UNA VENTANA AL MAR: La ascensión terrenal
Del gris atardecer bilbaíno al mágico amanecer heleno. El punto de partida de lo que será el resto de su vida. Eso es lo que siente el personaje de Emma Suárez cuando le diagnostican un cáncer terminal. Una premisa tan despiadada como lapidaria, que sin embargo es tratada con más melosidad y esperanza de la que cabría espera. Cruda, pero esperanzadora, bonita, pero cabrona. Una ventana al mar no es sino la vida misma. Una metáfora que gracias a la mano de su director: Miguel Ángel Jiménez, logra captar los sentimientos, deseos y temores de una casual pareja a la deriva existencial: cada uno con lo suyo. Un tándem: mención especial para Akilas Karazisis, que no puede ser más convincente y tierna. Y es que a partir de ese primer encuentro, paulatinamente, la película abandona el tedioso melodrama para brindarnos una segunda parte notable, un romance donde se profundizan y ensanchan tanto la trama como los personajes.
A grandes rasgos, Una ventana al mar, es una huida física y psicológica de una mujer que abandona su hogar e inesperadamente encuentra un paraíso terrenal que le permite enfrentarse mejor a ese preámbulo: realizarse, cerrar el círculo de un proyecto de vida, o buscar sentido dentro del caos antes de partir. Una vía tan solidaria como egoísta, ya que el abandono de su familia o las ausencias a las sesiones de quimio, serán el precio del exceso que la lleven a una caída, o mejor dicho: ASCENSIÓN. Porque la vida es eso, irracional, efímera y definitiva.
En conclusión: una película de miradas e imágenes poderosas, cargadas de temple y significado. Sin duda lo más destacable junto a las interpretaciones. Una travesía agridulce, pero más agradable que sufrida. No será una película brillante, pero sabe captar muy bien los sentimientos de sus personajes y expresar sus emociones hasta el punto de hacer que verdaderamente empatices con una vida que se acaba sin derrochar efectismos ni extravagancias.
Guillermo Asenjo Lara