EL ASESINO: Disciplina como forma de vida

Tras Mank, David Finder está de vuelta. Ahora le toca el turno a El asesino que, al igual que Mank, también produce la plataforma Netflix, y en ella podrá verse a partir del 10 de noviembre, después de su paso por las salas de cine en España. Pocas, muy pocas, es verdad. Cuando se ve, se comprende: no es una cinta para estrenar a gran escala pero hay que entender que se ha podido ver en pantalla grande por el prestigio que David Fincher ha logrado en su carrera y por la expectación que la película ha ido levantando a lo largo de su paso por festivales como el de Venecia, donde cosechó críticas magníficas, a la altura de lo que se esperaba del proyecto.

Basada en el cómic del mismo título escrito por Matz (Alexis Nolent) e ilustrado por Luc Jacamon, cuenta la historia del asesino al que vamos a seguir toda la película, un hombre metódico, paciente, disciplinado, que sabe que tiene que esperar al momento adecuado para llevar a cabo su trabajo: matar. Pero un encargo sale mal y tras ese error su mundo comienza a tambalearse. Su entorno es atacado y su propia vida corre peligro, por lo que comienza, él mismo, una cacería hacia quienes le han hecho el encargo, aquellos que saben que no lo consiguió terminar.

Michael Fassbender
Michael Fassbender

Seca, sobria, con la disciplina como protagonista, como forma de vida, El asesino no es lo que podríamos calificar como una película comercial. No lo es, y por eso su escasa distribución en los cines. La dirige David Fincher, que es un maestro detrás de las cámaras pero, como tal, se adecúa siempre al estilo de aquello que cuenta, nunca se adapta a las necesidades del espectador, será éste el que deba asumir el ritmo que la narrativa imponga. Y no siempre es algo sencillo porque estamos, y cada día más, acostumbrados a que el audiovisual sea frenético. No sólo debido a las redes sociales y a la inmediatez que han impuesto, con vídeos de un minuto como esfuerzo máximo, también gracias a películas y a series que casi derrapan en nuestras manos, que es donde llevamos los móviles con las que las vemos.

Pero a Fincher eso le da igual. Él hace cine. Cine con mayúsculas. De ese que lejos de la gran pantalla se descarta porque no tenemos ya la paciencia para saborearlo. Y eso que ha rodado algunas de las películas más icónicas de la industria norteamericana de las últimas décadas. Suya es Se7en, tal vez la primera que se cite de su filmografía para justificar que es un genio. Pero es que después llegarían The game, El club de la lucha, Zodiac o La red social. Sólo con una de ellas cualquier director se sentiría satisfecho, pero David Fincher es demasiado brillante para detenerse ahí. Porque a continuación estrenó Perdida y Mank, cine negro y cine histórico respectivamente. Sí, histórico, ya que versa sobre por qué se rodó Ciudadano Kane, que fue lo que se dijo cuando supimos de ella. No, contaba por qué se hizo. La razón es escalofriante y Mank la relataba con endiablada agudeza. Y en blanco y negro, como el cine que se hacía entonces, y como la propia película de Orson Welles de la que da cuenta.

Por eso, deberíamos tener claro que enfrentarse a una película de David Fincher tiene sus riesgos como espectador. No vamos a ver cualquier cosa. Será un producto cuidado hasta la extenuación, de tal modo que no siempre vaya a conectar con el gran público. Ya lo hará en el futuro, cuando la etiqueta ‘de culto’ obligue a los ojos a enfocarla de una manera diferente.

Y es que El asesino lo es. Es una película diferente. En ella, lo que oyes no es lo mismo que lo que ves. La vida ideal está desincronizada con respeto a la real, porque asistiremos al entrenamiento del asesino, un Michael Fassbender más hierático que de costumbre, que ya es decir, un tipo que ha de matar a alguien que suponemos enfrente del edificio en el que está porque su arma apunta hacia esas ventanas. Pero no lo vemos. No todavía. Y claro, el asesino no dispara de inmediato. Seremos testigos de su día a a día, de la espera por su objetivo, de su concienzudo ejercicio, de sus rutinas, ese levantarse temprano y calentar los músculos, ir a la tienda a por comida. Ahora un plátano. Y más ejercicio. Todo muy metódico. Y todo escuchando música por sus auriculares. Y nosotros, los espectadores, escuchando sus pensamientos en voz en off. Su modus operandi, su manera de trabajar, lo que debe hacer, lo que sabe que debe hacer… y no hace. Sus actos no se corresponden con sus normas. Y así es como se falla. Que nos sirva de aprendizaje.

El asesino trata de pasar desapercibido
El asesino está siempre huyendo tratando de pasar desapercibido

Una vez desviado el tiro, errada la misión, el asesino tendrá que huir. Y sus empleadores saben quién es y quiénes están con él, y si no se da prisa puede que su fallo tenga más consecuencias de las que imaginó. Pero esas prisas son contrarias a sus normas y su voz interior, la que le dice lo que ha de hacer, seguirá siendo incompatible con sus actos. Y nosotros seguiremos siendo testigo de ello a través de una voz en off que no se corresponde con aquello que ejecuta.

Cómo, entonces, va a ser El asesino una película convencional. Imposible. Así que le tenemos que dar ese espacio, la tenemos que dejar respirar. Pero, dentro de lo introspectiva que es en su forma, también es frenética en su fondo. El asesino va de aquí allá, preguntando, indagando en su camino hacia la venganza. Por lo tanto el cine más de autor se da la mano con el más comercial para lograr un experimento asombroso del que sólo David Fincher podía salir airoso.

Es una película compleja que puede poner distancias con el espectador. Tal vez depende de las expectativas que éste tenga, de lo entregado que esté respecto a la historia, de la fascinación que ésta le produzca. Fincher ha rodado una película de cine negro como las que hacía Jean-Pierre Melville con Alain Delon. El silencio de un hombre o Círculo rojo son ejemplos de títulos a los que El asesino remite. Si el cine de Melville te gusta, El asesino no tiene por qué no hacerlo.

Lo que está claro es que ésta no es ese Sev7n que muchos esperan por tratarse de David Fincher. Nada que ver. En las antípodas, diría. Esa voz en off con la que nos habla Fassbender, esa canción de The Smiths, There is a light that never goes out como bandera… y como luz en la oscuridad en la que se mueve, siempre alerta, siempre pendiente de los actos de los demás para actuar en consecuencia. Al menos en teoría… Nada de lo que caracteriza a El asesino recuerda a la protagonizada por Brad Pitt y Morgan Freeman. Simplemente es el mismo director, años después, rodando otra película de género negro igual de buena que aquella.

David Fincher es frío y calculador en El asesino. Sigue las rutinas del protagonista, nunca las de su objetivo. Continuamente en las sombras, hablando lo imprescindible, nada si fuera posible, cambiando de identidad constantemente, nunca siendo quien es. Es el prototipo de personaje asesino a sueldo de incógnito pero pocas veces lo hemos visto representado en el cine de esta manera. Porque la realidad, alejada de la pantalla, siempre parece menos real, menos cinematográfica, y Fincher ha logrado aquí hacer del tedio un lugar hipnótico.

El asesino es otra gran película dentro de la filmografía de su director. No es tan buena como Mank, pero se le acerca. Tampoco tiene nada que ver pero la comparación es inevitable porque aquella fue la última y porque ambas están producidas por Netflix. Y menudo acierto ha hecho la plataforma con las dos. Si las separamos, si las pesamos a cada una por su lado, dan como resultado puro oro cinematográfico. Son dos joyas que unir al pasado de David Fincher, a una carrera que continúa dándonos alegrías porque sigue sumando grandes películas.

Silvia García Jerez

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