R.M.N.: Racismo en Rumanía
R.M.N. comienza de una manera estremecedora. Un niño en un bosque. No vemos más, pero lo que vemos es más que suficiente para aterrorizarnos, para ponernos alerta. Un prólogo que nos va a llevar a un pueblo de Transilvania, Rimetea, y al año 2020, en el que ocurrió el hecho real en el que la película rumana se basa: los lugareños quisieron echar de allí a dos inmigrantes que llegaron de Sri Lanka con la intención de ganarse la vida de la manera más honrada.
Cristian Mungiu, director de 4 meses, 3 semanas, 2 días, Palma de Oro en Cannes 2007, y Los exámenes, vuelve a nuestras pantallas con una película que, si lo pensamos bien, puede que sea superior a éstas. Una radiografía sobre la Rumanía contemporánea que es extensible a la Europa a la que pertenece. Europa es racista y de vez en cuando se ruedan, y se estrenan, películas que nos lo recuerdan.
R.M.N., que es tanto las consonantes de Rumanía como el acrónimo de Resonancia Magnética Nuclear, prueba médica que le realizan a uno de los personajes, se centra en dos historias, la de Matthias (Marin Grigore), que regresa al pueblo natal en Navidad, tras haber estado trabajando en Alemania, y siente el rechazo del niño, que apenas lo conoce, y de la madre del pequeño, que ya está viviendo otra vida y no le hace mucha gracia su presencia, y la de la panadería, a la que entran a trabajar dos inmigrantes de color que son rechazados por el pueblo de una forma en la que ni la dueña del negocio ni su ayudante nunca pudieron imaginar.
R.M.N. es una gran película. Rodada con sabiduría y precisión, elige muy bien qué contar y cómo, lo que enseñar y lo que ocultar, y el momento exacto en el que revele lo que previamente decidió no enseñar. No es fácil encontrar historias tan bien diseccionadas a nivel de dirección y esta lo está, claramente. De hecho, cuenta con una secuencia larga, intensa y estremecedora, una asamblea en la que se reúne el pueblo al completo para tomar una decisión que afectará a la vida de los inmigrantes, y Mungiu la rueda con una cámara fija, sin moverla durante toda la asamblea, para que veamos hablar y reaccionar a los distintos personajes que o bien toman la palabra o sencillamente escuchan atónitos lo que allí se denuncia.
Y es brillante que Mungiu se decante por un plano fijo en el que todo está a nuestro alcance visual y somos nosotros los que hacemos, con los ojos y la atención, el pertinente montaje para atender a los distintos focos, todos ellos importantes, que tienen lugar en la escena. Una escena en la que nos queda patente hasta qué punto Rumanía en particular, cualquier país de Europa por extensión en general, se ha vuelto, o siempre fue, un germen de odio hacia el diferente.
Exquisita en detalles y en datos reales sobre lo ocurrido en esa región de Rumanía, R.M.N. puede verse como el relato estremecedor que es sobre quienes viven y vivieron en Rimetea, sus vecinos, sus conflictos con las minorías que allí se dieron cita, o como un casi documental sobre dicha realidad, un acercamiento sólido a una situación asfixiante e insostenible que riega de odio cuanto toca. Una película ejemplar para recordar o constatar la Historia más reciente de un continente del que, a pesar de vivir en él, no siempre lo sabemos todo.
Silvia García Jerez