CAZAFANTASMAS: IMPERIO HELADO – Regreso a la nostalgia
Cazafantasmas: Imperio helado es, de nuevo, un regreso a la nostalgia. Los 80 llevan estando de vuelta muchos años ya, una década, o más. Y es rentable. La utilización de la imaginería y del estilo ochentero en el cine y en las seres funciona muy bien y por eso los estudios no parece que tengan pensado dejarlos a un lado para construir otros nuevos que sirvan de cara a la nostalgia de dentro de 30 años. Ahora mismo, con tanto abuso del pasado no hay una construcción icónica del presente para agarrarse a él en el futuro. Y tampoco parece que a nadie, productores o espectadores, le importe, porque el público es feliz volviendo a los 80.
Por eso, Cazafantasmas también está de vuelta. En 2021 se estrenó Cazafantasmas: Más allá, un hito de ese repaso a lo vivido entonces, con una familia protagonista, los Spengler, formada por la mujer y los hijos de Egon Spengler, interpretado por Harold Ramis, el único de los cuatro cazafantasmas originales que ha fallecido. En 2014, por complicaciones de vasculitis inflamatoria autoinmune. El homenaje era evidente y la emoción quedaba especialmente patente en el tramo final de la cinta.
Ahora, en esta nueva entrega que es secuela de la rodada en 2021, la familia Spengler regresa a Nueva York, escenario original del relato legendario. Familia que está formada por Callie (Carrie Coon), Trevor (Finn Wolfhard, el Mike Wheeler de Stranger Things, la serie nostálgica de los 80 por excelencia), Phoebe (McKenna Grace) y Gary (Paul Rudd), el nuevo chico de Callie, profesor de sus hijos. Y toda la familia Spengler se une a los cazafantasmas clásicos -Peter (Bill Murray), Raymond (Dan Aykroyd) y Winston (Ernie Hudson)- para llevar a cabo la misión a la que se enfrentan esta vez: detener a un demonio poderosísimo, que se ha escapado del objeto en el que estaba atrapado, y poder así evitar que el mundo sufra una nueva Edad de Hielo.
Demasiados cazafantasmas juntos, excesivo déficit argumental y sobrada confianza en que la nostalgia hará su trabajo para convertir Imperio helado en un gran éxito.
En Cazafantasmas: Imperio Helado durante un buen rato, tal vez la primera hora, no pasa absolutamente nada a nivel narrativo. El tedio recorre los minutos de metraje porque la película no nos cuenta nada. Se limita a hacer recopilación de elementos que conocemos de la saga, como mostrarnos algunos fantasmas que ya nos resultan familiares o al malvado Hombre de Malvavisco multiplicado por cientos como ya vimos en la anterior entrega. Nada que resulte especialmente atrayente, nada que los fans puedan agradecer porque le dé un aire nuevo a la entrega.
De hecho, tanto es así que ni ver de nuevo a los cazafantasmas originales resulta ya interesante. No tienen definidos sus personajes en el presente guión, ni un detalle que los haga tan especiales como sabemos que son, simplemente han de serlo gracias a su presencia, y no es razón suficiente para dejar de aburrir a quienes contemplen sus escenas.
El mejor personaje de la película es, y por muchos puntos de ventaja, el de Phoebe Spengler, interpretado por McKenna Grace. Una jovencita inteligente y resuelta, que al ser en realidad la protagonista de esta historia coral, al girar todo en torno a lo que ella decide en un momento determinado de su trama, le otorga a su personaje una entidad tan bonita como atractiva. Ella sola levanta una película de por sí maltrecha, mal contada, mal rodada y peor montada, una película sin alma, sin ritmo, sin interés, que no le hace ningún favor a una saga mítica de la que guardamos, quienes crecimos con ella, un enorme recuerdo. Si queremos que éste permanezca intacto lo mejor que podemos hacer es volver a ver la cinta original de la que todo parte: Los Cazafantasmas, de Ivan Reitman. Ninguna, después, ha sido igual de grande. Regresar al clásico, en este caso, es el mejor consejo posible.
Silvia García Jerez