FRANKENSTEIN por Guillermo del Toro

Tristemente grandilocuente 

Una se siente algo monstruo cuando al terminar Frankenstein de Guillermo del Toro, una no cae rendida ante la épica y el lirismo, en exceso, de esta última adaptación del cuento gótico de Mary Shelley.
Esa versión confesada, tan deseada, por el director mexicano, quien parecía ser el realizador perfecto para dar vida a tal criatura, existiendo ya en su filmografía toda una colección de engendros o seres raros, tan ocultos como marginados, que terminan siendo tan bellos y tan humanos. Ya sea en sus historias, ya sea en esas otras fábulas que convierte en propias, en mundos paralelos a nuestra realidad y a través de ese universo personal del que es artífice; mezclando fantasía, mitología y política, con romanticismo y ternura, siempre de por medio, y alguna guerra, siempre presente, destinada a esos antihéroes extraños que mágicamente (nos) descubre; ya sean insectos, formas de agua, tipos con cuernos en la cabeza y hasta faunos en un laberinto.

Sin embargo, el mito que ahora nos presenta -estrenado este verano en Venecia y este noviembre, en Netflix- no consigue asustar(me) ni conmover(me).
Y quizás sea yo el monstruo, al no ver el Frankenstein definitivo que del Toro tanto soñó. 

Permitiéndose cambiar el relato primigenio, el director emula el desafío a la Ciencia y a Dios que se exponía, pasando después a un trauma freudiano de infancia humillante, exigente y determinante (o no) para un carácter cruel, planteándonos así el paralelismo vital que desarrolla en sus dos protagonistas.
Y aunque el filme es casi fiel a la historia original, narrando los recuerdos de ambos protagonistas, desde el padre y creador, y desde ese hijo-Criatura, este Frankenstein se pierde entre la metáfora y la moraleja del cuento con las pretensiones de un monstruo con delirios de Hamlet, mientras carece del aspecto terrorífico y filosófico de la novela de Shelly, aquella que cuestiona lo que define al ser humano, aquello que hace al monstruo.

Que no es cuestión de comparar, ni apenas con el texto del que se inspira, sino de mencionar las películas previas sobre El moderno Prometeo, que ya pertenece a la cultura popular; siendo todavía una maravilla la clásica con Boris Karloff, que definió para el Cine la apariencia del monstruo, así como su fabulosa secuela, La novia de Frankenstein (porque este cuento también va de soledad), pasando por el Frankenstein de Kenneth Branagh con Robert de Niro, consolidando la historia para el gran publico, y la memorable El jovencito Frankenstein de Mel Brooks que arriesgó en su tono de comedia.
Y por supuesto, imposible no recordar esos maravillosos guiños en nuestro cine; como es la referencia al cuento dentro de la mítica Cría Cuervos de Saura, y el homenaje a la creación de la novela de Shelly en Remando al viento de G. Suárez. 

Frankenstein de Guillermo del Toro
Frankenstein a lo Hamlet

Claro que este Frankenstein es una producción espectacular. Ahí está el millonario presupuesto de Netflix y una cuidada música junto a una lograda fotografía, que sirven de apoyo a las más de dos horas y media de metraje, alternando la aparición de El monstruo en una expedición al ártico y su origen en una mansión victoriana. Sin embargo, del Toro parece recrearse demasiado en la ambientación gótica y en su acertado vestuario, olvidando la historia de miedo y nostalgia que nos quería contar.
Y esta vez, el puzzle no (le)encaja.
Y menos, el que compone a La Criatura, nacida de cadáveres, mostrándose cual Adonis marmóreo con cicatrices de una exquisita costura -que no sutura-, y como un nuevo superhéroe que no cesa de resucitar, siendo Jacob Elordi esa Criatura, mientras Oscar Isaac, interpreta al doctor Víctor Frankenstein. Aunque aquí son los personajes secundarios, los que verdaderamente emocionan, destacando al viejo ciego -sus encuentros con el monstruo son lo mejor del filme- y la pareja formada por el hermano menor de Víctor (Felix Kammerer) y su prometida (Mia Goth), quien a la par representa el gran amor del doctor Frankenstein -tal cual es en el libro original- y el del monstruo -un detalle extra de love story, muy del Toro-.
Una vez más, Christoph Waltz, está estupendo (también en otra adaptación de un clásico, Drácula, que veremos propiamente de la mano de L. Besson) encarnando a uno de los personajes  más interesantes que del Toro se inventa, siendo el ambicioso mecenas que financia la posible inmortalidad para poder salvarse de una enfermedad mortal. Y luego, como siempre, Santiago Segura tiene su pequeño papel en la película del amigo mexicano.   

Frankenstein de Guillermo del Toro

Sin lograr ver grandeza, sino grandilocuencia, claro que una se siente algo monstruo. Siendo, además, incapaz de perdonar que en el momento más significativo del filme -con ese ángel cobrando vida para revelar cómo poder devolverla- se advierta el truco de unos efectos digitales, de saldo, que no corresponden a quien siempre recibió aplausos por ellos. 

Así que una, al final, se queda frente a la pantalla, como mirando al horizonte -y sin saber bien qué ha pasado-; igual que Shelly dejaba a su Criatura, desesperanzada y apenada, y tal cual lo hace del Toro con su Frankenstein, abandonándolo al destino mientras camina por el hielo, repitiendo una ristra de reflexiones sin la profundidad del dilema moral, la paternidad, la venganza, la vanidad, la identidad, el amor y la mirada del otro, que una vez imaginó contarnos.  

Mariló C. Calvo

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