ANORA: Superheroína entre patanes

Anora llega por fin a los cines españoles. Se trata de la última película ganadora de la Palma de Oro del festival de Cannes, una edición, la de 2024 mucho menos celebrada por la crítica que la del año pasado, en la que la ganadora fue la sensacional Anatomía de una caída. Anora no llega a la misma cumbre alcanzada por la película que Francia no envió al Oscar pero que aún así logró el de mejor guión original, para su también directora Justin Triet, y cuatro candidaturas más a las principales categorías posibles, pero no en mejor película internacional, claro está.

Anora, meses más tarde, toma buena parte de su relevo y se sitúa en todas las quinielas para ser una de las películas reinas de la próxima noche de los Oscar. Hasta ese punto es importante que un film pase por el festival de Cannes y que gane la Palma de Oro allí.

La dirige Sean Baker, guionista y director neoyorkino que cuenta en su filmografía con títulos como The Florida Project o la estupenda y menos vista que la anterior Red Rocket, en la que el protagonista es una antigua estrella del cine porno que vuelve a su pueblo, donde nadie parece echarlo de menos. Una historia árida y brutal sobre un hombre cuyo presente es tan oscuro como el pasado que lo sigue persiguiendo. Y ahora, con Anora, rueda una comedia que continúa con los temas sórdidos, porque su protagonista aquí es una joven que se dedica a hacer striptease en un local donde los hombres pagan por verlas en apartados privados y que una noche se topa, sin saber quién es, con el hijo de un oligarca ruso, un jovencito alocado que aparenta ser más consciente de lo que hace de lo que realmente es.

Anora, Ani, como le gusta ser llamada, se casa con él en Las Vegas tras una semana de trabajar para él en exclusividad. Y será entonces cuando empiece el infierno para ella, ya que el chico no ha informado a sus padres de lo que ha estado haciendo y los guardaespaldas de su padre acechan para poner las cosas en orden. Lo primero que han de hacer es anular ese matrimonio y después Ani tendrá que reanudar su vida por su lado y olvidarse de su marido. Así que nada ha sido como Anora esperaba. Y el periplo que aún le queda por delante tampoco lo será.

Anora conociendo a Iván

Anora es una locura de película, una comedia pasadísima de vueltas que por momentos recuerda a Jo, ¡qué noche! de Martin Scorsese. Pero sin la genialidad que ésta tenía. De hecho, Anora llega a ser agotadora porque tras su planteamiento sólo hay escenas alargadas innecesariamente para que las situaciones aparentemente graciosas se sostengan en el tiempo. Puede que haya a quien le funcione pero puede llegar a ser una fórmula terriblemente exasperante.

Diálogos reiterativos durante escenas larguísimas que estancan la acción deliberadamente, para estirar la comedia al máximo y crear momentos incluso surrealistas. Ese es el estilo del que Baker hace gala en Anora. Y cansa. Mucho. Hasta el punto de llegar a la conclusión de que las alabanzas en Cannes fueron desmedidas, de que la Palma de Oro es un premio demasiado grande para ella. Que Baker sitúe el primer punto de giro a los 45 minutos de metraje y haberse pasado todo ese tiempo acompañando a dos personajes que resultan ser muy cargantes es demasiado.

A Anora la interpreta Mikey Madison, una actriz que quienes hayan visto muchas veces Érase una vez… en Hollywood sabrán reconocer. Era Sadie en la cinta de Quentin Tarantino. También fue Amber Freeman en el Scream de 2022. Pero es en 2024, gracias a Anora, cuando se ha convertido en un nombre importante de cara a la industria. Su Ani es una auténtica superheroína, una luchadora nata que no está dispuesta a perder al marido que tiene ni el estatus que gana gracias a él. Un personaje digno también de la escuela de Quentin Tarantino pero sin la gracia que éste le habría otorgado de haberla dirigido.

Porque Sean Baker hace de Anora un personaje destacado, con una auténtica presencia en la pantalla, pero no deja de ser una joven demasiado ordinaria con maneras de choni entre la mafia rusa. El trabajo en el que mueve diariamente lo pide, eso le da credibilidad, pero si la comparamos con Julia Roberts en Pretty woman, comedia madre de Anora, que nos acercaba a una prostituta que trabajaba una semana en exclusividad con un tipo rico del que tenía que aparentar ser su pareja, el glamour del que hacía gala Julia Roberts, aún aparentando su bajo nivel, era de años luz respecto al que Mikey Madison luce aquí. Y nos creíamos a Julia Roberts, y seguíamos viendo una comedia. Pero la clase de una actriz nada tiene que ver con la de la otra. Hasta Julia Roberts lanzaba su chicle con más gracia.

Su marido en la ficción, Ivan (Mark Eydelshtein), es poco más que un adolescente irresponsable, un niñato de familia rica al que parece que todo le da lo mismo, menos pasar un buen rato con Ani. Y es un tipo desesperante desde que lo conocemos. No hay empatía ninguna con él. Es parte de la crítica a su clase social, pero sólo funciona como fuente de hartazgo ante un personaje irritante que nada tiene que aportar a una historia que en realidad va a comenzar con la llegada de los matones de su padre.

Es ahí donde la comedia despega con sus situaciones surrealistas pero, lo dicho, tan alargadas que el espectador puede o partirse de la risa o desconectar por completo de cuanto ocurre en la pantalla. Si desconectas, ya Anora no es para ti. Porque el resto de su modus operandi va a ser una reiteración de acciones y de diálogos que lejos de resultar divertidos serán cada vez más agotadores.

Dos horas y veinte minutos se antojan excesivos para el periplo de una superheroína entre patanes, que es lo que es Anora y lo que son los torpes matones con los que se enfrenta. La idea, hay que reconocerlo, es brillante. Ya la hemos visto antes en las películas previamente citadas, ésta es, simplemente, una actualización muy pertinente. Porque cuenta lo que ya vimos con una personalidad distinta, y eso se agradece. Lo malo es cuando se exagera todo de forma desmesurada y no se consigue que el filtro de la comedia traspase el hastío de la reiteración injustificada o la falta de empatía con los personajes que la protagonizan.

Anora es, por lo tanto, una película de la que se esperaba mucho más debido al aura de obra maestra con la que venía desde Cannes, primer festival en proyectarla, y San Sebastián, en el que se pudo ver en la sección Perlas. Un ejercicio de cine comercial lleno de excesos que no le sientan bien y rebosante de un histrionismo nada propio del género negro al que pretende parodiar. Una película que podía haber sido la obra maestra que no es de haber querido ser la cinta comedida que en ningún momento aspira a lograr.

Silvia García Jerez

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