PETER VON KANT de François Ozon
Divertido panegírico de admirados directores
Ozon es un director que despierta curiosidad e interés. Al repasar su filmografía sus cintas, gusten más o menos, desprenden un trabajo bien hecho, incluso dirigiendo relatos diversos y abrazando distintos géneros, la dirección siempre es coherente y acertada, haciendo gala de una buena elección para el reparto, la estética y la historia a tratar. Que igual escribe además el guión, que adapta, que realiza filmes que recuerdan o homenajean, de alguna manera, a maestros del cine, con tendencia hacia sus compatriotas franceses y por el alemán Fassbinder.
La piscina, 8 mujeres y En la casa, esa maravilla de largometraje basado en El chico de la última fila, ese prodigio de texto teatral de Juan Mayorga, dan muestra del gusto de Ozon, que estrene lo que estrene siempre invita al gusto de ver su última película.
En Peter von Kant, de estreno este fin de semana aunque ya se pudo ver en 70Zinemaldia y Berlín, el director francés lanza un artefacto teatral y metacinéfilo, un divertido homenaje y en clave de burla a su venerado Fassbinder y Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de ahí la masculinización del nombre y el juego de admiración por el mundo del cine y por el director alemán tan trágico ante el amor, como apasionado.
Ozon se ríe y exhibe una sátira a las celebrities con un director de cine, una estrella madura y todas sus neurosis a la vez, expuestas cual escaparate.
En un mismo escenario, salvo por un par de planos panorámicos de la plaza donde su ubica un hogar cuasi operístico con referencias de cinefilia, sin puertas y apenas muros, y centrado en una gran cama. Un mismo escenario durante todo el metraje, donde se desenvuelve el teatrillo vital del director junto su amiga, ex amante y musa (fantástica, Isabel Adjani), quien ahora es famosa en Hollywood y diva hasta en las maneras de vestir y una de las pocas visitas que aún recibe al director venido a menos, cada vez más histrionismo y con continuas adicciones, junto al famélico asistente con bigotito, cual sombra y cual liebre tras su amado señor que grita su nombre sin descanso. Y Karl atendiendo a lo que diga, sea un trago, una raya de coca, o la mecanografía de un guión, antes incluso de que el amo lo pida y siempre tras la puerta con avizores ojos y oídos (encarnado por Ben Gharbia, quien sin decir ni una sola palabra, como buen esclavo, es ya un personaje a recordar (¿y se acuerdan al camarero de El Guateque?).
Cuando la rutina del cineasta es interrumpida por la presentación de un chico, aspirante a actor del que se emboba el gran cineasta y convierte en nuevo amante. Desde el momento en el que Peter arrebata la cámara su asistente para robar primeros planos al chaval mientras cuenta su pasado, buscando o forzando la lagrima, el juego comienza; el fílmico y el de la seducción, dentro y fuera de la pantalla. Ahí empieza la imitación al cine y un guiño de genial comedia.
Entre tanto avanza la historia y la fama del joven entremezclándose un ritmo hilarante de celos, posesión, admiración, manipulación, obsesión, humillación, sumisión… Y a una le vienen ecos de El sirviente.
Con ese trasfondo de dependencia, que aquí además a la tristeza, al amor, al objeto de deseo y al miedo a la soledad, Ozon se mueve en el histrionismo y en el humor a través de un triplete de buenísimas interpretaciones en ese reducido mundo con música vintage y una colección de espejos donde se ve toda la estancia o se reflejan las restantes, junto a los perfiles de los protagonistas. Teatral, fílmico y precioso.
Y toda esta alabanza envuelta de un ambiente retro de colores vivos, sarcasmo y ternura. De ese buen cine del que hablaba, que entre otros detalles resalta por el reparto con la grandísima interpretación de Denis Menoche (que a la par está extraordinario en As bestas de Sorogoyen), dando vida a un personaje original sin parecido con el supuesto alemán y por supuesto, francés. Un tipo de difícil convivencia, al que se acerca con ternura por momentos y rozando la burla, en esa exaltación de personalidad, vicios y miedos. También y tan bien mostrados con la aparición de dos estrellas invitadas cuando ya, la función se tornará rocambolesca con una adolescente que será toda una sorpresa y una abuela, la madre de Peter, quien como buen madre es la única que realmente puede calmarle -y ahí se encuentra un detalle más de metacine que gustará a amantes del séptimo arte, siendo la actriz una compañera de Fassbinder en sus tiempos de teatro underground; Hanna Schygulla, quien sin saber quién fue, ya convence con su simple presencia y luego, fascina, cantando en alemán-.
Esa veneración por Fasssbinder, compartiendo sensualidad y la preocupación por el amor en sus múltiples opciones y formas, con su poder y sus efectos de debilidad y fortaleza, asimismo se encuentra en Peter von Kant –esta la segunda vez que Ozon le toma como inspiración, tras Gotas de agua sobre piedras calientes hace más de una década- y queda igualmente expuesta por momentos, como cuando se cuela un vinilo sonando Jedet toser war er liebt de Querelle, que podría ser un capricho de Ozon, al igual que para Peter es el joven Amir Khalil -quien se estrena en la gran pantalla-.
Con un cartel de rojo pasión y azul de melancolía, un corazón que parece más una lengua, o viceversa, y una imagen de tendencia gay con el sobretítulo de adaptación libre de Las amargas lágrimas de Petra… Este último filme de Ozon plagado de espejos como cuadros dentro cuadros, cual cine mirando al cine, y mucho de juego -que es esencia del mundo de las películas y de la magia del Sétimo Arte- nos ofrece una divertida frivolidad sobre ese Fassbinder que tendía al dramón y a las profundidades psicológicas.
Mariló C. Calvo