DOS CHICAS A LA FUGA: Una road movie irreverente y explosiva
En Dos chicas a la fuga vamos a conocer a Jamie (Margaret Qualley) y a Marian (Geraldine Viswanathan), dos amigas que están pasando un momento complicado en sus vidas. Jamie acaba de sufrir una ruptura con su última novia, la agente de policía Sukie (Beanie Feldstein), que la acaba de echar de su casa, y Marian está triste, lánguida, según Jamie necesitada de un buen polvo que le devuelva la alegría. De este modo, ambas se embarcan en una aventura conjunta porque deciden cambiar sus rumbos e irse a Tallahasee, donde vive la tía de Marian y donde ella asegura que mejorará la calidad de la suya, aunque sea por unos días. A Jamie le parece un lugar extraño al que mudarse, pero bueno, por qué no. Así podrá parar en todos los bares para lesbianas que haya por el camino.
Lo primero que tienen que hacer es alquilar un coche, algo tan simple como eso. Pero ahí es donde van a empezar sus problemas, porque el que reciben es el vehículo en el que están escondidas un par de maletas que un grupo de criminales ineptos ha dejado ahí… y que en teoría sigue siendo su coche, no debería ser alquilado a nadie más. Por lo tanto, a las chicas las van a empezar a perseguir para que el contenido de las maletas, sobre todo de la grande, no sea revelado al mundo. El prestigio de algunos hombres importantes depende de ello.
Dos chicas a la fuga, bastante correcta traducción del original Drive-away dolls, es la primera película que dirige en solitario Ethan Coen, el hermano de Joel. De ‘Los Hermanos Coen’, sin H, por favor, era el que aún no había hecho ninguna película desde que se separaron para encarar proyectos diferentes, cada uno por su cuenta. Tras su último film juntos, La balada de Buster Scruggs, una historia de varios relatos que sólo pudo verse en Netflix, Joel realizó La tragedia de Macbeth, protagonizada por Denzel Washinton, pero Ethan aún no nos había presentado nada por su lado, y lo hace ahora. Y es ahora cuando descubrimos que él era el hermano divertido y gracias al cual películas como Arizona Baby fueron posibles.
Y citar Arizona Baby no es causalidad. Dos chicas a la fuga regresa a ese formato de comedia loquísima con el que los Coen empezaron su carrera en los años 80. Lo que llama la atención es que tantos años después, con una edad ya, regrese a ese tipo de cine alocado, más de serie B de los 90 que del cineasta serio de primer nivel consagrado como tal por la historia del cine en que se convirtió junto a su hermano. Él parece seguir siendo el mismo en un mundo que ha cambiado considerablemente.
Y eso puede despistar. Porque viendo Dos chicas a la fuga uno no sabe si está ante una genialidad o un espanto, si es una tomadura de pelo o una película ejemplar de la que tomar nota para recuperar ese cine que ya no se hace para la gran pantalla. Lo tiene que firmar alguien con mucho renombre para que se pueda producir, para dejarlo pasar y darle el visto bueno. Porque la cinta es realmente una locura, divertidísima en su desarrollo y en los detalles que le dan consistencia, pero es irreverente y descarada al máximo. Más de lo que lo políticamente correcto actualmente permite.
Porque es una fiesta de película. Dos chicas a la fuga no se toma en serio y juega con sus cartas al límite sabiendo que estamos en tiempos especialmente conservadores. Es posible que hoy Arizona Baby o El gran Lebowski no fueran acogidas como lo fueron en su momento. Pero a Ethan está claro que eso no le importa. Escribe el guión junto a su mujer, Tricia Cooke, quien se declara cineasta queer y quien tenía la pretensión de plasmar en una comedia jovial el sexo entre mujeres porque considera, además, que éste no debe ser estigmatizado, apareciendo únicamente en dramas intensos donde el sexo homosexual sea el centro de la trama en lugar de algo circunstancial para los personajes.
Así las cosas, en Dos chicas a la fuga hay sexo lésbico. Mucho. Nunca gráfico, que estamos ante una comedia de gran estudio, pero sí desde una óptica muy divertida, porque la que lleva la iniciativa siempre es Jamie, que está desatada y no le importa el qué dirán. A ella la interpreta Margaret Qualley, hija de Andie McDowell, con la que tiene un enorme parecido. Y qué rápido habla aquí. Es impresionante. Nada que ver con cuando la vimos en Érase una vez… en Hollywood (era la hippie a la que Brad Pitt recoge en el coche) y mucho menos siendo la segunda ‘pobre criatura’ de la película de Yorgos Lanthimos. Aquí, Qualley es la protagonista absoluta y se nota que se divierte como Ethan y Tricia, y nosotros con ella. Si entramos de lleno en la historia que nos proponen.
Deberíamos hacerlo. En realidad, Dos chicas a la fuga parte de una anécdota real ocurrida en 1968, cuando a Jimmy Hendrix, tanto Cynthia Caster Plaster como su amiga Pest, de las Caster Plaster de Chicago, le pidieron, tras seguirlo por la calle antes del concierto en la Civic Ópera House, permiso para hacerle un molde en yeso de su pene erecto. Tras su sí, ese sería el primero de unos cuantos penes de hombres legendarios del mundo de la música que esculpió en su carrera artística. De esta historia tan peculiar nace esta película tan peculiar.
En los años 80 ó 90 habríamos recibido Dos chicas a la fuga con aplausos, pero hoy, en una sociedad mucho más cerrada y conservadora, al menos en Estados Unidos se ha recibido como un enorme fracaso de taquilla. Es una cinta gamberra con la única pretensión de divertir al espectador, pero éste, en estos tiempos tan recatados, no está por la labor de pasarlo bien con un material semejante, ni siquiera con la aportación de dos de los actores del momento, que hacen pequeñas apariciones para abrir y cerrar la película, dejándola en lo más alto. Si la hubiéramos visto en la desaparecida Muestra Syfy de Madrid, se habría convertido en una película de culto al instante. Tal vez llegue a serlo. Con el tiempo. El reposo le sentará bien y los visionados que ahora no tenga en salas le darán la razón a Ethan Coen. Porque ha logrado una road movie explosiva y eso, algún día, se le acabará reconociendo.
Silvia García Jerez