ELS ENCANTATS: Asumiendo el presente
Els encantats es la primera película que vemos protagonizada por Laia Costa tras su Goya como mejor actriz por Cinco lobitos. Había expectación, por lo tanto, por saber cómo era su nuevo trabajo. Porque Laia es una actriz fabulosa, capaz de ofrecer los registros más difíciles, los que enfrentan a los intérpretes con los personajes más naturales, aquellos en los que se diluye cualquier sobreactuación posible porque la gente, normalmente, no sobreactúa. Y es una delicia verla en la pantalla exhibiendo una contención semejante.
Desde que se dio a conocer en Victoria, película alemana que contaba su historia en un plano secuencia de más de dos horas, Laia fascinó al mundo. No era su primera interpretación pero sí la primera en la que dejaba claro que podía protagonizar cualquier film. Y que era cuestión de tiempo que ese Goya llegara.
Y ahora se estrena Els encantats, tercera cinta dirigida por Elena Trapé (Blog, Las distancias), en la que nos cuenta cómo el personaje de Laia, (Irene), se encara con su nueva vida de mujer separada con una hija de cuatro años que se ha quedado unos días con su padre y a la que echa continuamente de menos. Pero también echa de menos esa vida que se quedó atrás y que no está en el presente, la de una familia con una casa en un pueblo del Pirineo catalán al que decide volver por si puede animarse. Pero es imposible. Todo le recuerda lo que ya no tiene y su día a día pesa porque ya nada es lo que fue.
Els encantats continúa la estela de ese cine catalán dirigido sobre todo por mujeres que nos introduce en la rutina de los pueblos, en las familias de los personajes y en sus problemáticas, ya sean en el mismo o porque éstos decidan cambiar la ciudad por el campo. Ejemplos hemos tenido en el último año unos cuantos, y unos mejores que otros: la sobrevalorada Alcarrás, la estupenda Suro, la insufrible El agua, la reciente y bastante prescindible Secaderos, las obras maestras As bestas y 20.000 especies de abejas, y ahora ésta. Sólo dos de ellas han tenido a un hombre detrás de las cámaras.
Es interesante comprobar cómo Els encantats no se ajusta a lo adjudicado a ninguna de ellas. Etiquetarla es algo más complicado, porque la película de Elena Trapé es magnífica en su fondo pero un tanto errática en su forma. El conflicto de Irene, la culpa que hierve bajo su mirada, su desubicación constante en un presente con el que no se encuentra cómoda lo cuenta Trapé con absoluta maestría, pero el entorno que rodea a Irene, sus movimientos acompasados al tempo del pueblo, no ayudan a abrazar un resultado que se antoja agotador como espectador. No es lo mismo sentir la brisa del aire a la hora de la siesta que filmarla, hacer las tareas diarias que reproducirlas en celuloide. El día a día como escape a lo que nos asfixia no es apasionante.
Por eso Els encantats descoloca tanto. En ese pasar el tiempo nos da pinceladas preciosas de la vida de los personajes y nos permite asomarnos a sus sentimientos. Cómo van cambiando los de Irene resulta ser algo fascinante. Porque somos testigos de la manera en que se conforma su relación con ellos, de hasta qué punto los acepta en su vida, asumiendo que ahora es otra Irene. Una desconocida para ella misma cuyos cambios tendrá que aprender a gestionar. A través de quienes la rodean asistimos a su arco dramático y ahí es donde Laia borda el reto. Sus silencios, sus miradas cabizbajas, cada gesto nos revela una capa de su personalidad. Y entendemos que no es fácil para ella nada de lo que le ocurre.
Pero básicamente es Laia Costa la que nos transmite ese pesar y nos deja abrumados con su capacidad para removernos por dentro, ya que a la película le falta el carisma que ella aporta. En el fondo están pasando muchas cosas pero en la forma da la impresión de ser una producción más de las enclavadas en la atmósfera rural. Llevamos ya unas cuantas en las que la rutina del campo, con sus labores propias y sus habitantes amigos desde siempre, aplasta toda pasión hacia la historia que en realidad subyace bajo los árboles.
Por eso Els encantats es distinta a las que llevamos viendo hasta ahora. No es una mala película pero tampoco una que deslumbre. Y quedarse a medio camino es una lástima cuando tienes un potencial tan fabuloso: un personaje femenino arrollador que es arrollado por la brisa de la tarde.
Silvia García Jerez