NOSFERATU: Un Drácula para muy cinéfilos
Nosferatu se ha estrenado en la cartelera navideña en el número 3 de la taquilla. Normal, para tratarse de una película de terror, que tan bien funciona siempre entre los jóvenes, que son quienes más van al cine, sobre todo en días de fiesta y fines de semana, porque los Martes Senior son para el público de mayor edad, pero resulta llamativo si nos adentramos en el film y descubrimos que es menos comercial de lo que a priori pudiera parecer.
Cierto es que Nosferatu la dirige Robert Eggers y quien conozca su trayectoria ya sabe que su trabajo ronda la excelencia. No en vano no sólo es director, también es diseñador de producción, y se nota. Si unimos las dos labores y la minuciosidad con las que las realiza, el mimo que le pone al resultado de cada plano, tenemos el tipo de cine que siempre nos ofrece. Aunque tal vez con Nosferatu haya dado un paso más hacia la perfección.
Quien viera La bruja en 2015 -protagonizada por una entonces desconocida Anya Taylor-Joy a la que Robert Eggers presentaba al mundo, antes incluso de que M. Night Shyamalan se la descubriera al gran público en Múltiple, ya que La bruja fue la primera película de la actriz-, o quien viera en 2019 El faro, ya con Willem Dafoe en el reparto antes de volver a trabajar con él aquí, en Nosferatu, ya sabe hasta qué punto Eggers es un director atípico dentro de los cánones comerciales del s. XXI.
Ya en El faro tocaba, y con profundidad, el universo de la mitología griega. Película densa pero fascinante, rodada en blanco y negro, tenía fragmentos de comprensión más compleja, tanta que se requería ayuda extra, externa, de análisis por fuentes escritas o audiovisuales, tutoriales sobre el significado y la relación de los personajes y los acontecimientos que sucedían en la película con ese clasicismo literario.
No, Robert Eggers no es un director que realice cine fácil de ver, pero el hecho de que trabaje con compañías que lo distribuyen a lo grande y lo arropan y llevan a la categoría de terror inteligente, o elevado, como se ha venido denominando en los últimos años a aquellos títulos en los que el género se manifiesta más en la atmósfera que en los sustos y la violencia extrema, han favorecido el aura de director de obligatoria visión a su responsable, eliminando así las posibles críticas a quienes se aburran viendo su cine, porque si no se disfruta es que es no estás a su nivel, y ningún espectador quiere asumir eso.
Pero sí, Robert Eggers puede resultar un director de cine aburrido. Que su nombre ya esté envuelto en la etiqueta de ‘de culto’ no invalida el hecho de que haya quien no pueda soportarlo, lo diga o no en voz alta. Y ahora llega Nosferatu para volver a poner a prueba a sus detractores. Y para deleite de quienes lo tienen en un pedestal y no entienden que pueda no gustar.
Basada en la novela Drácula, de Bram Stoker, de 1897, es en realidad un remake del Nosferatu alemán de F. W. Murnau, versión muda de 1922 que supone el máximo exponente del expresionismo alemán. Pero se tituló Nosferatu, y se cambiaron los nombres de la novela, por problemas de derechos: no quisieron pagarlos. Por eso, y porque para cuando se estrenó la película Bram Stoker el escritor ya había fallecido, su viuda intentó hacer desaparecer las copias de la película. No lo consiguió, al menos que desaparecieran todas, y por eso hoy seguimos conservando la joya de Murnau y Robert Eggers ha podido hacer esta nueva versión basándose en aquella, que cuenta, cuentan, la misma historia que la de la novela de distinto título.
Un vampiro que vive en Transilvania está enamorado de una mujer casada que a su vez vive en Londres y a la que quiere poseer a toda costa, mandándole incluso a la ciudad inglesa la plaga de la peste para destruirla si en tres noches ella, Mina (aquí Ellen Hutter, Lily-Rose Depp, hija de Johnny y Vanessa Paradis), no se entrega a él… Una historia de amor lúgubre y terrible, de sometimiento y de sacrificio, de puro terror gótico con momentos realmente escalofriantes. Pero de bien hechos que están, de bien ambientados, de bien construidos. Robert Eggers ama el género y lo demuestra en cada plano.
Nosferatu dura dos horas y doce minutos. Es larga, sí, contemplativa, se recrea en la belleza que muestra. Una belleza oscura, espantosa, asfixiante, pero así es el expresionismo alemán del que Eggers no se aparta. Al menos en la primera hora de película. El tramo de la Transilvania, a la que llega Thomas Hutter (Nicholas Hoult, a quien acabamos de ver en Jurado Nº2), es más que sensacional. Es una lección de cine. Es apabullante y majestuoso que un director se atreva a llevar el expresionismo a su máximo nivel. La atmósfera desasosegante que logra crear consigue transmitir el puro terror de quien pasa de ser invitado a estar encerrado por su anfitrión. Así, a larga distancia, comienza también el calvario de su esposa, siendo poseída por el monstruo cada vez que éste lo desea. Y la desea.
La segunda hora de Nosferatu es ya más convencional, dentro de los cánones de la comercialidad. Salimos de los claroscuros, más oscuros que claros en realidad, para adentrarnos en el viaje a un Londres enfermo por culpa del amor de un ser que ya no es de este mundo. La peste, las ratas, los muertos inundan las esquinas y la película se convierte en el suplicio de Ellen, más y más abocada a obedecer a quien detesta. Aquí la cinta se abre a los grandes espacios para seguir siendo igual de dolorosa. Y Robert Eggers plasma el horror con una precisión excepcional. La dirección artística, disciplina en la que es un maestro, no puede ser más perfecta, y la planificación, los lugares en los que decide colocar la cámara, nos da como resultado auténticos lienzos para exponer en un museo.
Nosferatu, a pesar de todo, puede que sea el trabajo más accesible de Robert Eggers. Le ayuda, por supuesto, el hecho de que ya nos sepamos su argumento, de que vayamos a historia conocida, por ser mítica, y por lo tanto no nos pilla desprevenidos. Debido a eso entramos con más facilidad en la propuesta y la apreciamos como ésta se merece. Pero es que también es muy posible que Eggers haya superado a sus antecesoras y haya rodado la mejor película de Drácula posible, con un vampiro desasosegante, un Conde Orlok interpretado por Bill Skarsgard -el Pennywise de los It de Andrés Muschietti- inquietante tanto en su presencia como gracias a su innovador maquillaje de caracterización y a ese acento tan exagerado que para bien o para mal es ya un referente de su creación del personaje.
El Nosferatu de Robert Eggers es, realmente, una joya que marcará, de nuevo, un precedente para el próximo director que se atreva a volver al texto de Stoker. No será fácil, nunca lo es, pero se trata de un clásico que siempre llama a ser revisitado. Casi cada década tiene su adaptación y todas, con mayor o menor fortuna, han sido reconocidas. Bran Stoker creó un personaje inmortal y el cine, periódicamente, se lo reconoce. Porque Drácula es en sí puro cine y el cine, eso tendemos a pensar, nos gusta a todos.
Silvia García Jerez