LA GOLONDRINA: Amor sin alas
Hay golondrinas que no vuelan porque no las dejan volar. Es el caso de la que se representa en el teatro Infanta Isabel de Madrid, la que protagonizan Carmen Maura y Félix Gómez, dos actores llenando la escena y contando una historia que se hace más dura y más amarga a medida que avanza.
La obra comienza en una clase de canto. El alumno, Ramón, intenta entonar, sin mucho éxito, un conocido tema religioso aprendido en el coro de los Escolapios. La profesora, al piano, detiene la clase porque no le ve sentido a continuarla, al carecer el pupilo del más mínimo talento. Pero él insiste: necesita mejorar para cantarla en el acto de homenaje que se está preparando para su madre fallecida. Y claro, ante semejante razón, la clase continúa.
Pero lo que se inicia de manera profesional deriva poco a poco en cuestiones más personales, porque el hijo de la profesora fue compañero del coro de Ramón, hace muchos años, y el chico quiere saber qué tal le va. Por curiosidad. Lo que esta inocente pregunta destapa provocará un torbellino en ambos de dimensiones incalculables.

La golondrina es una obra sincera, dura, de tiras y aflojas en la tensión que va provocando llegar al fondo de un tema tabú, silenciado y oprimido por una sociedad que solo admite que lo que a ojos públicos se considera correcto.
Exponer la homosexualidad como lo hace La golondrina es un acto de una valentía enorme en tiempos en que el activismo gay parece asumido como algo lógico pero en el que los hechos, tanto los que vemos en el comportamiento de muchos ciudadanos como en los mensajes de algunos políticos, niegan la efectividad de tal avance.
Precisamente de eso habla La golondrina. De la gente que se alegra de ciertos actos terribles y de los políticos que no los condenan expresamente, de eso habla Ramón en la obra, eso es lo que denuncia, y ante esa lucha que parece superada pero que no lo está, se lamenta. Y llora.
Porque La golondrina nos descubre un realidad que muchos no quieren asumir, y es que no todo el mundo está preparado para afrontar la homosexualidad. Y la obra destila tanta verdad al respecto que puede incluso provocar incomodidades en el patio de butacas.
Y eso es bueno, significa que el mensaje está llegando al público y que dará que pensar, que debatir y que analizar. No saldremos del teatro como hemos entrado, no es una obra más.

Tampoco se trata de una obra más si al reparto nos referimos, porque La golondrina supone la vuelta a los escenarios de Carmen Maura, actriz a la que incluso el cine ha dejado de llamar. Y no se lo merece.
Lo que ocurre es que en La golondrina, Carmen, por mucho que comparta escenario con Félix Gómez, no cuenta con el protagonismo de la obra. Es el intérprete de la serie de televisión La República quien asume esa responsabilidad, la de llevar el peso de un texto tan complejo como difícil, y la de salir airoso del reto.
Porque si él falla, la obra se viene abajo, y eso no ocurre. Al contrario. La obra sube con él, al mismo tiempo que sus revelaciones se hacen más terribles, al son de una canción, la del título del espectáculo, cuya forma, única cuando él la canta, duele tanto como lo que el tema implica.
A medida que vamos conociendo la verdad de la historia, la verdad de Ramón, la verdad de una vida que se despliega ante nosotros, Félix y su interpretación vuelan. Ellas sí. La golondrina de la canción tendrá las alas cortadas, pero nosotros nos llevamos dentro la que vuela, a la que Félix, interpretando a Ramón, le ha dado alas.
Silvia García Jerez