LA CRÓNICA FRANCESA: Esperpento periodístico
La crónica francesa es el último trabajo de Wes Anderson, director nacido en Texas y alabado por casi todos, más que nada en los ámbitos de los festivales en los que participa. Pero por cada vez menos adeptos. Entre ellos, quien esto firma. Una cosa es la fama que un director se labre por la originalidad que le impregna a su cine y otra mantener ese prestigio cuando se hace evidente, título a título, que su cine se sustenta de pura estética.
Nunca me ha gustado demasiado lo que hace Wes Anderson, por mucho que se rodee de estrellas del cine independiente de Hollywood. Eso no te garantiza una buena película, solo un buen reparto. Contar con Tilda Swinton, Bill Murray, Adrien Brody, Willem Dafoe o Edward Norton, algunos de los habituales de su cine, es como llamar a los amigos y seguir con la fiesta que tanto te gustó en la película anterior. Es volver a unir a tus actores habituales para rodar otra historia tan surrealista como la precedente.
En La crónica francesa, Wes Anderson nos acerca a los relatos en que trabajan los colaboradores de The French Dispatch, título original de la película una publicación estadounidense cuya oficina se encuentra en una ciudad francesa ficticia. Tres relatos en los que encontramos primero a un artista sentenciado a pena de muerte, después unas revueltas estudiantiles con una peculiar historia de amor en medio y por último, un secuestro que involucra a un chef.
Las tres, precedidas de un prólogo que nos ubica en el periódico en el que nos adentramos y en cómo se lleva a cabo el trabajo en él, y un epílogo que narra lo que toca en su caso, es decir, el desenlace del conjunto, suponen una nueva película que posiblemente haga las delicias de los admiradores del director. Y también puede ser la gota que colme el vaso para quienes no aplauden su obra.
Wes Anderson bordó en su día una película tan surrealista como las que suele ejecutar pero con la entidad de una estructura interna lógica que la convertía en un film atípico en su mimética filmografía. Se tituló El gran hotel Budapest y la protagonizó un Ralph Fiennes sensacional que nunca ha vuelto al cine de Anderson. Si todos sus actores suelen repetir con él y Fiennes no lo hizo, a lo mejor la excepción es la de quien denota sensatez.
Incluso su incursión en la animación Stop-Motion, con Isla de perros, que tanto prometía en su inicio y su desarrollo, perdía en su tramo de desenlace la magia con la que construía todo lo anterior. El gran Hotel Budapest seguía siendo, por lo tanto, su mejor película hasta la fecha. Y esta afirmación sigue vigente a día de hoy.
La crónica francesa, una de las pocas desilusiones en los últimos festivales de Cannes y San Sebastián, en los que pudo verse, es el culmen de todo lo que caracteriza a Wes Anderson, y por lo tanto, supone un despliegue desesperante de los elementos que lo han hecho célebre.
Anderson es, ante todo, un director esteta. La estética es fundamental en lo que cuenta. La forma. El fondo es una excusa para darle alas a la manera en la que narra sus historias.
El formato de su cine suele ser cuadrado, o bascular entre varios que se acerquen al 1:33 tradicional de los albores del cine. En este caso utiliza el 1.37:1 que era el que se usaba en los años 20, cuando el fotograma tenía cuatro perforaciones a los lados y era muy cuadrado, previo a la invención del Cinemascope en que seguimos viendo las películas.
También cuenta con una distribución geométrica de personajes en la pantalla. Es otro de sus sellos. Y juega con los colores, las texturas, pasa del blanco y negro al color, a la viñeta de cómic, al cuadro viviente o al que está detenido en el tiempo mientras el sonido indica que la acción continúa. Todo según le convenga. La forma siempre predomina en sus trabajos.
Y eso es maravilloso. Servirte de todos los recursos que tiene el cine para contar mejor una historia es muy estimulante. Si lo haces bien. La obra mayúscula está a en tus manos porque con esos ingredientes no se puede fallar. Salvo si la historia que cuentas no resulta interesante, ahí ya da igual con qué herramientas la transmitas, va a aburrir con toda seguridad.
La crónica francesa está compuesta por tres historias a cual más desesperante e incomprensible. Personajes moviéndose por la pantalla sin sentido ninguno, recitando diálogos que nada tienen que ver con la coherencia. Surrealismo llevado al extremo con actores que tratan de que parezca lo más normal.
En un contexto en el que el guión siguiera una lógica interna encajaría, pero en La crónica francesa nada suena real, y algún elemento tiene que serlo para que lo surrealista y lo reconocible logren el equilibrio que un relato necesita. Si todo es surrealismo solo queda la locura, y no podemos, como espectadores, agarrarnos a nada que nos resulte familiar para apreciar el contraste. De este modo el todo se diluye en su mismo todo.
Y es llamativo que actores de renombre, de esos que se veneran y se alaban, que ganan Oscars o que son favoritos para obtenerlo, se presten a darle empaque a un producto tan vacío que solo se llena con ellos. No es justo para la película y tampoco para el público, que asiste atónito al paseo de una cantidad enorme de intérpretes de primera fila para rellenar un fotograma que, por su propia espectacularidad estética, tampoco requiere de un actor recitando textos inconexos o simplemente apareciendo en el cuadro para constar en él. Desaprovechar de esta manera a nombres consagrados solo puede llevar a preguntarse por qué accedieron a ello cuando antes que nosotros vieron en el guión el nivel de desatino al que la película iba a llegar.
Producción impecable, banda sonora de Alexandre Desplat, colaborador habitual de Anderson o el sublime reparto no son capaces de elevar La crónica francesa por encima del esperpento que en realidad es. Ninguna de sus grandes cualidades está mezclada de manera que conforme la estupenda obra que podría haber sido. Elementos fabulosos por separado se unen en una amalgama inconexa sin gracia ni interés alguno. La crónica francesa, como revista, merecía mejores reportajes, mejores historias que las que van a encontrar sus lectores.
Silvia García Jerez