TODOS LO SABEN, Crónica de un secreto anunciado
Con un reparto espectacular que sostiene y justifica el film, el director iraní Asghar Farhadi no es profeta fuera de su tierra.
Su historia familiar en campos de Castilla, entre el suspense y el folletín, resulta algo impostada y demasiado elegante para esos viñedos y hogares rurales donde todo se sabe.
Todos lo saben es la crónica de un secreto anunciado, desde la primera campanada de esa boda que propiciará el reencuentro de una familia acostumbrada a los recovecos de sus casas y almas, entre engaños y amores pasados, manteniendo siempre su lugar en la plaza del pueblo y sus mismas tierras de labranza.
Sin perder su interés humanista ni el gusto por lo simbólico, Farhadi recurre a las metáforas (esas palomas escapándose del campanario junto al reloj de la iglesia), repite con personajes que no sólo son lo que parecen y por supuesto, vuelve a lo local para alcanzar lo universal; esta vez, a una España con ecos de Saura, Almodóvar y hasta de Lorca, pero sin toros ni pandereta.
Con un rapto como detonante y empujando su estilo hacia un forzado thriller emocional, los detalles son ahora más que obvios y los diálogos más que explicativos.
No importa quién ni cómo. Y los porqués aunque enraizados, no llegan a calar.
Atrás queda la sutileza alcanzada en su anterior cine con Nader y Simin, una separación y El viajante, donde el iraní mostraba aspectos de su país más allá de la política, explorando esas mismas diferencias de clase, sufrimientos acumulados y cuestiones morales…
En Todos lo saben, todo se intuye.
Y la naturalidad queda relegada a esos auténticos vecinos colándose entre planos, a modo de documental, arropados por la buena música de Alberto Iglesias y las preciosas canciones de Javier Limón.
Farhadi ha confesado haber visto la filmografía de cada intérprete para acertar con el reparto (consiguiendo uno de los mejores, aunando varias generaciones de lo mejorcito de nuestro país), pero parece que se ha quedado también en la redundancia con algunos papeles que resuenan; y ahí está una madre doliente, estupenda Penélope Cruz, quedándose sin maquillaje para ahondar en el melodrama. Y una novia, de nuevo, para Inma Cuesta (que además se canta un temita en la cinta), bailando bajo los drones, o esquivando las interioridades de cada estancia familiar.
Encontramos al patriarca en la piel de Ramón Barea y José Ángel Egido, algo caricaturesco, como el policía retirado que sospecha de todos.
Destaca la chiquilla secuestrada, Carla Campra, aguantando la mirada a Bardem; quien está sobresaliente en su personaje generoso, cándido e inocente, deslumbrando junto a Bárbara Lennie con su enfrentamiento y complicidad (de lo mejorcito de la película).
Luego está Darín, siempre perfecto -y sin acento que imitar-.
Y ese dúo de grandes que son Elvira Mínguez y Eduard Fernández, igualmente brillantes en cada aparición y hasta la secuencia final; hasta esa última metáfora ante la cruz de la plaza y frente a los basureros que la limpian, a punto de confesarse aquello que ya todos saben… Sin cómplices ni culpables.
Mariló C. Calvo.