FRAGMENTOS DE UNA MUJER: Maternidad interrumpida
Fragmentos de una mujer deslumbró en su paso por el pasado festival de Venecia, el primero de categoría A de carácter internacional que se celebraba en 2020 tras la irrupción de la pandemia, cuando el 4 de septiembre se proyectó la película que le daría a Vanessa Kirby la Copa Volpi como reconocimiento a su trabajo.
Sin quitarle mérito a Vanessa, porque no hay motivo para no pasarse una semana echándole piropos por lo que consigue en esta película, lo cierto es que Fragmentos de una mujer no se reduce solo a su presencia y a su despliegue de talento. Hay mucho más que alabar en esta cinta que tan conmocionado te deja.
Pero comencemos por el principio. Fragmentos de una mujer es la historia de Martha (Vanessa Kirby) y de Sean (Shia LaBeouf), una pareja feliz que está a punto de tener una hija. El momento del parto es inminente y cuando llega los dos han convenido que se producirá en el domicilio y no en el hospital, pero la comadrona prevista para que los atienda está con otro parto y quien llega para ayudarles es otra, también cualificada, aunque no sea la elegida.
Por lo pronto todo parece ir bien, marchar con la normalidad prevista para un parto convencional, hasta que los latidos del bebé empiezan a ralentizarse. Algo está fallando, deberían ir a un hospital pero ya no hay tiempo, la niña ya está aquí y al 112 lo tienen que avisar. Y a continuación todo empeora hacia un final tan indeseado como inevitable.
La pareja, destrozada por la pérdida, va a ir entrando un bucle emocional en el que cada uno lo asume como puede, y así, mientras él trata de salir adelante y de seguir con su vida, Martha se estanca y es incapaz de asumir que su hija ya no está. De ese modo, su comportamiento va siendo cada vez menos sociable, incluso con su propia familia, y la frialdad la tónica con la que aborde su existencia. Parece que nada puede hacerle volver a ser la que era, el recuerdo de su hija lo ocupa todo y nadie más tiene espacio en su mente. Los fragmentos de una mujer, de esta mujer, se van desperdigando por la pantalla.
Fragmentos de una mujer tiene en Vanessa Kirby, su protagonista, una presencia tan fuerte, que es capaz de eclipsar la grandeza que se esconde en la película, que no se limita a ser un escaparate de su trabajo, sino que guarda, al igual que le sucede a El padre, más allá de la descomunal dimensión a la que se sitúan sus intérpretes, fabulosos detalles de dirección gracias a los cuales la película alcanza un nivel más portentoso del que se podría esperar de un film que parece destinado a que solo se le alaben los actores.
Porque no solo la secuencia del parto, más de media hora de película, es sublime, también lo es, por poner otro ejemplo, el plano secuencia en el que Martha vaga por la casa de su madre (Ellen Burstyn) sin un rumbo fijo, perdida en su desgracia mientras nada le hace centrar su atención hasta que alguien hace una referencia a lo único que le importa ya en la vida. Ese plano secuencia, sutil pero contundente, es tan acertado como el momento del parto, que será el que quede en la memoria por su longitud, por su naturalidad y por su realismo.
Pocas veces una película le ha dedicado tanto tiempo a un parto. El de Los días que vendrán también es fabuloso, cesárea mitad real y mitad ficcionada que funcionaba más como lo primero que como lo segundo y que aprovechó el embarazo de María Rodríguez Soto para combinar su parto con los trucos necesarios para la reconstrucción del mismo.
En Fragmentos de una mujer asistimos a las contracciones, a los gritos de dolor, a su mal cuerpo tras romper aguas. Somos testigos de todo el proceso, más de media hora de metraje, que se nos hace agónico porque empatizamos con Martha y su proceso de maternidad inminente.
Vanessa Kirby, que no ha sido madre en la vida real, vio numerosos documentales de partos e incluso estuvo en hospitales de Londres siendo testigo presencial de ellos para poder trasladar a la pantalla un momento que si no resulta creíble hace venirse abajo la película.
Advertimos de la dureza de la secuencia, que no ahorra detalle alguno acerca del dolor físico que se siente al dar a luz. Pero cuando ésta termine, media hora más tarde, asistiremos a otro tipo de dolor, el psicológico, ese que te atrapa y no te deja ser tú.
Ese paseo de Martha por su oficina, con sus compañeros mirándola de manera compasiva mientras ella solo está pendiente de llegar a su despacho después de la baja maternal, es un indicativo de lo que nos espera por su parte. De una Martha distante, a la que ya nada le importa y solo habla cuando es necesario. Nada es como era, tampoco su actitud frente a la vida.
Y a continuación, a pesar de todo, van a ser los pequeños detalles los que adquieran importancia. Unas pepitas de manzana van a servir como metáfora para un nuevo renacer en el que Martha ya es otra y su mundo también habrá cambiado, porque después de una conmoción como la que ella ha vivido no se puede seguir por el mismo camino. Para dejar atrás lo que duele, sin olvidarlo porque forma parte de nosotros, se ha de cambiar de rumbo. No solo le llega la primavera a los árboles, y nosotros formamos parte de la naturaleza.
El húngaro Kornél Mundruczó nos cuenta esta historia con su desarrollo sutil y sus transiciones íntimas, con una belleza que descoloca y nos desarma. Todo está ahí, frente a nosotros, pero como no hay estridencias en el relato los detalles pueden pasar desapercibidos o ser tomados como elementos sobrantes en una vida que ya no tiene sentido. Pero pongamos solo un ejemplo: qué mejor que guardar unas pipas de manzana en la nevera, que representa el corazón helado de su dueña.
Se ha hablado mucho, desde el festival de Venecia, de sus dos actrices, Vanessa Kirby y Ellen Burstyn, su madre en el film, y se ha hablado de ellas con razón, más por parte de la primera que de la segunda, que cuenta con un par de momentos magníficos pero que en realidad no dejan de ser alabanzas por el hecho de ver de vuelta a Burstyn, la madre de la niña de El Exorcista, de Jared Leto en Réquiem por un sueño o la ganadora del Oscar por Alicia ya no vive aquí, de Martin Scrosese.
Poco o nada se ha dicho de Shia LaBeouf, pareja de Vanessa Kirby en esta ficción, que lleva el peso masculino en la película y que transmite con soltura la mezcla de chico cariñoso y entregado a su inminente paternidad con el hombre hosco y soez que su suegra le recrimina ser.
Y se hablará muchísimo, y se convertirá en un referente, de la interpretación de Vanessa Kirby. Rebosante de elegancia y llena de sutileza, su Martha es un prodigio de la narración cinematográfica. Ya es difícil imaginar a Martha en el cuerpo de otra actriz. Primero en la secuencia del parto, que no es fácil para nadie a no ser que se trate de un parto real, que es no es el caso. La verdad que se palpa en esa secuencia es digna de elogio, a Vanessa y a Kornél Mundruczó, porque toda esa maravilla de media hora no se dirige sola.
No solo el personaje de Martha tiene la fuerza de la pérdida escrita en cada fotograma, es que el torrente de magnetismo que desprende Vanessa Kirby es un hallazgo dentro de Fragmentos de una mujer. Ya habíamos visto a la actriz en Misión imposible: Fallout, o en la serie de Netflix The Crown, como la princesa Margaret, pero es en Fragmentos de una mujer donde brilla como actriz de cine al nivel de una estrella en plena erupción.
Sus primeros planos son de una intensidad tan salvaje que demuestra que ella sola podría encargarse de contarnos la historia de Martha con un monólogo posterior a su desafortunado parto. Sin ella, no existiría Fragmentos de una mujer y gracias a ella la película se eleva por encima de las evidentes virtudes ya detalladas y que su sola presencia se encarga de eclipsar.
Vanessa Kirby está en una película muy superior a la que podamos pensar inicialmente que será. Todo en ella funciona, tiene su sentido y le da la dimensión del largometraje que es, pero Vanessa nos regala una interpretación tan sublime que no podemos obviar que ella es la magia y el acierto de este retrato de una mujer hecha trizas por los reveses de la vida.
El descubrimiento que muchos van a hacer de su figura, de su talento y de su presencia arrolladora la van a situar entre los mayores atractivos que nos deje este 2021 en pantalla alguna, sea grande o pequeña. Está naciendo una estrella y nosotros somos testigos de ello en medio del parto más terrible. Paradójico pero tan real como la secuencia en la que eso ocurre.
Tanto si la Copa Volpi fue el inicio de otros premios que le esperan como si por la dureza de Fragmentos de una mujer no consigue ninguno más, Vanessa representa aquello a lo que un actor debe aspirar: a alcanzar la excelencia y a permanecer en el recuerdo como ejemplo de que los actores no siempre se aferran a lo fácil para conseguir elogios. También el camino más difícil ha de ser aplaudido, además de estudiado en las escuelas. Qué menos ante tanto derroche de arte, ante la evidencia de la perfección deslumbrante.
Silvia García Jerez