EL HORIZONTE: El verano del arcoiris
El horizonte es la prueba, mostrada en formato cinematográfico, de que la adolescencia es una de las etapas más complejas de la vida. Al igual que le ocurre a la infancia, que tiene sus problemas pero tiende a idealizarse, como si los niños, por el mero hecho de serlo ya tuvieran que ser felices hasta que sus cuerpos cambien junto a sus gustos, la adolescencia puede ser un periodo de la vida tan traumático como cualquier otro. Solo depende de lo que se experimente en ella, una amplitud de acontecimientos para los que no siempre estamos preparados.
En el caso de Gus (Luc Bruchez), el verano que pasa en la casa familiar del campo va a tornarse especialmente sensible cuando, en medio del hastío del calor intenso que soportan, ha de ayudar a su padre en la granja de pollos en la que ha invertido todos sus ahorros, para verlos morir uno a uno por las altas temperaturas, un trabajo ingrato que debido al calor no parece tener solución.
Gus está muy unido a su madre (Laetitia Casta), una mujer dedicada a la casa que trata de ganar algo de dinero y acepta un puesto en Correos, de varios días a la semana, para ir cubriendo los gastos que con la granja no pueden pagarse.
Mientras, su madre también tiene una pasión que colma por las noches: un club de lectura en el que conoce a Céline (Clémence Poésy), una chica que de ser amiga de su madre, cuando va a visitarla, pasará a ser mucho más que eso, haciendo la vida imposible tanto en su casa como en las que los rodean, donde las habladurías son cada vez más evidentes.

pondrá patas arriba el verano de la familia
El horizonte comienza con la normalidad habitual de un chico como Gus, visitando una gasolinera y comprando una revista de cómic mientras se guarda otra entre sus ropas para hojearla tranquilamente más adelante. Se trata, claro está, de una revista erótica. La adolescencia de Gus comienza a hacerle disfrutar con fotos que sabe prohibidas.
La gran lección que la vida va a darle ese verano consistirá en asumir que no solo las mujeres se quieren en las revistas que mira a escondidas, que tal vez su madre podría ser una de las chicas que aparece en esas fotos que tanto le gusta mirar. Pero cuando es a tu madre a la que encuentras con otra mujer en lugar de a dos chicas anónimas, nada es lo mismo.
El horizonte, film francés dirigido por Delphine Lehericey, nos abre los ojos a una realidad que no suele ser habitual encontrar en el cine: la homosexualidad en el campo. Un ambiente rudo, para hombres que trabajan duro en la tierra y sus animales y mujeres que, además, cocinan, no solo se ocupan de las tareas que complementan las del hombre, como ordeñar. Un ambiente en el que solo tienen cabida externa los nietos cuando llegan en vacaciones, el cura que conoce a los feligreses y el alcalde.
Un mundo establecido desde hace siglos que solo cambia, en la actualidad, el traslado a la gran ciudad, no prevé que la gran ciudad traiga cambios modernos al escenario campestre. Y con este horizonte de similitud con lo ya vivido anteriormente, Gus se dispone a pasar un verano tranquilo. Pero no será posible.
La vida te puede dar un revolcón, como lo harían las olas del mar. Pero él quiere seguir viviendo en una piscina, en un lugar donde el agua esté estancada, y a veces, no se puede. Y Gus no va a poder.
El horizonte es una película de una belleza arrolladora. Y una lección de vida contada con una sensibilidad especialmente hermosa.
No es fácil para un adolescente enfrentarse al hecho de que su madre no pase tanto tiempo con ellos, con su marido y sus hijos, no es sencillo para la familia saber que la madre ha descubierto sentimientos distintos a los que siempre pensó que tenía.
El mundo es un lugar menos cuadriculado que el que siempre nos han dicho que era y que en él tenga cabida aquello que no esperamos nos descoloca, pero hay que asumir que existen más colores que los que vemos todos los días, el sol cambia las tonalidades y lo que ahora es claro luego puede ser más oscuro, y viceversa, cuando hemos admitido que esto ocurre.
El horizonte es un retrato de madurez a una edad en la que aún no está previsto crecer tan rápido. Los cambios, naturales, llegan con una progresión que cuerpo y mente necesitan asumir. Cuando la realidad golpea con fuerza, con tanta que incluso a los adultos los noquea, el foco ha de ajustarse con una rapidez asombrosa. Y por el camino hay lentes que se rompen, hasta que ponemos otras que se ajusten al nuevo paisaje.
El horizonte es una de las películas más bellas del año. Su dureza se mezcla con su ternura. No hay dolor sin una pomada que lo cure, tenga ésta la fórmula que contenga, y en medio del abismo podemos encontrar dónde agarrarnos, algo que nos haga el viaje más llevadero hasta alcanzar la meta de la tranquilidad que merecemos. Que todos merecemos. Ese horizonte al que dirigirnos sabiendo que cuando las larvas mutan las mariposas disfrutan más de su destino.
Silvia García Jerez
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