MI NOMBRE ES ALFRED HITCHCOCK
El buda del guiño
My name is Alfred Hitchcock podría interpretarse por Me llamo Alfred Hitchcock, Mi nombre es Alfred Hitchcock, e incluso Soy Alfred Hitchcock, dependiendo de la presentación elegida según se defina el sujeto por su trabajo, en familia, y con las relaciones sociales.
Atendiendo, obviamente, al gran director inglés conocido como el maestro del suspense, el título corresponde al documental de Mark Cousins, quien exhibe la pericia de acercarnos a la persona y personaje tantas veces estudiado y caricaturizado, proponiéndonos un juego de identidad y engaño, casi como Hitchcock tan bien hacía.
Desde una mirada actual y a través de unos magníficos retratos que llegan a guiñarnos un ojo a modo de farol, Me llamo Alfred Hitchcock recupera sus propias palabras cual factótum, bromeando con el metacine y arriesgando en su psicología.
Articulado en seis apartados, como los seis trazos del trampantojo de su perfil más televisivo y reconocible, el documental ofrece una cinefilia tan entretenida como fresca, carente de la cronología típica y basada en una de arquitectura emocional que pasea por el deseo, el miedo, la soledad, el tiempo, el cumplimiento y la escapatoria, logrando así enseñarnos algunos de sus largometrajes con el análisis de las inquietudes generadas y los trucos utilizados en cada cual, enlazando aleatoriamente su filmografía, Crimen perfecto con Cortina rasgada y La Soga, por ejemplo, sorprendiéndonos, tal vez, según son los razonamientos de Cousins y los temas que le interesaban a Hitchcock.
Sin faltar sus famosos cameos, ni algunas de esas frases tomadas de esas entrevistas que quedan para la historia del Cine, el doc entra en complicidad con el espectador aún con todo lo que ya sabemos de Hitchcock, confesando cierto misterio desde el principio del metraje y practicando un humor continuo que Hitch, como le llamaban en la intimidad, hubiera más que disfrutado.
Una enorme escultura de Hitchcock abre la cinta. Reconocerle tan sonriente implica cambiar de perspectiva, pues aunque se riera de sí mismo y de casi todo, tal busto parece más de un Buda que de quien hizo del miedo y la ansiedad su seña personal.
Mientras le identificamos, ya escuchamos a Hitchcock describiéndose como temerario y feriante. También como un observador, un tramposo y un juguetón. Dicho por él mismo. Y casi con esa misma voz, tan característica y a resultas de aquellas presentaciones que el director realizaba en cada capítulo de sus series, constatando que con esa charlatanería igualmente se convertiría en un genio cinematográfico, siendo Truffaut quien primero lo constató.
Dicho y hecho. Pues Hitchcock fue un visionario de la promoción, vendiendo como nadie sus historias de detectives, asesinatos y voyeurismo que desafiaban los convencionalismos a un lado y otro de la pantalla. Trabajó en cualquier medio sin poder reparos y para un público al que daba lo que quería sin renunciar a sus gustos y obsesiones, mostrando sus ocurrencia técnicas e innovaciones al rodar para evitar la censura u otros cortes de plano, y lo previsible del maravilloso truco del cine, creando entonces el mejor suspense de películas memorables, que seguimos viendo aún recordando el final. Claro que Hitchcock, tan británico, sabía mucho de cine alemán, iluminación, escenografía, guión… También de la mentira del arte y de la falsedad de toda ficción.
Obviamente Hitchcock se ha ido transformando en un clásico. Sin más.
Y ahora, casi imitándose y de la mano de Cousins, nos explica su oficio cual maestro, con toda la pasión del recién aficionado.
Mucho se le ha alabado y criticado. Y mucho se ha hablado, escrito y hasta plagiado de él.
Existe incluso un documental que profundiza en la escena de la ducha de Psicosis, sólo en esa secuencia, porque fueron esos fotogramas como reza su título 78/52. La escena que cambió el cine. Aunque la cinta en su totalidad fue remake, siendo copiada por Gus Van Sant, plano a plano. Asimismo en los años noventa, se estrenó una versión de (Un) Crimen perfecto, con producción muy de la época y un elenco estelar. Y no hace tanto que la imprescindible entrevista entre Hitchcock y Truffaut -que fue charla de una semana y luego, libro para amantes del séptimo arte- terminó convertida en imágenes en movimiento para Hitchcock/Truffaut, o El cine según Hitchcock.
Con alguna inserto de actualidad, absolutamente prescindible, Me llamo Alfred Hitchcock aporta un reflejo más de la personalidad de ese mago del suspense, acoplando lo publicado y contrastable a las ensoñaciones de Cousins, ya menos demostrables -quien también ha realizado un documental sobre otro inmenso director (La mirada de Orson Welles), mientras que en su anterior trabajo, también del año pasado, expone la participación de las mujeres en el desarrollo del Cine (Women Make Film)-.
Interpelándonos y vacilándonos, Hitchcock nos narra anécdotas y parte de sus conversaciones privadas sobre sus primeros filmes de cine mudo, de sus célebres películas en blanco y negro como Rebeca, Psicosis o Recuerda, y del paso al color ya en Hollywood con Los pájaros, Con la muerte en los talones, Vértigo, Atrapa un ladrón y La ventana indiscreta, entre otras.
Dominando su presencia, en todo momento, entre recuerdos de rodaje o brevemente acompañado de sus actrices y junto a su mujer, descubrimos la parte más afable de la persona y el personaje.
Y aunque nunca se termina por conocer a alguien, ni con este triplete de presentación, bien logrado, los impresionantes retratos de un realismo, de nuevas tecnologías, consiguen que Hitchcock nos siga con la mirada y podamos penetrar en ella, a través del brillo de ese guiño del engaño.
Si no voy a ser yo mismo, ¿quién lo hará? (Alfred Hitchcock)
Mariló C. Calvo