NUESTROS MEJORES AÑOS: Luz y oscuridad
Nuestros mejores años, el título con el que se estrena en España la última película de Gabriele Muccino, es lo más parecido a una brisa fresca que podemos encontrar ahora mismo en una sala de cine.
Hacía mucho tiempo que una historia no nos sumergía en la gran pantalla con la facilidad con la que ésta lo hace. Y no es algo sencillo, porque contar en poco más de dos horas 40 años de la amistad de cuatro chicos que se conocen desde los 80 hasta la actualidad sin caer en el agotamiento y sin que nos aburramos, incluso al revés, que estemos cada vez más interesados en lo que les ocurre, es de un mérito enorme.
Mérito sobre todo cuando recordamos que Muccino es el autor de En busca de la felicidad, la película por la que Will Smith consiguió su primera nominación al Oscar, y Siete almas, también con Will Smith en medio de un enorme reparto espléndido en una película que más que brillar se apagaba a cada minuto de metraje.
Pero en Italia las cosas se le dan mejor. El último beso fue, allá por el año 2001, buena muestra de ello, y ahora, con Nuestros mejores años, lo corrobora.
Las vidas de estos cuatro amigos, Giulio (Pierfrancesco Favino), Paolo (Kim Rossi Stuart), Gemma (Micaela Ramazzotti) y Riccardo (Claudio Santamaria), nos interesan desde el primer momento, desde que los conocemos de niños, desde que Paolo se fija en la pequeña Gemma en la clase que comparten y a partir de entonces las vidas de los cuatro se intercalarán como los años que van pasando.

Nuestros mejores años es una película deliciosa. Se degusta, más que se ve, porque todo en ella es hermoso, aunque duela lo que a veces ocurre en el relato. La vida nos lleva por derroteros que no siempre queremos transitar y Nuestros mejores años lo hace con un estilo sencillo, que no simple, porque no es fácil lo que consigue, que es que lo parezca, y añade a sus ingredientes una elegancia que hasta en los momentos más turbios nos aleja de lo desagradable para mantener únicamente el concepto de que lo es.
Y nos enamoramos de sus personajes, porque sus actores nos los hacen humanos. Podríamos ser nosotros si la vida nos hubiera empujado a su mismo lugar. A lo mejor no habríamos repetido sus movimientos pero podemos entender que ellos los hagan, no porque esté escrito en el guión sino porque la naturalidad que con la que los interpretan, unido a la fluidez de la narración y al buen hacer de Muccino, nos acercan inevitablemente a ellos.
Sentimos sus males, nos alegramos por sus dichas, y los años corren y el tiempo no, porque no nos pesan los minutos, estamos entregados a la película como si fuera ya una de nuestras favoritas.
Nuestros mejores años tal vez no sea el título más preciso para lo que les ocurre a los personajes, porque no todos sus años son buenos, pero es la memoria la que nos permite decidir si todo ha valido la pena, si estamos en el sitio que buscábamos o en el que no habiéndolo previsto nos gusta igual que si lo hubiéramos deseado, si estamos conformes con quiénes somos hoy aunque si echamos la vista atrás no todo el paisaje fuera luminoso.
Muccino reflexiona sobre todo ello por medio de esta historia río tan admirable, tan recomendable, tan sutil en ocasiones y tan descarnada en otras, formando con todos los acontecimientos un fresco a unir a otros títulos que tan bien se le han dado a Italia en cuanto a grandes historias se refiere, caso de La mejor juventud, de Marco Tullio Giordana o Rocco y sus hermanos, de Luchino Visconti.
Sí, Nuestros mejores años es una película de un gran calibre, de esas que cuando terminan admitimos que tienen que hacerlo pero de las que querríamos que no lo hicieran para seguir sabiendo más de sus personajes, para seguir siendo un poco parte de su vida, ya que durante un rato, que se ha pasado en pocos minutos, nosotros hemos sido parte de las suyas.
Silvia García Jerez