SUBURBICON: Bienvenidos a un paraíso… en el infierno
Suburbicon, y empecemos la casa por el tejado. Con permiso del también guionista participante Grant Heslov, hemos de decir que es la última, más que estupenda y recomendable, colaboración estrenada en nuestra querida tierra del trío/tándem Coen/Clooney hasta la fecha. Pudiendo localizarse en esa parte del mapa urbanístico del séptimo arte donde es mejor no ir a vivir, casi al lado de la urbanización de Las mujeres perfectas, o de aquella en la que según tu color era difícil salir, y además, se nos antoja que a un tiro de piedra de aquellos pueblos donde los niños suelen tener mal carácter, ya tengan el pelo rubio maíz o la tez mediterránea. Aunque aquí el tema va de adultos egoístas que actúan como niños malcriados.
Centrémonos. Empecemos a hacer la mezcla. Para hablar de Suburbicon hemos de cruzar el ancho océano de los tiempos. Recalando en una Norteamérica, anclada en unos años cincuenta de anuncio, en los que las blancas camisas tapan los oscuros pensamientos y actos, en los que los porches siempre son relucientes, soleados, mientras que los sótanos, muchas de las veces, mugrientos, enrarecidos…
Vayamos ya con el interiorismo. Lejos del cielo, Jullianne Moore, por partida doble, junto a Matt Damon cumplen con creces sus roles en esta historia de apariencias y convención. Pero nada dura, y es bien sabido que detrás de un bello papel pintado antes hubo, casi seguro, puntiagudo gotelé. Que nos da que acabará manchado de sangres, sí, en plural. ¡Con lo mal que sale la sangre de la moqueta! Que se lo digan si no al Christian Bale de American Psycho. Pero eso ya son los ochenta. Destructivo egoísmo década a década.
Volvamos a los cincuenta. El resto del reparto no se queda atrás con secundarios repletos de verdad. Entre los que destacaríamos a un Óscar Isaac que lo mismo te conduce una nave intergaláctica que defiende a muerte, en la que nos toca, a una compañía de seguros, experta en asegurarse a sí misma, eso sí.
Últimos retoques al hogar: Suburbicon nos pide investigar el contenido de las formas, pudiendo así sacar su verdadero perfil. Ese perfil de los que se ponen de ídem cuando algo se supone que no va con ellos, pero que sacan todas las malas artes cuando se creen en posesión de su podrida verdad. Todo muy 2017.
Toca abrir los ojos, mirar nuestra propia verdad, a ver si somos capaces de soportarla. (¿ Esto no era del de la lotería?)