PINOCHO de GUILLERMO DEL TORO

Guillermo Del Toro crea una valiosa y valiente versión del cuento italiano sobre el niño de madera, reinventándolo en tiempos de Mussolini, con un prodigioso stop motion de títeres y números musicales.

Manejando los hilos del existencialismo y el misticismo para este nuevo clásico entre hadas, espíritus, reencarnaciones, relojes de arena y mucha alma, este audaz Pinocho, maduro, profundo y con la veta vista, es un precioso canto a la vida, a su necesaria desobediencia y a la imperfección del ser humano. 

Junto a las señas personales del director, con guiños antibelicistas y mentiras piadosas, Del Toro nos muestra la oscuridad y el dolor, del amor y la muerte, con ternura y humor. Planteándonos un fantástico aprendizaje sin moralejas infantiles y muchas verdades, que pone en valor tanto la obediencia como la rebeldía, enseñándonos a vivir cada momento hasta el final nuestro días, hasta que nos vayamos de este mundo.

pinocho guillermo del Toro

Quien a buen árbol se arrima… 

Érase una vez, un chaval mexicano al que Pinocho le marcó de por vida. 

Esa película de Disney conformó su memoria infantil y sus deseos de hacer cine, hasta que con el paso del tiempo el sueño se convirtió en realidad, el niño en un gran director internacional, y sus cintas en fábulas maravillosas con bestias conmovedoras y fantasías monstruosas. 

Llega ahora Del Toro y gracias a Netflix, donde también tiene esa antología de miedo que es el Gabinete de Curiosidades, con su personal visión de aquella animación, vital en su biografía y desde ya en su filmografía, componiendo un bello relato familiar sobre las normas, la identidad y la inmortalidad. 

Pongamos por delante que Pinocchio, originalmente, no es un cuento alegre; la marioneta tiene una crisis existencial tremenda, es convertida en burro, y constantemente es perseguida por un zorro y un gato, además de que su padre, Gepetto, resulta engullido en alta mar por un gran cetáceo.

Su autor, Carlo Collodi, reflejaba las aventuras del muñeco en un mundo con monstruos y humanos. Una novela de 1882, dura y de literatura adulta, que Disney infantilizó en 1940, en el mejor de los sentidos y cual reflejo de una época, con unos conmovedores dibujos que nos enseñaban a no mentir y a ser más que obedientes. 

Claro que Disney nunca ha ocultado los traumas familiares ni o relativo a la muerte, en sus animadas narraciones, aunque siempre lo ha endulzado. Ahí está el final de la madre de Bambi y las mezquindades de las hermanas de Cenicienta formando parte de su imaginario, al que unir ese emotivo homenaje a los difuntos que es Coco. Pero además, hay que tener en cuenta que hace más de una década, Roberto Benigni resucitó al títere de creciente nariz en un remake de animación con personajes de carne y hueso, mientras que en este mismo año se ha estrenado una penúltima versión con Tom Hanks y Zemeckis que casi nadie recuerda. 

Sin embargo, lo que hace Del Toro con su Pinocho de stop motion es inolvidable. 

Más allá de la tristeza del muñeco que desee ser un niño como los demás, reinventa el relato con un giro en su intención y en su forma, a través de unos títeres que nos enseñan a no ser marionetas de nadie ni nada. Unos muñecos extraordinarios que sin perder su esencia, nos dan verdaderas lecciones de humanidad.

El director mexicano, siempre político y simbólico, ya se había acercado a esas ideologías y a nuestra Guerra Civil en El espinazo del diablo El laberinto del Fauno, uniendo terror, fantasía e infancia, realizando igualmente una certera crítica social en cada uno de sus filmes. 

Del Toro ha tardado más de quince años en realizarla, con sus maneras en la narración y la experiencia del maestro en animación, Mark Gustafson (quien está detrás también de Fantástico Sr. Zorro, de Wes Anderson), dando la vuelta al destino y situando la historia en tiempos de Mussolini, cuando se retorció su finalidad didáctica y fue utilizado como propaganda para alistar a jóvenes fascistas.

En éste, su Pinocho, mantiene la historia con mentiras piadosas y la maestría del buen cuentista que aporta su personalidad, mientras los títeres cobran vida en dos mundos; en el pequeño pueblo italiano, de colores cálidos y una animación tan tierna como caricaturesca, mostrándonos la idílica relación de un padre y un hijo, trabajando en un Cristo tallado que parece salido de Marcelino, pan y vino. Pero también en el inframundo, en azul y negro, más onírico y tenebroso, que aparece cuando Gepetto, deprimido y ebrio, y cual doctor Frankesntein, crea a un niño de madera con la ayuda de un hada y la corteza del árbol que da sombra en la tumba de su pequeño fallecido.

pinocho guillermo del Toro

Y renaciendo, una y otra vez, visitaremos junto a Pinocho ese otro mundo de influencias orientales, criaturas mitológicas y seres mágicos que resultan más apegados al cine de Del Toro, como esos conejos, como escapados de un siniestro país de las maravillas, jugando con relojes de arena y repartiendo la baraja de la vida. 

Pinocho es también la madurez y la aceptación de un padre y un hijo, distintos a los anhelados.

Conteniendo detalles soberbios en las texturas de las marionetas (en esas uñas de Gepetto y su mechón canoso, en los gestos de los parroquianos del lugar, o esa nariz creciente en rama), y un millar de momentos brillantes en la puesta en escena; como toda la odisea dentro y fuera de la ballena, y lo relativo al circo ambulante, incluyendo la genialidad de un show burlándose de Il Duce.
Mas son las escenas del campamento de reclutamiento, de creación propia, el punto más apropiado de Del Toro, recordándonos esta peligrosa actualidad de vuelta a los extremismos.

Intercalando canciones que no resultan tan fascinantes como toda esa oda a la desobediencia, bien entendida y bien expuesta, Pinocho es pura artesanía en fondo y forma, que merece ser vista en pantalla grande y en versión original, escuchando las voces ad hoc para cada personaje; encontrándonos con la de Gregory Mann como Pinocho, Tilda Swinton poniendo su rareza para la del Hada de la madera, Christoph Walt regalándosela al despiadado feriante, Conde Volpe, quien va acompañado del travieso monito, Spazzatura, con los grititos de Cate Blanche, y Ewan McGregor, siendo el nuevo Pepito Grillo, llamado ahora Sebastián. Un insecto viajero con aspiraciones de escritor y dotes de narrador, que es de lo más divertido del filme, siempre a punto de cantar y soltando chistosas reflexiones filosóficas.

Del Toro continúa la historia universal, como siempre hubiéramos deseado. 

Y la termina magistralmente, aludiendo a la vida y la muerte de manera profunda, bajo ese árbol de buena sombra y buena madera que refleja el paso tiempo como consecuencia natural de toda una vida. Una vida donde pasan cosas, muchas cosas, hasta que finalmente nos vamos… Y ya.  

Mariló C. Calvo 

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