FLORES PARA ANTONIO

Un jardín de memoria, encuentro y curación

Antes de ser Saray en Vis a Vis, Nairobi en La casa de papel y de estrenarse en el teatro con 1936, Alba Flores cantaba de niña con su padre, Antonio Flores, hijo de La Faraona El Pescaílla.
En ese entorno de artistas y dentro del famoso clan familiar, Alba parecía predestina a seguir entonando, aunque eligió ser actriz y cambió su rumbo, como su padre, apartándose de la rumba y el flamenco para meterse a cantautor y rockero en tiempos de quinquis y heroína.
Pero Alba dejó de cantar, a los ocho años, cuando Antonio moría de sobredosis un par de semanas después del fallecimiento de su madre, Lola Flores. Y a Alba, entonces, se le apagó algo en la voz; esa que ahora nos guía en el documental que recupera la figura de su padre para todo el público y para sí misma, pudiendo acabar una canción pendiente y volver a cantar con él.
Mediante la poética creada a través de un ramillete de encuentros con amigos-artistas, conversaciones con familiares, videos caseros, imágenes de archivo y de películas donde Antonio participó, Isaki Lacuesta y Elena Molina logran una catarsis a pantalla grande que rinde homenaje al músico y al progenitor, desde la escucha, el respeto y la sanación.
Un documental sobrio y emocional que es regalo para Antonio, de Alba, y para Alba, donde florece la memoria, el duelo y la compresión. 

Play

Siguiendo a Alba y acompañándola en su búsqueda, vamos conociendo a Antonio desde sus propios apuntes, dibujos y fotografías, que junto a las grabaciones de sus canciones, de imágenes domésticas inéditas y de las mediáticas de la prensa rosa y programas de televisión, van recomponiendo la memoria fragmentada entre lo expuesto y lo íntimo, mientras Alba hace preguntas y sobre todo, escucha.
Siempre ante su madre, Ana Villa, y mucho frente a sus tías, Rosario y Lolita, cuando de espaldas a la cámara, se atreve a preguntar lo que nunca se atrevió; tomando voz aquello que no fue un secreto, pero permanecía muy callado. Y dándose el permiso y dando el permiso -tal cual le dice su prima, Elena Furiase-, Alba abre o cierra recuerdos, nostalgia, duelo y legado -algo que también resulta familiar en la filmografía de Isaki Lacuesta, moviéndose alrededor de la música, la memoria y la identidad que nos remite a su Entre dos aguas-. 

En Flores para Antonio hay momentos memorables -Antonio en estado puro, y La Faraona en bata y fumando, bromeando cual una Dolores Channing en un Falcon Crest gitano-, que son parte de la historia de España, más que mitomanía de todo un clan, contando asimismo la parte más dura de aquella época, sin esconderlo ni obviarlo, en las confesiones o testimonios de artistas como Joaquín Sabina, Ariel Rot y Antonio Carmona, quienes evocan al artista, al colega, al fantasma, mostrando el retrato del padre, del amigo, del hermano, del amante, del actor y de ese músico, hijo de….  Que compuso temas que hoy en día son hits para varias generaciones, y cantaba su Coraje de vivir entre bajón bajón.

Tras notable dirección y un montaje excelente, Lacuesta y Molina armonizan lo formal con lo conmovedor, pulsando con artesanía y exactitud esos acordes que han ido tocado aún intuyendo a veces por donde sonarán, consiguiendo llegar a lo auténtico y aflorar la verdad para esa niña tan bonita, tan morena, tan gitana como era, que ahora ya adulta y junto a Silvia Pérez Cruz, puede acabar la canción de infancia que siempre quiso en su jardín. 

Mariló C. Calvo 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *