CRY MACHO: La ternura de la vejez
Cry Macho, la nueva película de Clint Eastwood, que lo tiene a él como director y protagonista, es un ejercicio cinematográfico tan precioso como desconcertante. Porque no contiene nada de lo que es esperable en un supuesto western que es más drama rural que película de vaqueros, y porque su alma es tan tierna y sosegada, tan alejada de la rudeza propia de ese paisaje, que puede parecer un título impostor dentro del género.
Lo que hace Clint Eastwood en ella es, en realidad, darnos una lección de vida en un paraje apropiado para poder meditarla. El tiempo se ralentiza, por no haber no hay ni una autoridad competente clara. Estamos en México, pero eso da igual de cara a mostrar las líneas básicas del género, aquí lo que importa es el mensaje y la manera de transmitirlo, por eso Eastwood necesita diluir ciertos elementos que en otras películas estarían presentes de forma más férrea.
Aquí, un antiguo criador de caballos, hombre ya mayor, el propio Eastwood, cuya vida ha reflotado después de perder a su mujer y a su hijo mientras se convertía en una estrella del Rodeo gracias al terrateniente que le salvó del alcoholismo y de la depresión en la que se sumió dándole trabajo, debe ahora hacerle el favor a él, aunque lo acabe de despedir, pero siegue siendo su amigo, y se marcha a México a buscar al hijo de éste para liberarlo de la discutible protección de su madre, exmujer del terrateniente.
Cuando Mike Milo, que así se llama el personaje de Eastwood, encuentra a Rafo, como su familia denomina a Rafael Polk (Eduardo Minett), se establece entre ellos un forcejeo dialéctico que tiene visos de arruinar la misión, pero una vez que el viaje lima sus asperezas se van haciendo inseparables e imprescindibles el uno para el otro.
Milo le enseñará a Rafo que no todo es tan sencillo como aparenta a su edad, y Rafo hará para él de traductor, ya que una vez en México, Milo está desprotegido respecto al idioma. Ni Milo habla español ni en los pueblos fronterizos se conoce el inglés. Así que ambos, de alguna manera, precisan del otro para sobrevivir.
La historia de Cry Macho, basada en la novela de N. Richard Nash, ya la ha contado Clint Eastwood en una película anterior, en su fabulosa Gran Torino, otro film de maestro con pupilo, aunque en aquel caso era dentro de la comunidad asiática. Dos títulos crepusculares en las que su personaje acapara la atención por su presencia, su carisma y su sabiduría.
Puede parecer un Eastwood menor mientras se disfrutan los avatares de esta peculiar pareja que huye de una mujer que no sabe cuidar de su hijo, pero el poso que deja, a fuego lento, es tan admirable que pese a que no será considerada de sus cintas más memorables sí se trata de una película exquisita.
No cuenta con ningún tópico del género: es un western donde solo se da un puñetazo, donde quienes pelean son los gallos, el Macho del título, mascota que les acompaña todo el relato como imprescindible actor secundario, donde el cowboy baila boleros y sabe lengua de signos. Calificarla de Western es cuanto menos una osadía.
Pero es que Clint ha sido muy osado a la hora de elegir rodar esta historia. Cuando uno lee que Cry Macho ha sido un fracaso en Estados Unidos no lo entiende demasiado bien. Cómo es posible que fracase la última película de una leyenda del cine tan admirada por todos. En teoría. Pero al verla, las causas, porque no solo se debe a una razón, son obvias: es una película pequeña, de las que están desapareciendo en la industria, con un mito del cine como protagonista, sí, pero para las nuevas generaciones es un hombre muy mayor rodando una película adulta, y eso es, ahora mismo, veneno para la taquilla.
Si le sumamos el hándicap del idioma, de la continua traducción de todos los diálogos para que Milo entienda qué han dicho los mexicanos, y al revés, ahí tenemos un engorro más.
Por supuesto, el tempo lento no ayuda. La película no es frenética, por mucho que su contexto responda a una huida y su fórmula de road movie esté siempre presente. El sosiego que la recorre, el espíritu crepuscular que también anida en su atmósfera, no permiten mayores revoluciones, como mucho las de ese coche cascado en el que viajan, y ese aspecto es un inconveniente más para que la película no sea bienvenida.
La inmediatez, la rapidez que se le exige al cine en el siglo XXI, juega en contra del éxito instantáneo de Cry Macho, pero el tiempo le dará la razón a un Clint Eastwood que a pesar de esa edad que se denosta sabe perfectamente lo que hace.
La belleza de su relato, de los atardeceres que no se pueden apresurar, de ese amor a fuego lento que no por maduro merece menos respecto, menos cuidados, el espectáculo que es admirar la clase de un hombre que sigue sabiendo cómo mirar, cómo caminar, los momentos de humor, que funcionan con precisión milimétrica, cada detalle agranda el conjunto.
Cry Macho es una película preciosa, llena de una ternura desbordante gracias a la que podemos apreciar la vejez como una ventaja, como una lección de vida. Ser joven está muy bien visto, pero no siempre es lo mejor para enfrentarte al horizonte. Lo ideal sería el equilibrio, la juventud unida a la sabiduría de la experiencia que dan los años, situarse, como en el relato, en una frontera, pero no solo física sino temporal. Pero la vida no permite eso y esta película no solo es una muestra de lo bonita que puede ser una relación entre edades extremas, a las que obligan las circunstancias, sino que deja patente el hecho de que llegar a la vejez, en vez de un obstáculo para los demás, puede ser un abrigo para la existencia de quienes te rodean.
Película a contracorriente de la masa de superproducciones de los últimos años, este espléndido trabajo de Clint Eastwood es una de esas películas que vamos a ir dejando de ver. Un cine adulto que apenas se hace y que echaremos de menos, que le agradeceremos cuando su estreno repose, cuando, igual que le ocurre a nuestro héroe, pasen los años por ella y se le descubran los detalles y las ventajas, y caigamos en que el ocaso está ahí para todos y que cuanto antes sepamos apreciarlo antes lo disfrutaremos como se merece.
Silvia García Jerez