MANK: Hollywood al desnudo

Herman J. Mankiewicz, Mank para los amigos, fue una de las figuras a reivindicar del Hollywood dorado, ese en el que el sistema autoritario de los estudios logró que de ellos salieran obras maestras cada semana, de las que no se olvidan y seguirían siendo fundamentales si hoy los reticentes nuevos espectadores que consideran que el cine del siglo XX es viejo y merecedor de todo desprecio por no haber sido rodado ayer se acercaran a ellas y las descubrieran.

Una de esas películas, de los años 40, de ese cine americano que le dio a Hollywood la gloria de la que aún vive, es Ciudadano Kane.

La ópera prima de Orson Welles, genio indiscutible del arte que nos ocupa, es hoy de esos títulos imprescindibles que provocan admiración y constituyen uno de los más sólidos pilares de una industria que, aunque no lo parezca, aspira cada año a conseguir ese nivel apoteósico que lograron Mankiewitcz primero, y Welles haciendo correcciones después, a base de un esfuerzo titánico pero de un talento desbordante.

Mank, último trabajo de David Fincher, con guión de su padre, Jack Fincher, fallecido en el año 2003, pero no rodado hasta ahora, retrata ese Hollywood en el que Ciudadano Kane fue concebido, el camino en la vida de Mankiewitcz hasta dar con cada detalle en la historia, las dificultades para el escritor de llegar al tiempo de entrega marcado por Welles y sobre todo, el mundo en el que ambos se movían, en plena Depresión americana en la que la gente no tenía dinero para ir al cine pero los estudios luchaban para rodar la película que consiguiera que entraran en las salas.

Mank, por lo tanto, habla de la gestación de Ciudadano Kane, pero desde el punto de vista del hombre que la escribió, que era todo lo contrario a lo que Hollywood le pedía que fuera, incluso a lo que su propio hermano, Joe, el Joseph L. Makiewitcz que dirigiría Eva al desnudo en 1949, le aconsejaba ser. Y, aún así, escribió uno de los mejores guiones que el cine ha visto jamás llevados a la gran pantalla.

Amanda Seyfried es Marion Davies en MANK

En este contexto, por mucho que David Fincher fuera su director, no era muy probable que consiguiera una película tan redonda. Es imposible alcanzar la magnitud de la que se ocupa de la vida de William Randolph Hearst, magnate de la prensa amarilla y político en potencia que no tuvo éxito en este campo pero que utilizó su imperio para sacar el provecho que él no había conseguido como político.

Era imposible que una película que habla de Ciudadano Kane se acercara a la grandeza del film de 1941. Pero David Fincher es otro de los mejores cineastas del Hollywood contemporáneo y habiendo firmado obras como Seven, The game, o las aún más monumentales Zodiac y La red social, o su último trabajo para el cine hasta la fecha, Perdida, podíamos confiar en que al menos le haría sombra a Charles Foster Kane, ese Ciudadano al que el título se refiere, aunque su nombre no sea el del magnate real.

Y la sombra se hizo noche, porque en efecto, Mank no es la gran película que esperábamos de Fincher, es mejor. Se acerca a Mankiewitcz como si fuera de su familia y lo trata de tú a tú con el cariño y la admiración que le provocaron a Fincher padre, y a su hijo, el hombre detrás del guión al que rinden homenaje.

Eso sí, que nadie espere que la cinta se centre en su escritura, porque lo que va a hacer es recorrer los pasillos de la Metro Goldwyn-Mayer, estudio que produjo Lo que el viento se llevó o El mago de Oz, de la que en Mank se hacen eco del fracaso que fue en el momento de su estreno, y presentarnos al equipo directivo que estuvo detrás de tantas grandes obras: Louis B. Mayer (Arliss Howard), su fundador y presidente, o Irving G. Thalberg, (Ferdinand Kingsley) el productor que también las hizo posible y el que dio el nombre al premio honorífico que se entrega en los Globos de Oro.

Cada secuencia nos la introduce Fincher a modo de guión, nos sitúa en el lugar y en el año en cada momento, con el efecto sonoro de la máquina de escribir de antaño. Comienza en 1940 y en la redacción que Mank le va haciendo de rato en rato a la secretaria que Welles le adjudica (Lilly Collins) para que se recupere del accidente que lo mantiene postrado, vamos viajando por la América de los años 30, a la rivalidad entre los estudios y sobre todo al ambiente político que se vivía entonces, con unas elecciones que tienen a la Metro, y a Hearst, en vilo.

Mank es, por lo tanto, el fresco de una época, la radiografía de un Hollywood oscuro capaz de de realizar el mejor de los entretenimientos posibles a la vez que conspiraba para que su estatus siguiera siendo el que era. Y el retrato de un hombre que, aunque entregado al alcohol, no dejaba de lado sus obligaciones como ser humano, como persona honesta e íntegra que no se vendía ante nadie y al que su profesionalidad y su bondad le parecían lo más valioso a lo que uno podía agarrarse. Y tenía razón.

Louis B. Mayer (Arliss Howard) explicando el secreto del éxito de la MGM

Si Ciudadano Kane está rodada en blanco y negro, David Fincher opta también por esta opción estética para componer esta ópera que le dedica al arte al que también le debe buena parte de su vida. Un blanco y negro apoteósico, firmado por Erik Messerschmidt, que seguramente el propio Welles aplaudiría.

La plataforma Netflix, productora de la película, que ya dio luz verde a que Roma, de Alfonso Cuarón, se concibiera de este modo, vuelve a merecer un aplauso por atreverse a decantarse por algo tan poco comercial, pero es que si tu película habla del cine de los años 40 estás casi obligado a hacerlo así si pretendes ser fiel al tiempo al que te refieres.

Y la belleza del resultado es evidente. Aunque no solo la destreza de la fotografía es encomiable, también lo son sus planos, sus encuadres. Algunos de ellos son auténticos cuadros, puro cine que nos sirven, como éste debe hacer, incluso para conocer a los personajes. El travelling en contrapicado, como a Welles le gustaba quedar reflejado en la pantalla, en el que L.B. (como era conocido también Mayer) detalla por qué su estudio tiene una fama tan fabulosa es digno de destacar.

El guión de Jack Fincher es otra filigrana. Está lleno de recovecos que a cada visionado se degustará con mayor deleite, como el menú gourmet que en realidad son sus palabras, sus diálogos y los afilados razonamientos de Mankiewitcz, quien, como bien admite ante Marion Davies (Amanda Seyfried), la chica de Hearst, siempre dice lo que piensa. La ironía es su idioma y gracias a ella descubrimos a un guionista adorable que puede que haga rabiar a los que lo rodean, pero que siempre nos va a dejar con el convencimiento de que quien tenía razón era él.

Gary Oldman se mete en la piel de Makiewitcz haciendo suyo un personaje que ya le va a pertenecer para siempre. Con esta interpretación llega a uno de los momentos álgidos de su carrera, y ha tenido unos cuantos, caso del Drácula de Francis Ford Coppola, que no incluyen a su Churchill y las miles de capas de maquillaje que sepultaban a Oldman en El instante más oscuro, aunque le diera el Oscar al mejor actor del año, pero no es ahí donde más ha brillado, ni la mejor película que ha hecho: El topo, sin ir más lejos, la adelantaba en todo.

Será Mank uno de sus trabajos más alabados. Y merece que así sea. Aquí está contenido, centrado, abandona la sobreactuación a la que es tan propenso y nos brinda una interpretación profunda, llena de verdad, de credibilidad, de humanidad. Su Mank es delicioso, un hombre que bascula continuamente entre la lucidez y el patetismo pero que nunca cae en lo segundo a pesar de lo mucho que lo empuja el alcoholismo al que se ha entregado. Posiblemente no vuelva a rozar el Oscar, pero esta vez, de ganarlo, sería con auténtica justicia.

El resto del reparto es colosal. Uno por uno, protagonistas y secundarios, todos  cumplen al milímetro, no hay nadie a quien no se deba dejar de citar y por eso no citaré a nadie más. Fincher es un gran director de actores pero es que la excelencia a la que los hace llegar es espectacular.

Nada hay reprochable en Mank. Es una de esas películas que van a convertirse en clásicos, algo a lo que Fincher ya está acostumbrado, por cierto. No tiene muchas películas en su filmografía pero más vale que todas sean intachables antes que tener que renegar de la mitad de tu vida, que es lo que muchos directores llevan dedicados a hacer películas.

Con Mank, Fincher nos devuelve al clasicismo de ese cine al que homenajea, un tipo de narrativa que Hollywood hace tiempo que no nos da con regularidad.

Aquellas películas que la Metro, Warner, Paramount o RKO, que ya no existe pero que fue la major encargada de producir Ciudadano Kane, nos dieron en su época dorada son el pasado un arte que se ha visto obligado a renovarse para no desaparecer y que intenta, con cada título que rueda, acercarse a la gloria que antaño nos diera. Más allá de su marketing muchas juegan a ser grandes pero con el tiempo caen en el olvido.

Aún queda mucho para saber qué le deparará a Mank, pero si dentro de diez años seguimos pensando de ella lo que hoy afirmamos, la gloria la tiene asegurada.

Silvia García Jerez

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