NIEVE NEGRA: thriller a ritmo de tango
Nieve negra es la historia de Marcos (Leonardo Sbaraglia) y Laura (Laia Costa), su mujer, que viajan a Argentina a enterrar las cenizas de su padre en el lugar en que está su hermano Juan, que murió de niño en un extraño accidente. También pretenden convencer a Salvador (Ricardo Darín) para que venda la casa familiar, de la que nunca se marchó, ante la oferta que tienen de compra por nueve millones de pesos. Pero la visita de Marcos y Laura no saldrá como estaba prevista.
La nieve no es negra, así que si una película se titula Nieve negra ya sabemos que se trata de un oxímoron que nos va a situar en un estatus narrativo que no es el tradicional de esperar que lo que surja de la nieve sea algo blanco, es decir, bonito. El título nos ubica ante un relato muy oscuro. Solo hay que ir descubriendo hasta qué punto lo es y qué secretos nos aguardan tras las páginas de su guion.
Leonel D´Agostino y Martín Hodara son los firmantes de un libreto que sin prisa pero sin pausa nos irá desvelando qué sucedió en el pasado para que afecte de esa manera al presente y condicione tanto el futuro.
Nieve negra es un thriller que se desarrolla a ritmo de tango: tranquilo, con pasos muy medidos, con escasos trazos del cine argentino al que estamos acostumbrados, ese que suele contar con largos párrafos de diálogo dichos por cada personaje. Aquí los diálogos son parcos, los justos para corroborar lo que ya estamos leyendo en los ojos de todos ellos.
La soledad, el miedo a los cambios, el tener asumido que esta es la vida que le tocó, hacen de Salvador un ser gris escasamente dado a la conversación y mucho menos a ser convencido de hacer algo que no solo no quiere llevar a cabo sino que ni se plantea.
El trabajo de Ricardo Darín con este personaje va más allá de lo que uno imagina que el genio ofrecerá. Físicamente está casi irreconocible, gracias a unas extensiones en el pelo que él mismo cuenta que no soportaba llevar, y la psicología que transmite de ese hermano vivo por fuera y muerto por dentro es simplemente una joya a estudiar.
Ricardo ya nos deleitó con un trabajo de profundidad parecida en El aura, de Fabián Bielinsky, el mismo que lo dirigió y lo lanzó al estrellato con Nueve Reinas. Film poco conocido y mucho menos visto, ya unió a Darín con Hodara, el primero en el papel protagonista y el segundo en el puesto de director de segunda unidad, es decir, el que lleva a cabo las escenas de acción, de las cuales, a pesar de su tempo lento y sus silencios tan importantes, El aura no andaba escasa.
Tampoco Leonardo Sbaraglia está lejos de la gloria. Su Marcos es un hombre que intenta ser feliz junto a su esposa, que además está embarazada, y espera que el dinero de la venta de la casa familiar les ayude un poco a todos. Es prudente, sí, pero lo que ve cuando llega a su destino le supera. Y la impotencia se adueña de él. Nieve negra es, probablemente, una de las mejores interpretaciones del actor.
Juntos por primera vez, la pantalla rebosa talento por sus cuatro esquinas. Observar a dos titanes del cine argentino compartiendo planos es un regalo para cualquier cinéfilo. Y si a ellos se les une Federico Luppi, otra leyenda del país del dulce de leche, la golosina se completa.
Laia Costa es la actriz que redondea el cartel principal de la película. La intérprete catalana empieza a despuntar con fuerza en la gran pantalla del mundo, puesto que va allá donde le ofrecen un proyecto interesante, ya sea en Alemania, país en el que rodó Victoria, el plano secuencia de dos horas y media que la lanzó, y con todo merecimiento, al lugar que habitan los actores que sin llegar a ser estrellas poseen el prestigio que pronto les dará la oportunidad de serlo, o en la Pampa, de donde proviene esta cinta.
La atmósfera malsana recorre las imágenes de Nieve negra. Desde su comienzo, ese accidente en extrañas circunstancias que no deja claro en qué consistió pero que podemos intuir que sus ‘extrañas circunstancias’ no fueron tales, hasta la conclusión a la que llegamos a través de los ojos del personaje menos insospechado para guiarnos, la película nos hace atravesar un recorrido doloroso. Tanto como una cena que se atraganta y no se disfruta.
Querer saber y no poder preguntar puede llevar a lugares más remotos que un paisaje aislado en la nieve si de verdad se hace lo necesario para obtener las respuestas que se buscan. Los pasillos, las habitaciones, las confortables camas que todas las casas tienen, pueden ser la pesadilla más real a la que una persona se enfrente.
Thriller y cine negro construido a través de flash-back rodados con una precisión asombrosa, mezclando presente y pasado en el mismo lugar y en el mismo momento. Ya ocurría algo semejante en El aura, pero entonces se trataba de un futurible, una circunstancia que podría ocurrir pero que no pasaba. Aquí simplemente ya pasó. Y la de Nieve negra es una virguería visual que Martín Hodara, su director, hace posible con la misma extraordinaria destreza que vimos hace doce años y que ahora firma con todos los honores. Nosotros solo tenemos que ir al cine a disfrutar de ella. Y de la película que la contiene.
Silvia García Jerez