TIERRA DE NADIE: Cine negro de muchos quilates
El tráfico de drogas es el protagonista de Tierra de nadie, un ejercicio de cine negro de muchos quilates, mastodóntico, como hacía tiempo que no veíamos. Parece mentira que algunos géneros desaparezcan de la gran pantalla y tardemos tanto en recuperarlos, porque este film, que puede recordar en algún momento, por localizaciones y por el brío que contiene a la hora de exponer la historia, a La isla mínima, no tiene casi ningún referente cercano en la cartelera. Ni en el cine español ni en ninguna otra cinematografía. Y se agradece que no se trate de un thriller convencional, que de esos hay unos cuantos, o al menos así se etiquetan para que sean más atractivos de cara al público, aunque luego en el fondo no sean sino una película de acción más con un caso a resolver entre persecución y persecución.
En Tierra de nadie nos situamos en Cádiz para ser testigos de cómo tanto la Policía como los jueces están atados respecto a la lucha contra los narcos de la zona, narcos cada vez más peligrosos, mejor preparados y con mejores contactos para lograr impunidad. Y los que se enfrentan a ellos en el lado de la legalidad tienen las de perder. Defienden que la tierra no es de nadie pero los narcos saben que últimamente les pertenece sobre todo a ellos. Y quien se oponga a eso tendrá que atenerse a las consecuencias.
Tierra de nadie es un apasionante polvorín en el que cualquier cosa puede pasar, y ninguna de ellas tiene pinta de ser buena: tres amigos de toda la vida, a los que interpretan Luis Zahera (Mateo, el gallego, el guardia civil más entregado a la causa de la comisaría y el de mayor experiencia), Jesús Carroza (Benito, el Yeye, depositario judicial acomodado en un puesto tan peligroso que su pareja le presiona para que lo deje y se busque otro trabajo) y Karra Elejalde (Juan, el Antxale, un antiguo pescador del norte reconvertido a narco sin desearlo, por las circunstancias, con buen corazón y ganas de cambiar su vida por otra más respetable), tres personajes que van a poner en juego su amistad por un cártel que los persigue cuando el guardia civil pretende hacer una investigación a fondo en la lancha encontrada en el último golpe dado a éste.
Su director es Albert Pintó, un realizador que ya ha demostrado su talento al frente de títulos como la estupenda Matar a Dios -junto a Caye Casas- o la espléndida Malasaña 32. También se ha encargado de series como La casa de papel o Berlín y de alguna película para plataformas, caso de Nowhere, para Netflix. De este modo, salta ahora a las grandes superproducciones en cine, o lo que en España se conoce como un film de gran presupuesto, que sería una producción media para los grandes estudios de Hollywood, pero ellos, hay que reconocerlo, no le sacan tanto partido como el que Tierra de nadie exhibe. Y lo hace de la mano del guionista Fernando Navarro, autor de los libretos de Verónica, Bajocero o Segundo premio, es decir, garantía de calidad frente al gran público, que es al que va dirigida esta nueva historia.
Y esta nueva historia tiene todos los elementos para gustarle. A ese gran público tan ansiado al que tan difícil es de complacer. Nunca se sabe si una película va a funcionar en taquilla, aunque aparente poder hacerlo porque cuenta con los ingredientes necesarios. O conecta o no lo hace, y que lo haga es un misterio. Si no lo fuera, todas las producciones aplicarían la fórmula para lograr el enorme reto. Pero hay que reconocer que Tierra de nadie empieza con buen pie y luego toma carrerilla. El buen pie es un cartel, sin tilde, que es un póster, con algunos de los mejores actores posibles, los ya citados Luis Zahera, Jesús Carroza y Karra Elejalde, en un papel secundario pero apoteósico. A ellos se les unen Vicente Romero, Mona Martínez o Damian Alcázar, actor mexicano al que muchos conocimos en la fabulosa La ley de Herodes (1999) y al que siempre que volvemos a ver nos alegramos de reencontrar. Y la carrerilla es casi todo lo demás.
Casi todo lo demás porque la película sólo tiene un fallo, y es lo que cuesta entender alguna que otra frase. Y da rabia porque los diálogos están muy bien escritos. El 99% de los que sí son comprensibles son una joya, lo que da una idea de la magnitud de la fina escritura de su enorme guionista, quien también se luce a la hora de exponer las tramas de la historia, el entrelazado de los personajes y las secuencias en las que van a sufrir lo indecible. Porque Pintó también sabe dirigirlos y obtener de ellos escenas portentosas como la del control policial o esas en las que los tres amigos se reúnen a tomarse algo juntos, escenas que en la piel de otros actores serían una más, pero lo cierto es que ver a Luis Zahera, Karra Elejalde y Jesús Carroza compartiéndolas las hace especiales, los tres les llenan al cinéfilo el alma de alegría.
Hay que reconocer que son un espectáculo. Ellos son el cine. Los ves sentarse a una mesa para tomarse una cerveza y desde tu butaca te dispones a disfrutarla a la par, porque son un puro deleite. Comprobar cómo Luis Zahera ha podido pasar de secundario a protagonista es algo que la industria le debía y que As Bestas y Rodrigo Sorogoyen demostraron que podía ser posible. Tanto es así que el pasado año triunfó como protagonista en el festival de Málaga gracias a Pájaros, una película que luego no contó con el respaldo de los espectadores y cayó en un injusto olvido. Al menos su trabajo, que era especialmente sobresaliente y acertado, con un registro inusual en su carrera. Es un grande de las pantallas, la de la tele y la de la sala de cine. Tiene un talento descomunal en cualquier género, y aquí nos regala un personaje precioso, un guardia civil profesional con una humanidad apabullante.
También Karra Elejalde brilla en el tiempo que tiene para desarrollar a su Juan. Un actor que sí ha gozado de protagonistas pero que también se ha movido más en el espectro del apoyo. Y qué bien apoya. Qué presencia tiene y cómo transmite el hartazgo de su personaje.
Protagonistas y secundarios son fundamentales en este universo terrible en el que nadie está a salvo del peligro. Y cada fotograma lleva inmersa la asfixia en la que todos están sumergidos. La tensión va creciendo y el género negro se apodera del relato para crear un conjunto apabullante de aciertos. Las tramas, los giros, cuanto vemos forma parte de ese cine de gángsters y venganza que tanto amamos, de policías y narcotraficantes, el juego del gato y el ratón al máximo nivel.
El patrón de ese tipo de historias está presente a cada momento pero añadiendo una personalidad autoral que la separa de lo mimético para darle el aire único que requiere, de modo que caigamos en la cuenta de que, en realidad, así contada no la hemos visto jamás. Porque seamos sinceros: Hollywood la escena del puente nunca la habría permitido con actores secundarios. Sin la presencia de los protagonistas, aún en montaje paralelo, esa escena habría ido directa al material extra de la edición doméstica, perdiendo el conjunto uno de sus momentos capitales. Pero Pintó y Fernando Navarro saben que así es como la película suma. Luego, eso sí, tenemos a Luis Zahera en el centro del cartel y en el epicentro de lo que ocurre, y nos sacude con su perfección interpretativa para unir cabos y personajes y llevarnos a un tramo final colosal. Un tramo que llega tras habernos mantenido en vilo durante el desarrollo y nos hace aplaudir al finalizar.
Porque con Tierra de nadie, además de asistir a una proyección de cine exquisito, nos lo pasamos en grande, ya que es apasionante, entretenida y supura maestría por las cuatro esquinas de la pantalla. No es La isla mínima porque aquella está en un altar que no admite compañía, pero sí está en situación de pedirle permiso para ser amigas. Para añadir una amistad más a las que ya la propia película exhibe con sus tres protagonistas.
Silvia García Jerez