SMALLFOOT: Pies pequeños, película enorme

Smallfoot es, y hay que decirlo muy fuerte y bien alto, una gozada. Para niños y para adultos. Pocas veces el cine de animación destinado al público infantil ha estado últimamente tan en consonancia con los espectadores a los que va dirigido.
Con esto quiero decir que incluso Disney se está convirtiendo en una empresa que mira más hacia el mundo adulto que a los niños, a los que una vez hechizara y que hoy tienen que ir al cine más precavidos que nunca.
Por poner un ejemplo cercano, la desconcertante aunque estupenda Christopher Robin, más adecuada para infantes tan creciditos como el Christopher que se ve obligado a dejar a sus amigos porque la infancia termina, y más alejada en el tiempo la desoladora Coco, de Disney Pixar, de la que hasta sus responsables admitían que habían firmado una obra para niños no demasiado pequeños.
Así que tal vez es el momento de sentirse más cómodos en productoras y distribuidoras diferentes y mirar hacia, por ejemplo, Warner, que con Smallfoot nos trae un auténtico acierto con el que pequeños y mayores van a disfrutar como enanos.
La historia que cuenta es muy sencilla: El Yeti, también conocido como el abominable hombre de las nieves, se encuentra con el hombre. Pero ni uno ni otro cree en la existencia del contrario y por lo tanto los dos mundos van a chocar de una forma tan brutal como el abismo, nubes mediante, que los separa.

Uno de los muchos momentos desternillantes de SMALLFOOT
Uno de los muchos momentos desternillantes de SMALLFOOT

Smallfoot es cine para niños porque su animación es asombrosa: no para, el tempo es demencial y su ritmo trepidante, porque tiene gags dignos del cine mudo que hasta los más pequeños van a encontrar graciosos pero es que los adultos los van a considerar desternillantes. Sí, el humor funciona y funciona muy bien.
Pero es que los mayores que se vean obligados a ir con los niños a la sala se adentrarán en dos mundos llenos de normas que les harán pensar. La verdad frente a la mentira es la propuesta adulta de Smallfoot. La verdad muchas veces duele, pero hay que asimilarla y cuando se ven resquicios de que esta falta, la curiosidad es más potente que el confort. Menuda enseñanza para todos.
Y no es el único mensaje con el que cuenta Smallfoot, porque además sobre el ego y el funcionamiento actual de los medios de comunicación tiene algo importante que decir. Aquí hay un discurso variado, y no es precisamente leve.
Pero ante todo, Smallfoot es diversión. Y diversión a lo grande, como el tamaño de los Yetis. Hacía tiempo que un film de animación no resultaba tan estimulante. Casi nos habíamos olvidado de que el género podía darnos momentos tan locos como los del refugio que el que Migo, el Yeti protagonista, y Percy, el reportero con mucho que aprender de la vida, van a ofrecernos al calor de la cueva en que tienen su segundo encuentro.
El segundo es para recordarlo pero es que el primero también es mítico: una secuencia en la que nos damos cuenta de lo distintos que son esos personajes, de que aunque nosotros los entendamos porque cada uno por su lado habla en español (en inglés si la vemos en versión original, pero eso será en su edición doméstica o si la compramos de importación) confirmamos que en realidad la comunicación entre ellos va a ser muy complicada. Y descubrir ese detalle resulta hilarante.
El nivel de narrativa que contiene es para hacerle un monumento a Karey Kirkpatrick y Clare Sera, firmantes de un guion lúcido y brillante que no tiene un solo bajón en la historia, basada en el libro Yeti Tracks que originalmente escribiera el español Segio Pablos. Curioso, ¿no? No tanto si supiéramos que Sergio es el fundador y el director de SPA studios, que está detrás del desarrollo visual y el diseño de personajes de Gru, mi villano favorito o Tarzán, en el que el propio Sergio participó personalmente.
Forma y fondo. En Smallfoot van de la mano. O del pie, como se prefiera (Smallfoot significa pie pequeño, o piececito, en nuestro idioma) Fijaos en el pelo de los Yetis, porque la perfección de la animación es abrumadora. Y es una gozada adentrarte en el universo que propone, un cruce de culturas con la gracia que un experimento así tiene, como ya demostró en su día Ocho apellidos vascos.
Smallfoot llega a nuestras pantallas para conseguir, como la protagonizada por Dani Rovira, que seamos capaces de asumir que por muy diferentes que seamos siempre hay una manera de que aprendamos los unos de los otros y de que podamos pasarlo bien en el trayecto.

Silvia García Jerez

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