ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO: Detective en sueños
Última noche en el Soho es el nuevo trabajo de Edgar Wight, uno de los directores británicos más llamativos del presente siglo desde que en 2004 estrenara Zombies party, comedia con muertos vivientes en un barrio londinense con dos amigos luchando por sobrevivir a la creciente infección. También se conoció con su título original: Shaun of the dead.
Ese fue el principio de lo que se conoció como la Trilogía del Cornetto, básicamente porque tanto en Zombies party como en Arma fatal y en Bienvenidos al fin del mundo los personajes de Nick Frost y Simon Pegg se comían uno en algún momento. Shaun of the dead fue la mejor de las tres pero todas ellas dejaron un poso de prestigio para Wright que siguió aumentando gracias al éxito de Baby Driver, una película irregular con una primera mitad soberbia y una segunda agotadora y excesiva que bajaba la nota global de un trabajo que, por lo general, cosechó opiniones entusiastas.
Y lo mismo le está pasando con Última noche en el Soho, film con el que está recogiendo las que tal vez sean las mejores reacciones de su carrera. En ella cuenta la historia de Eloise (Thomasin McKenzie), una joven deseosa de ser aceptada en la escuela de moda de Londres donde quiere estudiar para convertirse en diseñadora. Y la aceptan. Y allí que va.
Se aloja en una residencia en la que su compañera de habitación es la líder del grupo de chicas que va a empezar a acosarla por ser distinta a ellas. Y por ser mejor, también hay que decirlo. Debido al mal ambiente que empieza a generarse, Ellie decide buscarse otra habitación para no estar con ellas, al menos fuera de clase, y da con otra que le convence. Se la queda. La casera le dice que tiene normas, que sobre todo no lleve chicos allí. Lo de siempre. A ella le da igual porque todo le viene bien.
Pero la primera noche que pasa allí experimenta algo atípico: de alguna manera se transporta a los años 60, al mismo barrio en el que está pero a otra época. En ella, Sandie (Anya Taylor-Joy) es una cantante dispuesta a todo para triunfar. Sabe que tiene el talento y la belleza que se requiere y lucha por llegar a ser la próxima estrella del local en el que se mueve. Ellie y Sandie, a partir de ahora, cada noche, se volverán una pareja inseparable en la que Ellie irá descubriendo la vida de esa chica, cada vez más turbia y oscura, pero tan fascinante que no puede, ni quiere, dejar de seguir sus pasos. Éstos la llevarán a conocer una terrible verdad ocurrida entonces.
La secuencia inicial de Última noche en el Soho es de una inmensa brillantez. En ella, Thomasin McKenzie, la niña judía de Jojo Rabbit, baila con un vestido espectacular, diseñado por su personaje en el film. Ese inicio promete. Y lo cierto es que la película luego cumple, en buena medida, respecto a las expectativas que crea.
La cinta, desde el momento en que se encuentran Ellie y Sandie frente al espejo, pista inequívoca de que van a estar unidas en la narración pero separadas en el espacio por los tiempos en los que cada una está situada, sostiene un aura de thriller que va aumentando su tensión de manera gradual.
El problema es que en el tramo final, como es marca del cine de Wright, se vuelve excesiva y, por momentos, agotadora. Un poquito menos de intensidad no le habría venido mal. Y tampoco un guión menos tramposo. Porque si juegas a una partida en la que tú mismo has puesto las reglas (el guión es de Krysty Wilson-Cairns pero basándose en una idea de Edgar) has de seguirlas, sin saltártelas, hasta que todo acabe encajando como quieres. Y si eso no pasa hay que mejorar el guión, que es la base del resultado.
Pero Última noche en el Soho tiene más ventajas que inconvenientes. Su atmósfera opresiva, su dirección artística, que te introduce en los locales de moda de los sesenta, y cuenta con un comodín con el que enamorar al mundo: sus dos actrices protagonistas. Thomasin McKenzie está magnífica pero Anya Taylor-Joy está sublime. Ella es la película. Y la fuerza de la película. Aparece y la cámara la adora. Su personaje es fascinante y ella tiene un magnetismo del que difícilmente podemos escapar los espectadores.
Las dos bordan un baile que está maravillosamente bien rodado y casi mejor montado. El trabajo de Paul Mashliss para que los pasos de ambas queden perfectamente ensamblados en ese momento nos deja asombrados. Un prodigio. Para que luego las academias sigan ignorando al cine fantástico a la hora de darle premios.
Aquí lo fantástico se mezcla con la vida real de una manera asombrosa. Es otro de los aciertos de Edgar Wright. La angustia que Ellie va sintiendo estando despierta es cada vez mayor. Para ella, la línea que separa la noche del día es muy fina, pero para los espectadores no, quienes asisten a cómo ambas se diferencian bien en el relato pero mal para una jovencita a la que su noche afecta al día de forma que para ella es más difícil la vida despierta que la que le toca observar mientras duerme. Y ese es un logro importante en cuanto al uso del lenguaje cinematográfico.
Otros dos actores merecen ser citados. Por un lado, el mítico Terence Stamp, que interpreta un personaje enigmático que provoca rechazo pero que siendo él quien le da vida, a muchos nos parece incluso nostálgico recurrir a él para que intervenga en la película. Porque es una leyenda a la que todos recordamos por El coleccionista, una de sus primeras películas, también muy psicológica, allá por la década de los 60.
También por aquel entonces se hacía famosa Diana Rigg, actriz británica que en la serie Los Vengadores interpretó a Emma Peel, compañera del agente John Steed. Fueron aquellos vengadores a los que décadas más tarde darían vida en el cine Uma Thurman y Ralph Fiennes, personajes creados por Sidney Newman, no los del sello Marvel.
Diana Rigg también obtuvo reconocimiento por su reciente aparición en la serie Juego de Tronos, donde fue Olenna Tyrell. Última noche en el Soho es su última película y a ella está dedicada, con un rótulo previo al comienzo con el baile al que nos referíamos antes, ya que falleció en septiembre de 2020 y la película aún no se había podido estrenar en ningún mercado debido a la Covid-19. Una vida intensa llena de títulos televisivos que Edgar Wright rescató para que brillara en el cine, aunque ella ya no pudiera verlo.
Última noche en el Soho es un trabajo apasionante, una historia absorbente con un ritmo frenético, una banda sonora sensacional y unas actrices inolvidables. Todo ello en un conjunto que podría haber sido más perfecto pero que cumple con el propósito de mantenernos pegados a la butaca. Y esa es la primera regla del negocio del entretenimiento.
Silvia García Jerez