EL RENACIDO
Superviviencia extrema de CinemaScope moderno
El Renacido es una peliculaza -y permítanme el palabro- que no un peliculón.
Es cine en mayúsculas, superlativo, académico y un prodigio de realización y fotografía. Y Alejandro González Iñárritu es un director con mayúsculas, superlativo, amante y estudioso del séptimo arte y un prodigio de energía.
Incansable, en apenas un año, tras la impecable, absorbente, emocional y oscarizada Birdman (maravillosa fábula contemporánea de egos, miedos y verdades entre ficción, parodia y psicoanálisis), su nombre vuelve a sonar en todos las ceremonias y premios fílmicos entre alabanzas y expectación con esta historia del XIX, extrema, visceral y épica, basada en hechos reales.
¿Demasiados adjetivos para la intro de una película? Probablemente, pero advierto que es de las pocas veces que dudo en ensalzar todas esas virtudes o destacar su único fallo, que determina el término del film.
Hay en El Renacido secuencias poderosas, imágenes bellas y escenas con mucho CINE en sus entrañas; clásico, como de antaño. Y un aroma a Malick que aunque se evapora enseguida, huele a Terrence y gusta. Pero la historia de venganza que podría ser tan violenta como emocional, no termina por importarnos; no sientes lo que se desearía y la lucha contra la naturaleza y el cine de aventuras -lo mejor del filme- puede llegar a aturdir que no fascinar.
La cinta con doce nominaciones a los premios Óscar y vencedora de las principales categorías en los pasados Golden Globes (director, película y actor dramático), encierra un logrado trabajo y tremendo esfuerzo de realizacion; y como de bien nacidos es ser agradecid@, alabo todos sus logros tras los cuales, surge la indiferencia, algo queda revenido.
Siendo un tremendo ejercicio cinematográfico no es la obra maestra que parecía ni se esperaba. Quizá, porque a veces, hay que tomarse un tiempo para contar una historia que toque el alma aún con una simple frase. O un último aliento.
Iñárritu lleva a la gran pantalla -y así deben de verla, eviten otros formatos- la epopeya de los tramperos remontando el río Missouri en las expediciones del indómito Oeste, allá por 1820, época de conquista de territorios e indígenas americanos.
Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un tipo que arrastra una peculiar leyenda con hijo mestizo incluido, es abandonado por sus compañeros de cacería tras el terrible ataque de un oso. Cuestiones morales y prácticas se mezclan en la decisión de seguir el camino para llegar al fuerte, lugar seguro y civilizado, o abandonarle a la intemperie y las fieras.
Adentrándonos en una salvaje naturaleza, asistimos a la increíble hazaña de Glass, que traicionado y moribundo, lucha heroicamente por su supervivencia entre animales y crueles humanos, empujado por la venganza y el honor de su hijo, mientras los indios merodean su desquite personal por el rapto de una joven de la tribu.
Intuimos apuntes de racismo e intolerancia, ese lobo para el hombre en tierra de osos, demostrando que sigue siendo salvaje y no sólo cortando cabelleras, también vistiendo uniformes. Encontramos reflexiones y sueños que otorgan la fuerza al personaje para seguir con su odisea y seducen al espectador, pero la emoción se escapa en escenas impactantes que tan sólo cuestionan cómo han sido rodadas, sin acercarse a los personajes ni sus vivencias, aunque empañen el visor.
Iñárritu sabe de cine y cómo hacerlo; intuyes ese cine clásico que se respira en homenaje a grandes del wéstern y visionarios cineastas; porque hay horizontes espectaculares pero no veo a John Ford, ni trasciende la profundidad de El árbol de la vida o El nuevo mundo.
Y si bien, tras separase de Guillermo Arriaga (con quien deslumbró en Amores perros, 21gramos y Babel) sigue triunfando, El renacido no existiría sin la imprescindible colaboración de Emmanuel Lubezki, incuestionable Óscar a la fotografía.
Leonardo DiCaprio se deja la piel -una obviedad, pues hablamos de un hombre arrastrándose más de dos horas por el hielo en los bosques de Yogi, comiendo y abrigándose con cualquier cosa- en una interpretación de Óscar -que ganará, ya que Hollywood y su lado masoquista adora los personajes al límite, sufridores-; pero el drama se queda en cuestión de piel, en la intensidad en el trabajo corporal sin que llegue a convencer su mirada en el plano final.
Claro que sentiría auténtico frío al rodar a menos tres grados, pero es más difícil desnudar las emociones que el cuerpo, aunque suene a topicazo y en El renacido, el sentimiento lo pone Tom Hardy como John Fitzgerald, el odioso antagonista que en pavoroso crescendo de crueldad y verdad, deslumbra en cada intervención (y no olviden que es el nuevo Mad Max). Asimismo, Will Poulter, el chaval de la cantimplora con la espiral grabada, está estupendo aportando humanidad a la historia.
Impresionan las escenas del caballo (el salto y como guarida) y la ya famosa secuencia del oso, pero sobrevuela durante todo el visionado un presentimiento pueril de qué más le puede pasar que paradójicamente, va restando interés según avanza el metraje; como cuando descubres que el grizzly tiene truco Gollum con dobles detrás y la master class de rodaje que podría ser, languidece.
Del virtuoso plano secuencia de la batalla inicial, el filme parece que va empequeñeciéndose según nos acercamos a las personas y abandonamos la cruda naturaleza; según avanza la venganza, tan sólo perdura la estremecedora capacidad de resistencia del ser humano en la inmensidad del mundo.
Rodada en Canada, California y Ushuaia, veremos si la nieve -tan de moda en el cine, últimamente-, las flechas y Pocahontas conquistan a los americanos -y al resto del mundo-.
Sean Penn, que a punto estuvo de ser Fitzgerald y casi se convierte en el Chapo Guzmán, coronó a Iñárritu como mejor director el año pasado, preguntándonos ¿Pero quién le dió a éste la green card?
Pues permítanme plantear que si vuelve a triunfar, ¿se lo auto-entregará?
Mariló C. Calvo