YO, TONYA: Incidente en primera persona
Yo, Tonya tal vez debería haberse titulado Yo, Tonya, y los demás, ya que son Tonya (Margot Robbie), su ex marido (Sebastian Stan), su madre (Allison Janney) y su guardaespaldas (Paul Walter Hauser), amén de un reportero (Bobby Cannavale) que hace lo posible por obtener la noticia más jugosa del escándalo de la patinadora sobre hielo, quienes van contando, a modo de piezas de puzzle, una existencia amarga que tiene su culmen en el incidente que fue lo que realmente hizo famosa a la estrella del deporte: el ataque sufrido por su rival, Nancy Kerrigan (Caitlin Carver) por el cual un matón a sueldo le quiso romper la rodilla para causarle la baja antes del inicio de la competición en los Juegos Olímpicos de Lillehammer de 1994, y las sospechas cayeron sobre Tonya y su entorno.
Pero con haberse llamado Yo, Tonya su título ya nos orienta hacia la clase de narrativa que vamos a encontrarnos en la película: a modo de diario grabado para los medios, y para la posteridad, yo, Tonya, os voy a contar lo que pasó.
Y del presente de la grabación, Craig Gillespie, director de la estupenda Lars y una chica de verdad, nos va llevando a un pasado turbio, tenebroso en según en qué tramos, para exponernos la vida de alguien que pudo ser recordada por hacer Historia pero que hoy es leyenda por asomarse al lado más salvaje de la vida.
Gillespie mezcla formatos, cine y vídeo para las entrevistas y los flashbacks respectivamente, mezcla géneros mostrando comedia irónica, humor negro en ocasiones, el drama de lo que ocurre, la acción para llevarlo a cabo gracias también al efectivo recurso del montaje, el terror que infunde una madre como LaVona o un novio y luego marido que te trata de esa manera… todo ello unido bajo el género global de biopic, o cine biográfico, que, seamos sinceros, en Yo, Tonya cuenta con un dinamismo atípico en el mismo, por lo que por momentos sería difícil incluirla en él.
Porque Yo, Tonya recuerda, y mucho, a Uno de los nuestros. El cartel de la película ya la menciona en una de las críticas que anima a entrar a verla. Y no engaña, como otras que te hablan de maravilla de ellas, y a veces por eso la eliges, y no hay manera de encontrar la excelencia. Yo, Tonya respira Uno de los nuestros, selección musical y utilización en el film incluida, pero lo hace como pocas lo han conseguido previamente.
Hasta ahora, solo Scorsese había conseguido imitar a Scorsese con la perfeccción con la que rueda Scorsese. Pero Yo, Tonya le habla de tú a tú al director de Silencio y lo hace con la precisión con la que esa narrativa está disponible para todos los que la quieran, como los efectos visuales que inventó Georges Méliès y el cine asumió, desarrolló y perfeccionó. No se trata de copiar sino de acudir a las herramientas a tu alcance para conseguir un objetivo. Y la narrativa de Yo, Tonya necesita seguir el camino que iluminó Martin como otros han usado la voz en off cuando ha sido preciso.
En Yo, Tonya todo es un acierto. Es muy difícil acercarse a unas vivencias tan surrealistas, aunque cada familia tendrá las suyas y no a todas se asoma el cine, pero no es la primera que cuenta con una madre absorbente y tan estricta como LaVona Golden (de hecho por momentos puede llegar a recordarnos a la espeluznante Margaret White que interpretó Piper Laurie en Carrie) ni la última con un entorno capaz de llevar un incidente violento y desagradable al cénit de tu vida pública. Los casos de sucesos en las noticias están acostumbrados a ellos.
Pero esa profusión de acontecimientos, esa existencia al límite en la que cada segundo cuenta y en la que lo que ocurra al siguiente es un misterio que, dado los precedentes, no van a ser agradables para Tonya, llenos de sobresaltos y con la única alegría de un deporte que domina pero para el que le falta el dinero y un ambiente más plácido para reinar, esa profusión de incidentes previos al del juicio público, son mostrados por Craig Gillespie con una solvencia en la que no cabe el despiste, la confusión ni pregunta alguna acerca de dónde, con quién o por qué estamos donde hemos llegado.
Gillespie detiene la acción con el montaje cuando va a explicarte algo esencial, maneja el tiempo con soltura (atención al plano secuencia que recorre la casa en la que Sebastian Stan está estratégicamente situado) y hace lo que quiere con el espacio, saltándose de forma continua la cuarta pared gracias a lo cual los actores hablan a la cámara con una normalidad prohibida en la ficción, envolviendo en el cine más visualmente potente una historia que en realidad solo es amarga y horrenda.
Gillespie dirige de maravilla a un reparto en estado de gracia. La protagonista, Margot Robbie, consigue realizar la mejor interpretación de su carrera. Cuando coloquialmente se dice que una actriz está de Oscar, es porque la historia nos ha demostrado que trabajos como el suyo son los que responden a esa definición. Sin ir más lejos, el de Natalie Portman en Cisne negro, bailarina como ella con un personaje que roza lo malsano.
También el de Allison Janney, que se mete en la escalofriante piel de su madre. LaVona Golden será recordada como una villana de película, aunque su personaje sea tan real como la propia Tonya. Su actitud, su comportamiento y las palabras tan descorazonadoras que salen de su boca son tan espeluznantes como las que cabría esperar de Hannibal Lecter, no de una mujer que debería estar entregada al hecho de que su hija no solo sea famosa, sino también feliz.
Su novio, marido y ex marido, que todo le toca interpretar a Sebastian Stan como Jeff Gillooly, es un auténtico reto. Un personaje complejo por la ternura y la antipatía que despierta, por sus continuos cambios de humor de hombre que no quiere ser así pero que no puede evitarlo. Sus múltiples caras nos dejan ver a un actor que otro año, con menos competencia en su categoría, podría haber optado al Oscar.
Un trío de oro que le da a Yo, Tonya el cuerpo artístico que complementa al desglose técnico de la película. Un conjunto que se echa en falta entre las candidatas a mejor film del año, pero es que es una película demasido valiente para los tiempos que corren en el cine americano, con mujeres que duelen, que irritan y que luchan hasta sus últimas consecuencias por lo que consideran que es suyo.
Con un hombre abusivo en un momento en que Hollywood les ha cerrado la puerta y no se la abre ni en la ficción, y con una historia sórdida a la altura de las que estamos escuchando en boca de quienes las sufrieron y ahora las denuncian.
Yo, Tonya es un prodigio, pero ha de quedarse en la alabanza, en la admiración que se gana a cada fotograma, que es infinita, bastante más que la que algunos títulos candidatos a ser los mejores en los Oscar logran despertar.
Silvia García Jerez