CULPA: El peso del pasado

Culpa comienza de una manera brutal: con una violación a una mujer borracha por parte de un amigo de su novio. Así de espeluznante, así de real. Todo queda en casa, todo entre conocidos. Por eso ella le deja pasar, porque sabe quién es. Un amigo. Uno más de la pandilla con la que acaba de pasar un rato divertido. Qué familiar este terror cotidiano.

Luego llega el mazazo, el no ser capaz de detenerlo. El darse cuenta de lo que acaba de pasar sin tener aún mucha conciencia de ello. La borrachera todavía presente pero ya no cuenta tanto. A lo mejor sin borrachera eso no habría pasado. Bueno, Culpa no se plantea eso, al menos no en voz alta. Pero puedes llegar a esa conclusión. Y después desecharla: quien quiere atacar lo hará.

Porque en realidad Culpa es una película íntima en la que todo ocurre en silencio, en la mente de su protagonista, sin que nosotros tengamos mucho más acceso a ella que imaginar lo que está pensando, lo que está sintiendo. Y eso, como espectador, es un poco frustrante, sobre todo cuando se está exponiendo un tema tan duro y tan grave.

Después de la violación, Anna (Manuela Vellés) se marcha a una cabaña asilada a pasar su duelo. Se la alquila a Joan (Luis Hostalot), que regenta la taberna en la zona y la tiene prácticamente abandonada, y allí se va quedando cada vez más sola, sin querer tener contacto con nadie. Tal es el tamaño de la que considera su culpa.

Anna (Manuela Vellés) es incapaz de superar la violación que sufrió

Manuela Vellés, actriz y guionista, e Ibon Cormenzana, director y guionista, pareja en la vida real, se embarcan en esta compleja aventura en la que la psique humana es tan importante como el vil acto cometido por un conocido del personaje protagonista en la ficción, Lolo (Andrés Gertrúdix). Y sí, es un viaje muy profundo, materializado física y metafóricamente en las profundidades de la naturaleza. Tras el salvajismo del hombre, el refugio en lo más salvaje del entorno.

Sin ser ésta una mala opción narrativa, la película plantea una vía más interesante que no se decide a explorar. Y es que al comienzo, en el vídeo que Anna graba con la intención de enviárselo a su ausente novio y que nunca le manda porque incluye la violación que tiene lugar en plano secuencia, ella le comenta que ha estado trabajando duro en los ‘Papeles de Panamá’, que son imposibles de defender. O sea, que es abogada. Si llevara a juicio a su atacante podríamos asistir no solo a su venganza ante los tribunales, también al infierno que es el recorrido administrativo de las víctimas. Y eso sí sería apasionante. De este modo, lo que tenemos es el cuadro íntimo de un trauma.

Sin apenas diálogos, con un esfuerzo evidente por parte de Manuela Vellés de reflejar el dolor que se siente cuando has atravesado algo semejante, con las consecuencias que la película plantea, es una opción loable, la de poner el foco sobre el daño personal en lugar de hacerlo sobre la lacra social que representa en la estadística y en el terrible trance judicial que lo acompaña si la víctima decide seguir adelante con él. Pero igual era preferible ésta segunda, no solo por ser más comercial, sino también porque el momento, por movimientos feministas surgidos con fuerza desde el Me Too que estamos viviendo, así lo requeriría.

Pero hay que juzgar la película que es, no la que podría ser, y Culpa es una cinta arriesgada con un arranque impecable y un desarrollo que nos mantiene en vilo hasta su desenlace, recordando por momentos el mastodóntico trabajo de Manuela Vellés al que realizó Vanessa Kirby en Fragmentos de una mujer. Ambas con un trauma, aunque diferente en cada caso, pero pasando un duelo que nunca va a marcharse del todo y que afectará a su entorno de formas diferentes: una queriendo alejarse de él y la otra proyectando su dolor sobre quienes menos culpa tienen. Pero la culpa siempre está presente, por asunción o como escudo. La psique es así de complicada.

Por eso Culpa es un ejercicio interesante que se acerca a uno de los caminos que ésta puede llegar a tomar. Tan lícito es un escenario como el contrario porque uno no elige la vía de escape ante el abismo. La cuestión es cómo la tome cada espectador, cómo nos enfrentemos a la propuesta. Ese escenario, el íntimo de quien ve la película, es otro también apasionante.

Silvia García Jerez

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