EL VIAJE DE ERNEST Y CELESTINE: Delicatessen animada
El viaje de Ernest y Celestine es una película francesa de animación para los más pequeños de la casa, aunque los adultos que los lleven al cine podrán disfrutar de ella al mismo nivel. Se trata de una historia basada en los cuentos de la autora belga Gabrielle Vincent, fallecida en el año 2000, pero su legado es tan importante y tan bello que los directores Jean-Christophe Roger y Julien Chheng no pudieron resistirse a llevar de nuevo a la pantalla a sus dos personajes, un oso amante de la música y una ratoncita huérfana a la que adopta, convirtiéndose ambos en los mejores amigos desde entonces.
La primera historia que se llevó a la pantalla sobre el oso y la ratoncita fue Ernest & Celestine, en el año 2012, exitosa cinta en la que se nos presentaban los personajes, que fue incluso nominada al Oscar a la mejor película de animación, pero competir frente a Frozen la haría irse de vacío de la gala. En 2017, ya los dos directores que se hacen cargo de El viaje de Ernest y Celestine dirigieron Ernest y Celestine, cuentos de invierno, una recopilación de historias que transcurrían en dicha estación, y ahora volvemos a reencontrarnos con ellos en esta narración que supone un paso más hacia una mirada más adulta en el relato.
En esta ocasión, El viaje de Ernest y Celestine comienza con la ratoncita teniendo un accidente: intentando coger el Stradivadius de Ernest para que éste lo toque en la calle, se le rompe, y la única manera de arreglarlo es yendo a Charabie, la ciudad de la que Ernest procede y en la que vive el músico que construyó el instrumento. Ernest se niega a hacer el largo viaje, lleno de peligros, en el que la nieve acecha, pero Celestine insiste hasta que consigue que vayan. Una vez allí, descubrirán una realidad aterradora: una nueva ley obliga a los ciudadanos a vivir sin música, únicamente se puede tocar la nota Do y quien se salga de ella y toque otras será encarcelado. Ante esta situación, Ernest y Celestine intentarán averiguar el origen de dicha orden para procurar darle la vuelta y recuperar la ciudad alegre que Ernest recuerda que era Charabie.
El viaje de Ernest y Celestine es una preciosidad. Cuenta con un dibujo animado que respeta las viñetas originales de Gabrielle Vincent y les da ese aire entrañable que solo el 2D puede aportar. Con un trazo de estilo naïf, los dibujos se mueven casi entre brumas y resultan ser de una belleza asombrosa. Se echa de menos ese tipo de animación en el cine, tan acostumbrados como estamos a la que nos ofrecen los grandes estudios, tan sofisticada y llena de detalles.
Pero El viaje de Ernest y Celestine también es una película que nos sumerge en una terrible realidad, y es que en el film es la música la que se ve dañada por las leyes del lugar, pero bien podría ser extrapolable a lo que se está viviendo en Europa, algo que corrobora el propio director, Jean-Christophe Roger, en la promoción de la película en Madrid. Afirma que le encanta hacer películas de las denominadas ‘de valores’ para niños porque aunque se trate de una siembra lenta, nunca se sabe a qué espectador puedes aportarle algo positivo del mundo, y a partir de entonces estará en su mano poder cambiar las cosas.
Lo cierto es que El viaje de Ernest y Celestine es una delicia a nivel de animación pero también resulta muy interesante en la visión humanista que propone, la idea de un mundo mejor para todos en el que todos podamos disfrutar de la belleza, la música o aquello que cree quien lo desee. Por eso es una película tan destacable, además de tratarse de un placer visual ya que ese tipo de dibujo no es nada habitual de encontrar, ni en la gran pantalla ni en la pequeña. El viaje de Ernest y Celestine es una joya y como tal hay que tratarla. Es un auténtico deleite a recomendar, pura delicatessen animada.
Silvia García Jerez