EL VIENTRE DEL MAR: Locura y muerte en la balsa
El vientre del mar es una locura. En sentido literal y figurado. Porque recoge los hechos acaecidos en junio de 1816, cuando la fragata Medusa de la Marina francesa encalla en la Bahía de Arguin y se hunde. Transportaba oficiales y diversa tripulación francesa al puerto de San Louis, en Senegal, para restablecer la ocupación francesa de la colonia, según los términos del Tratado de París, tras la Restauración Borbónica.
La mayor parte de los pasajeros pueden acceder a los botes salvavidas pero como son más de 400, 147 se quedan sin posibilidad de subir a ellos. Tendrán entonces que resignarse a ir en una balsa improvisada que los botes no son capaces de remolcar durante todo el trayecto, y ésta queda abandonada y a merced de las inclemencias del mar.
Tras 13 días a la deriva, la balsa fue encontrada con solo 15 ocupantes a bordo: soldados, marineros, algún civil y pocos oficiales.
Agustí Villaronga se basa en un texto de Alessandro Baricco, que ya tenía adaptado para su representación teatral, para convertirlo en guion cinematográfico y hacer de él esta otra locura, ahora en sentido figurado, bordando la película que ha nacido del escrito original.
El vientre del mar, precioso título para englobar tras él la tragedia inmortalizada por Théodore Gericault en su portentoso lienzo, es una película tan inmensa como el mar, como el océano Atlántico en el que sus hechos ocurren. Villaronga, maestro indiscutible a la hora de exponer la oscuridad del ser humano provocada por el horror de las guerras (Tras el cristal, Pa negre, Incierta gloria) se asoma aquí al trauma que la lucha contra el mar ha dejado en dos de los supervivientes del naufragio: el marinero Thomas (Óscar Kapoya) y el oficial Savigny (Roger Casamajor).
Casamajor, habitual en la filmografía de Villaronga aunque no siempre sea protagonista, que aquí lo es, forma junto a Kapoya el dúo de fuerzas que se enfrentan al juez en el juicio que supone el presente del relato. De sus testimonios vamos obteniendo las imágenes que tuvieron lugar, de las que han venido, por las que están ahí. Ese horror que Villaronga recrea con distintos recursos, desde fotografías hasta una fidedigna representación en estudio de lo que también sucede en el escenario real que nos traslada cuando toca a la balsa en el océano.
Todo le sirve al director mallorquín para adentrarnos en la mente de los personajes de manera que vayamos comprendiendo cómo la balsa fue menguando los náufragos que la ocupaban. Iremos conociendo el terrible comportamiento de sus altos cargos y la manera en que la población civil se vio sometida a los designios de quienes, incluso en la peor de las situaciones, se aprovecharon de su ventaja.
Dos puntos de vista, una única verdad: los muertos que forman parte del vientre del mar.
La culpa teñida de instinto de supervivencia, la necesidad de salir de allí con vida, esa que otros han perdido. Locura por no ser uno el responsable de lo que uno mismo hace porque el espanto es tan grande que parece que entonces todo está permitido. Pero una vez se sobrevive, el pasado pesa como los muertos.
Rodada en expresivo blanco y negro con momentos puntuales de color, este Apocalypse Now que habla en catalán más que una película es un hallazgo. Con base evidentemente teatral pero convertida en cine de primer nivel, es un ejercicio tan a contracorriente de los estrenos convencionales como la propia fuerza del mar que arrastraba la balsa hacia a tragedia.
Ya el proyecto en sí era temerario. Y fascinante. Aunque la recreación, sobre todo en un estudio, de lo que ocurrió en La balsa de la Medusa, no es precisamente algo llamativo en tiempos en que los supehéroes copan las ganas de los espectadores a la hora de ir al cine. Las películas destinadas al público adulto no son las más demandadas. Y menos tras los meses de confinamiento. Pero mientras el común de la humanidad se dedicó entonces a ver series a falta de otra ocupación, Villaronga recomponía el guión teatral para llevarlo al cine y lo hizo cuando los rodajes volvieron a reanudarse. Como resultado, El vientre del mar se convirtió en la película ganadora del festival de Málaga, arrasando con 6 premios: director, actor (el formidable Roger Casamajor), guión, música, fotografía, y por supuesto, la película como tal.
Una gesta a la altura del resultado. Una película que en hora y cuarto consigue su propósito, que no es otro que mostrarnos la naturaleza humana cuando está al límite. Hasta qué punto el hombre no conoce la solidaridad si tiene la posibilidad de tomar ventaja sobre otros para salvarse. Y de cómo, a pesar de la fiereza del mar, éste deja algo patente: que puede ser muy divertido o un arma mortal. Depende del hombre y del uso que haga de él. Puede ser el lugar elegido para pasar las vacaciones y que se llene de bañistas, de manguitos y de palas en la orilla. Pero si las circunstancias se tuercen todo se vuelve oscuro, la noche llega al alma y el blanco y negro al relato. Y la obra maestra a la historia del cine.
Silvia García Jerez