BABYLON
El Babel de Chazelle entre estrellas, fantasmas, un elefante, una serpiente y un cocodrilo
Babylon comienza con un elefante. Y parece que no podía serde otra manera, tomando como título el nombre de aquel legendario imperio. Aunque la Babilonia de Damien Chazelle, tan apabullante como la de los Jardines Colgantes, nos sitúa en los últimos años de los alocados veinte y entre las colinas desérticas de Los Ángeles, con el grandioso animal tirado por una camioneta y un policía pidiendo el permiso paratransportarlo hasta una fiesta.
Entre las subidas y bajadas del auto, más los empujones y resbalones del paquidermo, con barro y defecación incluida, la escena no solo es extravagante sino que resulta casi una caricatura de lo que luego vendrán; intentar conducir y domesticar un mastodonte de película, de más de tres horas, narrando el lado más salvaje de un incipiente Hollywood y de esa fábrica de sueños del Cine que devora, vomita y caga, tan literal como metafóricamente.
La historia ya ha sido contada muchas veces y con distintas miradas, incluso desde el mismo celuloide, sirviéndose de ello esta nueva Babylon entre Cantando bajo la lluvia, El Cantor de Jazz y The Artist, que también rememoró el paso del cine mudo al sonoro en una encantadora película vintage.
Chazelle, quien ya había demostrado su amor por el séptimo arte en su musical La La Land, vuelve a demostrarlo esta vez, a través de paralelismos, guiños cinéfilos y girando la cámarahacia la cara b de los inicios de la industria del cine, re escribiendo el relato con una visión tan agridulce como hipnótica, desde la sombra de quienes hicieron brillar todo aquello casi sin saberlo, formando parte de algo tan grande como inmortal.
Todavía sin aparecer crédito alguno, vemos que el cuadrúpedo llega a su destino; un fiestón a lo gran Gatsby con el que arranca realmente el filme, durante veinte espectaculares minutos de deleite y frenesí.
Entre máscaras, desnudos, multitud de drogas, actuaciones exóticas y una deliciosa big band que ameniza tanto desfase con un trompetista estrella, Chazelle juega con el plano secuencia alrededor de tal bacanal mientras descubrimos otras perversiones que se dan en la fabulosa mansión, donde se espera la visita del anfitrión Jack Conrad (Brad Pitt), la celebridad del momento, al que conoceremos junto a ese muchacho mexicano, Manny (Diego Calva), el chico para todo, que igual consigue al elefante en cuestión, que hace desaparecer las bajas o deslices de tanta celebración, que se liga a la chica más arrebatadora del lugar, Nellie LaRoy (Margot Robbie), una aspirante a actriz convencida de que pasará a la posteridad.
Con tal galería de extras, excesos y ritmo se quedarán ojipláticos. También, cuando aparezca una serpiente y cocodrilo para el segundo y tercer acto, pues Babylon supera las tres horas y cada fiera tiene su tiempo entre el show, la escatologíay el caos.
Autoreferenciándose y fagocitándose, como lleva haciendo el Cine toda la vida, Babylon practica una acumulación de géneros que abarca el vodevil, el wéstern, el cine negro, la épica romántica y hasta el terror, quizás emulando aquellos descontrolados multi-rodajes compartiendo lugar, horas, días, cámaras, e incluso bobinas, que magníficamente recrea Chazelle en esa gran secuencia con una sucesión de sets y equipos de grabación, asistiendo a los rodajes de películas picaronas, de aventuras, o de batallas a caballo y con beso de amor al ponerse el sol.
Chazelle relata todo aquello con su propia ficción, aportando datos meta-fílmicos de algunos personajes que existieron de verdad, aunque invente sus nombres, o los utilice para representar un período -como la directora R. Alder, que interpreta la pareja de Chazelle, Olivia Halminton, inspirada en las cineastas Lois Weber y Dorothy Arzner, quienes ya andaban rodando por ahí.
Entrando, además, en esa tendencia revisionista que últimamente muestra la importancia del Cine en la memoria colectiva, y en particular en la biografía de grandes realizadores, tal como ocurre en la última de Cuarón y Spielberg, pero que ya hizo Tarantino en Érase una vez en Hollywood, partiendo de un suceso real entre las vivencias de las gentes del séptimo arte.
Y sea homenaje, inspiración o casualidad, Chazelle comparte con Tarantino una misma escena y a la misma actriz (Robbie), viéndose emocionada en la gran pantalla por primera vez -claro que con décadas de diferencia entre ambos momentos y cambiando el personaje de Sharon Tate por Nellie LaRoy-.
En Babylon todo suma y todo cuenta. Todo vale y todo recuerda a algo.
Sin embargo, incluso pasando por esos recuerdos para cinéfilos mientras el trompetista tiene que pintarse de betún para resultar más negro ante la cámara, remitiéndonos obviamente a El cantor de jazz, Chazelle da siempre un giro más, y ahí está la secuencia de las infinitas tomas con la llegada del sonido y la exigencia de la marcas por los micros, siendo menos cómica y más angustiosa que su referente en Cantando bajo la lluvia, aún añadiendo además esa peculiar manera de hablar que tenía la estrella del musical, llevándolo hasta otro clásico como My Fair Lady, remarcando la necesidad de educación, más que dicción, de la incipiente actriz que es una osada y deslenguada chica de barrio.
Mas ácida que sus influencias, Babylon, este Babel de cabaret, apunta también el reflejo social de un nuevo publico que se despedía del cine de Mae West y de los rótulos para leer la trama, cuando una nueva moralidad y la llegada de la censura se enfrentaban a la homosexualidad y xenofobia, además de personajes estereotipados, cuando además las películas comenzaban a convertirse en negocio, arrastrando el de la especulación de la tierra y la rivalidad de los estrenos entre costas, señalando además la del teatro respecto al cine, junto al poder de la prensa, que queda reflejado en una gloriosa charla entre la crítica más influyente del momento y el famoso galán con crisis de éxito y edad, regalándonos la Frase del filme: Moriremos todos. Pero las estrellas de cine vivirán para siempre, entre ángeles y fantasmas.
Entre quienes se salvan y quienes (se) pierden, llegamos a la segunda mitad de esta Babilonia de ilusiones rotas y música de premio, saltando de década y tocando el declive y la decadencia de todos los personajes, apareciendo además la segunda fiera; una serpiente que protagonizará una de la secuencias más surrealista del filme -con aires lynchianos y de Los Coen-, para terminar por adentrarnos en un último acto, bizarro y dantesco, con nuevos vicios y un degenerado anfitrión (Tobey Maguire) que consigue despertar auténtico malestar, con un cocodrilo incluido.
A sabiendas de todo este quilombo de cinefilia y excesos, Babylon puede disfrutase por igual, sin saber de las piezas por juntar. No obstante, hay un detalle en el final del personaje de Pitt que rechina desde cualquier perspectiva y parece de primer curso de cinematografía, apuntando un plano previsible que no hacia faltar enseñar, algo casi imperdonable si Chazelle no se marcara un epílogo que lo disculpa todo, consiguiendo atrapar parte de la esencia y magia del cine, que es lo que realmente nos viene a contar.
Y metiéndonos en una última sala de cine, compartiendo esas magníficas escenas del público mirando a una gran pantalla, junto a Manny -quien una década después y tras haber rozado el sueño americano como productor de musicales, y cual un turista más, decide visitar aquellos estudios que ayudó a crear,- descubrimos que aquella vida a la sombra de las estrellas, de alguna manera, está reflejada en la película que todos vemos.
Y Manny, como nosotros, no sabe si reír o llorar, formando parte de algo inmortal.
Algo tan grande que lleva existiendo desde esas pioneras imágenes del tren llegando a la estación, consideradas el primer corto de la Historia, que Chazelle nos cuela en un clip final cual viaje casi lisérgico sobre la odisea del Cine, junto a secuencias de Matrix o Avatar -que no tanto de Los 400 golpes o la Dolce Vita- y amenazantes mensajes sobre la disyuntiva entre tecnología y séptimo arte.
Claro que a estas alturas de la película, habiendo superado cineclubs, videoclubs, lo digital y hasta el streaming, aquí seguimos yendo a los cines cual parroquia y circo, a ver filmes como este Babylon que seguirá existiendo cuando hayamos muerto.
Mariló C. Calvo