En ella, en esa huida, la sordera de Anselmo será un continuo contratiempo, nada es fácil con esa discapacidad y mucho menos en tiempos hostiles, y la tortura a la que es sometido su compañero de hazañas para que confiese algo que en realidad desconoce, dibuja un panorama desolador sobre los dos personajes centrales de la historia.

Sordo, cómo no, será veneno para todos los que no quieren héroes reales en la gran pantalla. Para muchos espectadores, si no prima la fantasía la película no les vale. Pero solo hay que darle una oportunidad para que Sordo resulte apasionante, aunque tenga sus grietas y sus fallos.
Pero ni las primeras ni los segundos se encuentran en el sensacional prólogo al que siguen unos títulos de crédito iniciales como hacía mucho tiempo que no veíamos. Qué poco se cuida la secuencia de créditos para presentar con fastuosidad y elegancia al equipo que va a intentar hacer ameno el próximo rato en la sala oscura. De hecho, la mayor parte de las veces se reservan para el final de la película, para cuando el público se marcha sin molestarse en saber quiénes son los artífices de aquello que han elegido ver.
En el caso de Sordo, la secuencia de créditos nos predispone para un gran largometraje. Nos estremece y nos sacude para llenarnos de una admiración que no sentíamos por ellos casi desde los de Balada triste de trompeta, una obra maestra de la presentación de un equipo.
Tras ella, nos enfrentamos ya a la huida del sordo, de ese hombre acorralado y sin salida que busca, como una cucaracha, cualquier agujero en la pared para usarlo como escape.
Y lo cierto es que casi en su totalidad consigue convencernos, gracias a personajes fantásticos como el del Sargento al que interpreta un Imanol Arias a la altura de su mito, al de la mercenaria rusa a la que ningún encargo se le tuerce (Olimpia Melinte, a la que conocimos como las hermanas gemelas de Caníbal), o el de la mujer que a la espera de que su marido regrese esconde a Anselmo tras una cortina de no muy convincente textura para procurar pasar desapercibido.
Gracias también a unas secuencias sublimes, como las que tienen lugar en un bar o en una cueva, que hacen de Sordo un ejemplo de tensión y de angustia a favor de un personaje al que a cada rato le cuesta más llevar a buen término su supervivencia.
Y todo esto lo cuenta Sordo con un nivel técnico cercano a la perfección que desplegó Handia. La fotografía de Adolpho Cañadas remite a la de aquella joya premiada con 10 Goyas a falta de los dos más importantes pero igual de merecidos que los que obtuvo. También la banda sonora, impecable, de Carlos M. Jara va subiendo puntos en la escala de la barbaridad artística.
Los peros no están ahí sino en algunos detallitos que le restan credibilidad y nos hacen preguntarnos por qué eso no se cuestionó o tal cosa no se eliminó. O tal personaje, porque alguno hasta sobra y, de haberse eliminado su pequeña trama, no solo no se habría notado sino que habría mejorado el conjunto.
Pero Sordo no es una mala película. Todo lo contrario. Lo que ocurre es que está lejos de ser lo redonda que prometía en su inicio. Con quince minutos menos, puliendo lo que no necesita, habría sido un prodigio. De este modo es simplemente una magnífica película que recordar por muchos aspectos, pero tal vez el que más destaque sea una bala tan significativa como el abrigo rojo de la niña de La lista de Schindler. Una bala que puede tomarse como símbolo de una lucha que hizo morir a muchos y que marcó a otros, aunque en el fragor de la batalla no logre distinguirse bien en qué lado está cada cual.
Silvia García Jerez