DÍA DE LLUVIA EN NUEVA YORK: Ciudad sobre fondo gris
Los referentes también marcan las obras. No sólo quienes las firman. Pongamos por caso Día de lluvia en Nueva York, el último trabajo de Woody Allen. Para muchos, porque a eso nos han acostumbrado, citar al autor, director o responsable de aquello que nos disponemos a ver es básico, porque nos viene a la mente todo lo que significa por una carrera admirable o detestable, si no aguantamos el nombre de referencia.
Woody Allen, escándalos aparte en los que no se debería entrar porque ni estamos implicados en la causa, ni somos el juez que la juzga ni su arte roza remotamente lo íntimo del asunto, está considerado como un genio indiscutible del que parece, bajo una norma no escrita, que haya que ver todas las películas que estrena, aunque en Estados Unidos no tengan la oportunidad de disfrutar de ésta porque su productora, Amazon, decidió que ante el escándalo nadie iría a verla y por lo tanto para qué estrenarla y perder dinero debido a ello, mejor guardarla y no exponerse a que tal vez el film funcione.
En España, segunda patria de Woody, donde rodó la estupenda Vicky Cristina Barcelona, donde se le dio un Premio Donostia en el marco del festival y donde se le ha permitido rodar Rifkin´s Festival, su, éste sí, último título, que nos llegará en 2020, sí se estrena Día de lluvia en Nueva York gracias a la distribución de A Contracorriente. Y se lo agradecemos, porque independientemente del resultado de la obra, bajo ningún concepto el arte debe permanecer escondido.
Y sobre todo se lo agradecen quienes no disfrutaron con su anterior trabajo, Wonder Wheel, un ejercicio un tanto diferente dentro de su filmografía, con una sublime Kate Winslet y una dirección de las más afortunadas en la carrera del director. Pero quienes sí admiramos aquella pensamos que con Día de lluvia en Nueva York Woody da un paso atrás en su propia historia como cineasta y coloca la película entre las obras acomodaticias de las decenas con las que cuenta. Por eso es tan importante la referencia de la obra anterior: saber de dónde venimos para conocer con exactitud dónde estamos.

Día de lluvia en Nueva York cuenta la historia de una pareja, Gatsby (Timotée Chalamet) y Ashleigh (pronúnciese como el Ashley Wilkes de Lo que el viento se llevó, personaje al que se alude en el film, y que aquí interpreta la maravillosa Elle Fanning), pareja joven y enamorada la de estos dos chicos, que se dispone a disfrutar de un día en Nueva York. Un plan sencillo que empieza torciéndose cuando ella le anuncia, como inicio de jornada, que le han concedido una entrevista con un director, no demasiado famoso debido a su obra minoritaria, pero al que ella admira con seria convicción. La cita no puede postponerse.
Roland Pollard (Lieb Schreiber) le confiesa en el encuentro que no le gusta la película que está haciendo, que la detesta, que lo quiere cambiar todo, y que ahora mismo se dispone a ver cómo está quedando con los cambios que sí se han realizado hasta el momento. Y no concibe ir la comprobarlos si que Ashleigh lo acompañe y le dé su opinión, además de la que le facilite su equipo más cercano. De nuevo, la cita con Gatsby tiene que aplazarse.
Gatsby, impotente ante los acontecimientos, se marcha solo a caminar por Nueva York y esto le supone el encuentro fortuito con un rodaje, en el que curiosamente participa Chan (Selena Gómez, que eleva la película cada vez que aparece), una joven que le traerá recuerdos de su pasado.
Separados por las circunstancias, los mundos de los dos protagonistas se van a ir llenando de aventuras que van a delimitar sus puntos de vista en la vida y les van a ir, por muy loco que sea lo que les pasa y las personas con las que se cruzan, enseñando quiénes son en realidad y lo que de verdad desean más allá de pasar un simple fin de semana romántico en la ciudad que nunca duerme.

Día de lluvia en Nueva York sería una gran película si Woody Allen no nos hubiera contado lo mismo tantas veces. Y no me refiero a su estilo narrativo, inconfundible y necesario para distinguirlo de los demás autores que dicen serlo, pero que no tienen una marca real que así lo indique, como unos créditos iniciales con un grafismo clásico en su cine, una banda sonora gracias a la que lo identificamos de inmediato, unos diálogos que es imposible que los haya escrito otro y un reparto coral en el que la locura intrínseca impregna a todos los personajes.
No, esas son características de su cine, que también se agradece cuando las cambia y no se centra en ese esquema sino que lo bordea con la inteligencia que demuestra en Vicky Cristina Barcelona o Wonder Wheel, películas llenas de interiores, del mismo incluso en muchas de sus escenas, donde los repartos se reducen y los secundarios dejan de ser tan protagonistas como éstos.
En Día de lluvia en Nueva York nos vuelve a llevar a su universo de siempre. La historia no será la misma pero el esquema lo es, los problemas de los personajes vuelven a resumirse en los que lo obsesionan, el amor, los ricos y los pobres, las neurosis que los llevan a tomar sus decisiones, todo lo que vemos y oímos en este film nos suena a visto y escuchado ya, solo que en boca de personajes de más edad, ya que Woody pretende que, con la juventud de los que ahora explora, todo cuanto les ocurre no les haya pasado a otros que ya describió previamente.
Por todo ello, Día de lluvia en Nueva York sabe a poco. Supone una decepción en el expediente de un director de quien, a pesar de sus 83 años es capaz de darnos joyas como Midnight in Paris, Irrational man o la ya citada Wonder Wheel. También tiene películas fallidas como A Roma con amor, Café Society o las irritantes Magia a la luz de la luna y Blue Jasmine, por lo que que Día de lluvia en Nueva York se sitúe entre medias, entre las de ni mal ni bien sino todo lo contrario, la deja en un limbo de películas olvidables que el autor de Manhattan o Match Point no debería permitirse.
Silvia García Jerez