MI POSTRE FAVORITO: Amor en la tercera edad
Mi postre favorito llega a las carteleras dispuesta a encandilar a todas las audiencias, pero sobre todo para demostrarnos que las historias de amor no les ocurren únicamente a los jovencitos, que la gente mayor, la que ya está en la tercera edad, también las vive. Y que el cine también las muestra. Pocas veces, pero cuánto se agradece la diversidad en el cine romántico.
En esta ocasión estamos ante una película iraní que se desarrolla en Teherán. Su protagonista es Mahin (Lili Fardahpour), una mujer de setenta años que hace treinta que se quedó viuda. Vive sola, porque su hija y su nieto se fueron a Europa, y su única compañía son las reuniones con sus amigas, cuando pueden llevarlas a cabo, en las que los chismorreos están a la orden del día y las risas, aseguradas.
Un día decide ir a un lugar diferente, un restaurante en el que comen los hombres en sus descansos del trabajo y conoce a Faramarz (Esmaeel Mehrabi), un taxista que le llama la atención y decide seguirlo cuando éste acaba sus platos y se reincorpora al trabajo. De este modo, al final de su jornada se acerca a él y comienzan a charlar. Ella lo invita a su casa y ese será el principio de una bonita relación entre dos personas mayores que encuentran amparo la una en la otra y que ven cómo su vejez no es impedimento para vivir algo que parecía olvidado.
Mi postre favorito es toda una alegría en la cartelera. Una comedia romántica sencilla pero tan tierna y tan encantadora que resulta irresistible. Los prejuicios pueden hacer que elegir una película iraní protagonizada por dos ancianos eche para atrás a potenciales espectadores. pero si se dejan sorprender van a pasar un rato delicioso.
Comenzamos el viaje que la película propone conociendo la realidad de la mujer en Teherán, que no es, como puede imaginarse, nada fácil. Tanto es así que sus directores, Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, tuvieron problemas en su país por haber mostrado esa realidad y no sólo no pudieron viajar al festival de Berlín a presentar la película sino que además permanecen bajo la constante vigilancia del gobierno iraní, incluyendo una citación judicial para el pasado 1 de mazo por haber estrenado el film sin autorización oficial. Y es que en la película las risas cómplices de las amigas de la protagonista son un gran alivio y buen barómetro de lo que viven cada día, de una existencia opacada por normas y circunstancias que no les permiten ser todo lo libres que ellas quisieran. A esa crítica social vamos a ir sumando otras, como el hecho de descubrir cómo se comporta el vecindario con aquellos que ocupan las casas: las habladurías y las personas que están pendientes de las vidas de los otros. Las llamadas ‘marujas’ no son un fenómeno únicamente español, también en Irán hay que tener cuidado con ellas.
Mi postre favorito también ha llegado para derribar tabúes. A mostrar el deseo de las mujeres mayores se une contarnos que los hombres pueden no ser tan mujeriegos como la sociedad asegura, o que a los setenta años uno sigue siendo tan pudoroso como cuando era adolescente. Temas que no suelen mostrarse en el cine porque no parece que la vejez atraiga mucho público y, por lo tanto, a los productores. Pero qué bonito es que una película tenga a una pareja anciana como protagonista y que podamos citar más ejemplos que no sean únicamente En el estanque dorado, de Mark Rydell, Los puentes de Madison, de Clint Eastwood, Lejos de ella, de Sarah Polley, o Amor, de Michael Haneke. No hay que tenerle miedo al cine con ancianos en sus papeles principales. Tienen, muchas veces, mucho más que contar que las parejas que entran o están saliendo de la adolescencia. Y nosotros, como espectadores, mucho más que aprender de ellos.
No suele pasar en el cine actual, siempre tan frenético con los tiempos, pero Mi postre favorito puede presumir de un detalle admirable: mostrar a una pareja contándose su vida, sus experiencias, frente a un vaso de vino, y que nos resulte apasionante. Dos personas conociéndose, compartiendo anécdotas, mirándose con detenimiento, sin dobleces, sin dobles intenciones. Esto es lo que hay y es lo que vamos a compartir. Y es que te derrites.
Y todo ello aliñado con un sentido del humor maravilloso. Comentarios graciosos, situaciones desternillantes -qué momentos más icónicos se generan en torno a la foto que Mahin quiere hacerse junto al taxista que acaba de conocer-, respuestas tan naturales que nos provocan la risa cómplice con una pareja con la que empatizamos por completo y a la que minuto a minuto, plano a plano de esa velada, vamos deseando lo mejor.
Y mucha atención al vestuario de la película. No es un aspecto menor en el engranaje dramático del film. Al comienzo, Mahin le dice a su hija en conversación de videollamada que no hace falta que le envíe todos esos vestidos que le manda, que con la vida que ella lleva no se los va a poner nunca. Lo que es capaz de cambiar la vida en un momento… y la falta que le van a hacer los vestidos entonces. Mahin brilla junto a Faramarz. Por dentro pero también por fuera. Y su casa también se ve recompensada. Todo es luz en Mahin y nosotros nos alegramos por ella.
Mi postre favorito entra de lleno en ese género, único en sí mismo, que ha venido en llamarse ‘feel good movies’. Películas con las que sentirse bien, pero dicho en nuestro idioma. Es, ya lo dije antes, una delicia. Una de esas películas ante las que te acabas entregando y no te queda más remedio que admitir que es tan grande como tu película comercial más esperada. O incluso mayor. Es un descubrimiento, cine que se queda en tu memoria para formar parte de ti. Y esas son las mejores películas, las que vas a recordar siempre, las que de manera discreta te inundan, te desbordan y dejan un poso inmenso en tu interior, consiguiendo que salas de la sala sabiendo que has sido testigo de algo cinematográficamente glorioso, sabiendo que has visto una película que nace como un clásico instantáneo.
García Jerez