DHEEPAN

Ser normal y no morir en el intento                                                   Por Mariló

Audiard llevaba tiempo detrás del dorado premio.
Un profeta (2009), su película más redonda, supuso el reconocimiento en Cannes aún quedando segundo cuando Haneke ganó con La cinta blanca.

Pero este año ha conseguido el ansiado primer puesto con Dheepan; la última película del cineasta francés que inaugura estos días la 60ª edición de la Seminci.

Este director que llamó la atención de los críticos con De latir mi corazón se ha parado y ha sido blockbuster con Marion Cotillard en De óxido y hueso, consigue que sus películas tengan algo hipnótico, algo de legendario aún siendo muy actuales.

La redención y adaptación de personajes al limite en entornos hostiles son sus temas fetiches; apuntando hacia la educación y el amor como salida, pero recurriendo a la violencia -que siempre justifica- en la mayoría de sus filmes.
En Dheepan recorre de nuevo esos territorios bien conocidos, manejando un ritmo pausado y encuadres poéticos en este esperanzador drama, protagonizado por un guerrillero tamil de Sri Lanka que llega a Europa.

Jacques Audiard posee un pulso fílmico potente y único, que otorga al cine galo, una vez más, la propiedad de cine de autor.

Dheepan forma una familia para poder salir de su país y crearse una vida nueva en la ciudad de la luz… aún de noche como vendedor callejero y siendo el núcleo familiar, un invento.
Para un ex soldado sin parentela, es difícil conseguir visado; así que una joven y una niña que huyen de la misma guerra civil, acceden al engaño convirtiéndose en esposa e hija.
Para alcanzar la dignidad, somos cómplices de las mentiras -mas de supervivencia que piadosas- que cada personaje tiene que asentir a uno y otro lado de las fronteras, para ser normales y obtener asilo en Paris.

El héroe prospera y trabaja de portero en unos bloques del extrarradio de la capital francesa, mientras su mujer cocina para un vecino y la pequeña asiste a clases especiales para entender el idioma.

Y así, poco a poco, estas almas migratorias van integrándose en el vecindario y aprendiendo a ser una verdadera familia.
Es entonces, cuando se nos muestra una colección de sobresalientes secuencias de humanidad; como el orgulloso paseo del protagonista exhibiendo cinturón con todas las llaves del barrio y caja de herramientas. O las de búsqueda de complicidad y cotidianidad de una familia común; tanto de la niña forzando encuentros y exigiendo a esos padres ficticios mayor cuidado y atención; como la deseada por la pareja, consiguiendo enamorarse  (aunque no compartan sentido del humor)

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El pasado vuelve, los recuerdos escuecen y ni las fotos ni la postiza, sustituyen a la familia perdida. Mientras un elefante -la memoria y la sabiduría- se le aparece en sueños a Dheepan, devolviéndole a la jungla…

Porque aunque está a miles de kilómetros de su guerra, encuentra otra misma en la Francia democrática que le acoge, en los suburbios de drogas y mafias.

Además ahora, él no empuña el arma.

Y como si no pudiera escapar de su esencia, el guerrillero resucita y nuestro héroe -que quizá no fue tal en su patria- convierte la barriada en una sucesión de duelos de wéstern contemporáneo. Dheepan retorna a la lucha por y para salvar a la chica…

Aunque la esperanza sea roja sangre.

El film retrata un éxodo y toda una superación personal, pero Dheepan también, es una historia de amor.

Dheepan es un refugiado -de esos del telediario que aparecen sólo unos minutos dramáticos y con alambradas de por medio- que seguimos desde la huída de su patria hasta ser un expatriado. Es ficción, grabada como tal y no cual documental, y con la Palma de Oro de pasaporte; pero resulta tremendamente veraz cuando se descubre que la biografía del actor principal es más que similar al guión…

Y una se pregunta todo lo que habrá tenido que hacer o cuánto hubo de pasar este Dheepan, hasta llegar a la alfombra roja de Valladolid.

Estreno: 6 de noviembre

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