MORIR: en la salud y en la enfermedad

Cuando uno se enfrenta a una película como Morir sabe que no será un ejercicio agradable si el contenido resulta ser coherente con el título. Y Morir, el segundo largometraje de Fernando Franco tras revelarse y triunfar con La herida, premios Goya para él como director y Marian Álvarez incluidos, está plenamente a la altura de lo que cabe esperar de semejante presentación.
Una enfermedad terminal es la causante de acabar con las alegres vacaciones de Marta (Marian Álvarez). Diría que de ella y de Luis (Andrés Gertrudix), pero es que él ya no las estaba disfrutando cuando le confiesa a su mujer que las pruebas que se hizo antes de que se marcharan no habían salido bien y que había afirmado lo contrario para no estropearlas.

Marian Álvarez en MORIR
Marian Álvarez en MORIR

Pero el peso de la información siempre sube a la superficie, como un nadador que por mucho que tenga su cabeza debajo del agua acaba emergiendo por pura necesidad. Y saber que a Luis no le queda mucho tiempo apaga la diversión y la transforma en pesadilla.
Desde ese momento Fernando Franco convierte Morir en un acto colectivo, de dos, o de más, porque a la muerte física une la muerte social, escondiendo, ya sea por miedo o por vergüenza, o por ambas a la vez, la circunstancia a los demás. El aislamiento es cada vez más progresivo a medida que el mal avanza, y el amor que Marta y Luis se profesan, no por evidente, deja de ponerse a prueba.
Los dos tienen encima un gran desafío, porque solo uno de ellos padece la enfermedad, pero ambos la sufren. Luis los síntomas y la dolencia y Marta las consecuencias inseparables que requieren de apoyo y comprensión, pero también del silencio que no convierta la desesperación en un infierno.
Fernando Franco trata el proceso de una forma íntima, llenando las habitaciones de respeto por sus personajes y, por extensión, por todos aquellos que desgraciadamente saben o han sabido lo que es. Su trabajo como director es un prodigio de valentía, porque se atreve a llegar donde muy pocos lo hacen, llevando el dolor al extremo sin que por ello haya que apartar la mirada.
Por momentos, Morir recuerda a la estremecedora Amor, de Michael Haneke, pero donde el alemán roza lo insoportable, Fernando Franco se detiene en la línea que marca el cine que se ha prometido ser honesto con lo que cuenta.
Y así también son las interpretaciones de Marian Álvarez y Andrés Gertudix, pura verdad, un baño, nunca mejor dicho, de naturalidad ante la pantalla. Sus gestos, sus miradas, hasta sus respiraciones son una muestra de cómo la profesionalidad de dos intérpretes que nada tienen ya que demostrar, despliegan con maestría ante nuestros ojos. Posiblemente se trate del mejor trabajo de los dos actores. que componen, secuencia a secuencia, uno de los grandes títulos que nos ha dado este año nuestro cine.

Silvia García Jerez

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